Dice mi hermano, que vino del Yuma, que yo soy el lente embellecedor de la sociedad cubana. Dicen algunos que yo vivo fuera de la realidad, que me rodea una burbuja y que hay que ser objetivos, que la cosa está muy mala y que no hay salvación.
Yo aprendí de Julia Varley el valor de hablar en primera persona. Veo el mundo con mis propios ojos y cada día está más fuerte mi voluntad de seguir defendiendo ese lente que embellece, pese a todo lo feo.
Mi realidad es una de las miles de realidades diferentes que hay en Cuba. En la mía están mis vecinas hablando mal del bodeguero de balcón a balcón; está mi doctora del consultorio que da recetas cuando entran los medicamentos de niños a la farmacia, aunque no estén enfermos, porque “hay que aprovechar”. De mi realidad forman parte mis alumnos del ISA, que me retan a ser más justa, más sabia y más joven; forma parte la maestra de mi hijo que le mandó tareas durante toda la pandemia y ahora tiene a los niños afilados para el pase de grado.
En mi realidad está el revendedor de cositas de comer que nos salva de hacer colas y la muchacha a la que siempre “le sobra” un blister de cualquier cosa y me lo deja bien barato, porque ella no se dedica a eso.
Mi realidad son mis hijos, mi madre, mi esposo, mi perra y mi familia extendida y regada por el mundo. Mi realidad está en un almendrón a medio camino entre Alamar y Nuevo Vedado, en los cánticos de la iglesia del Cristo Manco y en la buena vibra de los vendedores del agrito del barrio, que te venden caro, porque la cosa está dura para todo el mundo, pero no te timan ni te maltratan.
Este año terrible me ha traído muchas tensiones, preocupaciones, sufrimientos, pero también muchas alegrías. Mi hijo mayor cumplió 10 años y mi hijo pequeño cumplió 1. Me casé por segunda vez y acompañé a mi mejor amigo-esposo en la creación de un libro que le ha alegrado la vida a mucha gente. Nos vacunamos todos en casa y el bebé recibe su pequeña dosis de Abdala a través de la teta.
Este año he sacado conclusiones a la ligera y he aprendido a dejar reposar esas ideas y a matizar. He aprendido que la manipulación y la mentira están en todas partes. He aprendido que hay que proteger la familia por encima de cualquier cosa. Que los problemas de la política son coyunturales y los problemas de la cultura son permanentes. He visto muchos muñequitos y he aprendido que no quiero ser Kumandra, sino que cada troll baile al ritmo de su propia música. He reafirmado que mi papá tenía mucha razón cuando decía que: “en cuestiones de moral, prefiero no tener ninguna, a tener dos morales." Aprendo cada día a ser felizmente amoral.
Supe que, a veces, es muy útil estar alejada de redes sociales y noticieros; que mi hijo Oliver, que aún no habla, tiene más para enseñarme que cualquier tratado de ciencias; que Diego, mi niño preadolescente, es tan inteligente que puedo invitarlo a vivir conmigo en el centro, porque sabemos que no nos gustan los extremos, aunque el amor y el respeto se extiendan hasta cada uno de ellos. He aprendido que puedo estar en paz, que puedo ser firme, sin perder la dulzura. He aprendido que la verdad no está en las manos de nadie y que lo justo es defender el deseo de seguir amando, trabajando, viajando al pasado para no perder la noción del presente. He aprendido la importancia de mantener viva la memoria histórica.
Se va el año y en su cráter de impacto deja proyectos inconclusos que no supe terminar por falta de inteligencia, deja sueños intactos y trazados en el mapa. Deja mi deseo de vivir en un mundo donde no tenga que avergonzarme por decir que soy feliz. Donde ser alegre y cortés no sea mal visto por los paranoicos y los pesimistas. Donde no tenga que ocultar que estoy bien, aquí, ahora. Donde mi lente embellecedor siga captando mi realidad y encienda, con energía renovada, a mi familia.
El 2022 será otro año de querer seguir viviendo en Cuba. Porque aquí está todo lo que me estresa, todo lo que me desilusiona, pero también todo lo que amo y mi esperanza en el futuro.