Por Aurelio Alonso
El 6 de abril de 2024 falleció en La Habana, a los 83 años de edad, el destacado historiador Rolando Rodríguez García, quién tras largos años de entrega a un abnegado quehacer en el mundo del libro, tuvo el premio de terminar sus días de intelectual como investigador del Centro Fidel Castro Ruz, fundado el 25 de noviembre de 2021.
Graduado de Derecho en la Universidad de La Habana en 1962, formó parte del grupo de jóvenes profesores que en 1963 fundaron el Departamento de Filosofía, dentro del cual resaltaba desde temprano su vocación por los estudios históricos. Recuerdo como elogiaba el rigor del profesor Carlos Funtanella, con quien había colaborado como estudiante cuando éste dirigía la Biblioteca Central de la Universidad.
En 1965 accedió a la dirección del Departamento, y allí asumió, en 1966, la responsabilidad del proyecto de la Edición Revolucionaria, creada por iniciativa de Fidel. Esta tarea le llevó a ser designado como primer director del Instituto Cubano del Libro (ICL), creado en 1967 con el propósito de introducir una concepción nueva y radical de los derechos de autor, basada en la prioridad del interés social, con la cual se aspiraba a dar respuesta a las proyecciones culturales, tanto como a las necesidades de la enseñanza. En esta importante misión editorial, que centraría su vida laboral durante cerca de dos décadas, Rolando creció como editor, mostrando su capacidad para dar la cara también a los requerimientos que impusieron las cambiantes situaciones presentadas por el paso a la segunda década de Revolución, tras el fracaso de la “zafra de los diez millones”.
Los primeros cinco años del ICL (de 1967 a 1971) aportaron una respuesta masiva y actualizada a la demanda de las generaciones que atravesaban entonces el aula universitaria y formarían aquella oleada de fundadores científicos y profesionales de la Cuba que nacía. En el área de las ciencias sociales – en la cual me tocó colaborar junto a los compañeros del Departamento de Filosofía – el ICL se esforzó por poner al alcance de los universitarios (y de la población) lo mejor de la literatura universal. Vieron la luz apreciables ediciones de los clásicos del pensamiento y de las letras, tanto como mucho de lo más valioso de la producción reciente. Dirigió con talento aquella experiencia sin precedente en la construcción socialista, en la cual se trató de mantener un criterio de apertura responsable.
Se hace evidente que la vocación original de Rolando no se perdió en los largos años que siguieron; ni siquiera dentro de los parámetros que impuso la búsqueda de una mayor sintonía con los esquemas soviéticos. Es por tal motivo que lo vemos como viceministro de Cultura cuando el nombramiento de Armando Hart en esa jerarquía gubernamental, recién creada en 1976, se proponía poner fin a los extremismos del llamado “quinquenio gris”. Desde el viceministerio se mantuvo activo en la conducción del mundo del libro. Me atrevería a decir que en esencia hizo en cada momento lo que le tocó, siempre preocupado por obtener el mejor resultado
Desde comienzos de los ochenta lo encontramos trabajando en la secretaría del Consejo de Ministros, movimiento de cuadros que lo distancia del quehacer editorial. Es entonces – lo valoro así – que Rolando consigue rescatar su vocación y su talento para la historiografía. Ese saludable indicador de sus capacidades logra una primera expresión relevante en su República angelical (1989), novela histórica en la cual reverdecen aquellas dotes tempranas mostradas desde los sesenta.
Así se explica, cuando alcanzaba ya los cincuenta años de edad, el comienzo de la que sería la etapa definitiva de su vida: la del historiador. Contaba ahora – claro está – con el capital nada despreciable de su prolongada actividad administrativa.
Con una veintena de títulos publicados y numerosas presentaciones en eventos y publicaciones especializadas sobre temas referidos a nuestra historia, desde las guerras por la independencia del yugo español hasta la república neocolonial, el agudo bisturí del historiador mostró su capacidad de analizar la centralidad de los problemas. Y mostró audacia, a la vez, en el abordaje de situaciones históricas complicadas.
No corresponde a estas líneas, por fuerza escuetas, adentrarse en sus textos, valiosos todos por la carga investigativa que los respalda y por las calidades expositivas del relato. No obstante, no puedo dejar de llamar la atención sobre Cuba: la forja de una nación (1998), su primera obra monumental, en dos tomos en su edición original y tres en la de 2006. Personalmente tampoco podría pasar por alto el impacto que me produjo República de Corcho (2014), que tuve que leer y releer minuciosamente al participar en el jurado del Premio Nacional de la Crítica, que ese año la incluyó en la selección de las obras galardonadas. Logró Rolando, cuando comenzaba ya a peinar canas, convertirse en un nombre imprescindible en la historiografía cubana, también con sus apreciaciones polémicas como las que afloran Cuba: las máscaras y las sombras en la primera ocupación (2007) y no pocas más.
El registro de sus referencias de vida consigna detalladamente que en esta fructífera etapa tuvo la posibilidad de investigar de manera acuciosa no solo en los principales fondos bibliográficos cubanos, sino de hacerlo también en España y en los Estados Unidos. No es el caso nombrarlas todas aquí pero, además de cinco relevantes instituciones cubanas, se citan seis en España y tres (no menos importantes) en Washington y en Nueva York. Seguramente deja también con ello, además de su obra publicada, un caudal de elaboración que ha de servir como herencia a jóvenes historiadores.
Entre las múltiples distinciones nacionales que su obra científica le mereció en vida se destacan el Premio Nacional de las Ciencias Sociales y Humanísticas 2007, el Premio Nacional de Historia 2008, y la Orden Félix Varela de Primer Grado. También ostenta en su CV algunas distinciones recibidas en los países socialistas europeos a lo largo de los setenta.
Rolando Rodríguez se mantuvo activo hasta el final de sus días. Cuentan que al sorprenderle la muerte trabajaba aun, a pesar de su edad avanzada, en dos nuevos proyectos de libros. Como sugerí al comienzo de estas líneas fue una merecida decisión que pudiera pasar sus dos últimos años en el centro creado para perpetuar la memoria de Fidel.
No cabe duda de que nos despedimos de una figura que trazó una huella bien definida en nuestra historia reciente. Dejarle descansar en paz me parecería imperdonable.
1 comentario:
De Humberto Pérez:
Estimado Aurelio,
Muy bueno y justo lo que escribes sobre Rolando. El y yo sabíamos el uno del otro desde años antes pero ns conocimos, tratamos y establecimos relaciones personales a partir de 1974 cuando la experiencia de los OPP en Matanzas y la necesidad de conciliar el traslado de determinadas dependencias y locales del Instituto del Libro a los recientes órganos del OPP en proceso de experiencia. A partir se desarrollaron unas muy buenas relaciones entre el y yo que se hicieron cada vez mas frecuentes sobre todo a partir de 1976 cuando los OPP se extendieron a todo el piais. Mas tarde ya yo de Ministro de Juceplan y el en la Secretaria del Consejo de Ministros nos acercamos mas y comenzamos a intercambiar mas sobre otros temas sobre todo históricos.
Siempre admire su trabajo en este campo y mucho aprendí de sus investigaciones y libros.
Seguiré molestándolo, como pides, sin dejarlo descansar en paz yendo a buscar en sus libros respuestas a las muchas ignorancias que aun tengo acerca de detalles y escondrijos inéditos de nuestra historia,
Un abrazo,
Humberto Pérez
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