Por el Dr.C Juan Triana Cordoví
La manzana es una noble fruta con mala suerte. Eva la usó con Adán y toda la
humanidad pagó la culpa. La malvada reina se la dio a comer a Blancanieves y la
puso a dormir por años (cierto que luego apareció el Príncipe); y para colmo
una le cayó en la cabeza a alguien que dormía debajo de un árbol y apareció la
gravedad, en virtud de la cual todos, aunque flotemos un rato, nos caemos.
Cierto también que hay quien se vuelve a parar, pero otros ni con una grúa
vuelven a ponerse en la vertical. También están los que flotan perenemente. En
resumen, que la pobre fruta ha tenido mala suerte.
Vi con asombro
la noticia de las 15 000 manzanas (de la discordia)[1]. Mi primera
reacción fue pensar como mi abuelo, que era bodeguero en el Güiro --un pueblo
allá entre Quivicán y el Gabriel--, y fue así mi reacción desde ese “gen de
comerciante”: magnifica operación, me dije. Sí, y sólo si no se ha producido
ningún acto de corrupción (precios más bajos, cantidades no facturadas, etc.),
entonces los que vendieron las manzanas han logrado vender quizás todo el
inventario de una sola vez; con ello, de una parte, aumenta la rotación del
capital comprometido, lo cual, según creo, debe influir positivamente en la
masa de ganancias --entonces es bueno para la empresa, digo yo--; segundo, La
Puntilla se ha quitado de arriba posibles pérdidas por deterioro de la calidad,
lo cual también es bueno para la empresa; tercero, la empresa puede rápidamente
y a partir de esos ingresos ¡volver a comprar manzanas!, ese fruto no tropical
que gusta tanto, y de esa forma rápidamente ¡vender más en menos tiempo!
También bueno para la empresa. Reconozco, sin embargo, que esta es una forma de
pensar muy sesgada y que deja de lado la realidad del ¿mercado? cubano. De
hecho, existe una resolución de las tiendas de CIMEX que prohíbe vender más de
un determinado % de sus inventarios a un solo comprador, para evitar el
acaparamiento, resolución que se debe a la forma “peculiar” en que funciona el
¿mercado? en Cuba.
Desde la
perspectiva del “consumidor de manzanas”, hay dos situaciones: la de aquellos
que fueron a la Puntilla (tienda situada en un lugar de no muy fácil acceso en
Miramar) y de pronto no pueden satisfacer la ilusión de comerse una manzana;
pero también hay otros consumidores, a los cuales les cuesta relativamente caro
(en tiempo o en dinero, que a veces es lo mismo) alcanzar esa tienda, pero que
también gustan de las manzanas y son capaces de pagarlas un poco más caro,
siempre y cuando la tengan más cerca. No sé cuál de los dos grupos de
consumidores es más importante. Existe, además, otro tipo de consumidor de
manzanas: aquel que tiene, por ejemplo, una pastelería o dulcería y necesita
manzanas en grandes cantidades, pero no existe ningún mercado mayorista donde
comprarlas.
Pero después
de esa reflexión tan fría de nieto de comerciante, volví a mi condición de
profesor de economía. El hecho en sí mismo me pareció fantástico para un
estudio de caso desde dos perspectivas distintas: la de la microeconomía y la
de la Economía Política.
Desde la
perspectiva microeconómica no hay nada que decir, excepto que quizás el precio
al que se venden las manzanas en la Puntilla tampoco es un precio
determinado por las condiciones del mercado (no sólo la oferta y la demanda,
que no hay que ser tan simplistas) en tanto existen condiciones monopólicas
conferidas a una empresa estatal para la importación de las manzanas. No
obstante ese precio, hay “mercado” para las manzanas, al extremo de que hay
quien toma el riesgo de comprar 15 000 de una sola vez. Por lo tanto, no hay
problemas.
Ahora bien,
fíjense en una cosa interesante: quien compra las manzanas a un precio que
generalmente está multiplicado por un coeficiente mayor de 1.80, tiene
dinero suficiente para ¡importarlas! a un precio menor o para comprarlas en un
mercado que practique la modalidad de venta al por mayor. Si así fuera,
entonces quizás las manzanas se venderían en esos puntos de distribución probablemente
a un precio menor que el de La Puntilla, con beneficios para los consumidores y
también para el país, pues no habría que arriesgar dinero del país (o sea, del
pueblo) en un producto perecedero, para nada decisivo en la estructura de
los bienes de consumo fundamentales del cubano promedio. De poder existir
esa posibilidad, tanto los consumidores, como el vendedor, como el propio
Estado (que así no tiene que gastar en lo que no es decisivo) estaría
maximizando la utilidad de sus recursos. Este también es un razonamiento frío,
calculador, hecho desde la microeconomía, que es demasiado impersonal y está
alejada de las relaciones sociales de producción.
Entonces
mirémoslo desde la economía política. Ese acto de intercambio no es más que una
manera en que diversos actores de la sociedad se relacionan en unas condiciones
determinadas en un momento determinado. La empresa del Estado, como
representante del dueño --que es el pueblo--, y el comprador al por mayor de
manzanas, que después se las vende al mismo dueño (no al Estado sino al pueblo
que las consume) a un precio mayor (sí, parece raro pero es así), vela por los
intereses del dueño y hace que sus tiendas funcionen bajo determinadas reglas
que garantizan la existencia de las manzanas, y parte de la utilidad que
producen las manzanas revierte al dueño en algún tipo de producto o
servicio subvencionado, o de programa de desarrollo a partir de esos ingresos
producidos por las manzanas.
Del
otro, el comprador de manzanas, que ha descubierto una oportunidad en la
distribución al detalle y territorial de la fruta, su interés es venderla y
hacer una ganancia para apropiársela de forma privada. Sin embargo, al comprar
todas las manzanas de una vez a la empresa estatal le ha facilitado a la misma
poder volver a comprar manzanas y seguir cumpliendo con su propósito social,
producir mas beneficios para el dueño, que es el pueblo. Es cierto que ese
comprador se apropia de una utilidad, pero si y solo si logra vender las
manzanas con lo cual permite la realización del producto en el cual una empresa
estatal invirtió dinero (del pueblo).
El vendedor,
como ya se dijo, se apropia de un ingreso, una parte del cual sirve para pagar
a sus vendedores detallistas, con lo cual genera algún tipo de empleo y provee
de un salario a personas generalmente de la tercera edad y/o mujeres, o a otros
negocios privados, así que si bien es cierto que los “consumidores de La
Puntilla” se quedan sin sus manzanas, también es cierto que el propósito por el
cual las manzanas se importan y se venden ¡se cumple! Si la empresa que provee
las manzanas o La Puntilla pudiera inmediatamente reponer el inventario, sería
un gran círculo virtuoso. Pero no es así y, en este caso, no es por causa del
Bloqueo (se pueden comprar manzanas no sólo en Estados Unidos, sino también en
México o en Canadá).
También es
cierto que a la manzana le tiene sin cuidado si es vendida en un lote masivo o
si es vendida de forma individual. Ella, siempre que no se pudra, cumplirá con
su papel de convertirse en alimento natural directo, en jugo, en parte de algún
tipo de postre (¡recuerdan aquel pasaje famoso del oso Yogui ¡Pastel de
manzanas, Bubú!) o en una buena y refrescante bebida, como la sidra. Ella es,
en definitiva, una manzana, y está consciente de su papel --y si no lo está
pues peor para ella--.
Lo de la
manera de solucionar el problema --esto es la propuesta del MINCIN de racionar
la venta de cuarenta y ocho productos “sensibles” en las tiendas que venden a
precios diferenciados y altos (antes conocidas como TRD, pero que desde que no
venden en dólares de forma directa solo recaudan CUC, que a pesar de todo lo
que pensamos no es una divisa y de hecho hoy está sobrevaluado en su relación
con el dólar)-- es otro asunto. Hay que recurrir a la historia económica de
Cuba y de otros países que en algún momento practicaron el racionamiento (en el
caso de Cuba pues le hemos sido fiel y no lo hemos abandonado), para
entenderlo.
En Cuba la
historia del racionamiento está asociada a tres factores: el bloqueo y, antes
de él, a las medidas de reducción de comercio que tomó el gobierno norteamericano
desde el inicio de la Revolución; la decisión del gobierno revolucionario de
“garantizar” determinados bienes a toda la población en aquella dura época y,
además, de derrotar los planes de los gobiernos norteamericanos de rendirnos
por hambre y luego, cuando ya teníamos bastante segura la “ayuda fraternal y
solidaria del URSS”, entonces esa medida de guerra se convirtió en un
instrumento de igualdad, donde la libreta de abastecimientos es su expresión
icónica.
Luego,
nuestras fallas productivas, tanto o más que el bloqueo, hicieron que la oferta
de productos en Cuba, a pesar de contar con energía barata, créditos a muy bajo
costo y mercados y precios seguros para nuestros productos de exportación,
nunca pudiera ser suficientemente flexible y responder rápidamente a las
variaciones de la demanda. Hoy esa
expresión de igualdad deviene sustento de injusticias distributivas pues a
pesar de las diferencias de ingresos todos los ciudadanos cubanos recibimos
productos y servicios subvencionados, desde los mas ricos (el comprador de
manzanas, por ejemplo) hasta los mas pobres, como los jubilados con su pensión
como único ingreso. Ojo que el comprador de manzanas no es culpable de ello, ni
tampoco de que la Puntilla no pueda volver a comprar manzanas rápidamente.
En general las
experiencias de racionamiento físico de productos sólo cumplen un rol muy
temporal y corto como forma de regular el mercado. Su permanencia en el tiempo
genera distorsiones que a la larga afectan al sistema en su conjunto y lo hacen
poco productivo y poco eficiente, además de tener un problema intrínseco de
asignación deficiente de recursos (el Plan, nuestro viejo y querido Plan, que
no se cumplió nunca, ni aun en aquella época de “vacas gordas”, qué decir
de ahora). Recurrir a ellas nuevamente es como comerse la mata de yuca y botar
la raíz o, como decimos los economistas marxistas, es conformarse con
solucionar momentáneamente el efecto y no la causa. Recuerdo que en el Proyecto
de Reforma Constitucional que discutimos todos ahora mismo dice su artículo 20: “En
la Republica de Cuba rige el sistema de economía basado en la propiedad
socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción como
forma de dirección principal, y la dirección planificada de la economía, que
considera y regula el mercado en función de los intereses de la sociedad”. Vaya
esta “solución” que se ha propuesto como una forma “sui generis” de considerar
al mercado, muy parecida a las de los años sesenta, que después fuera
reconocida en la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba como un
error.
La historia
última reciente (o sea, de los últimos cincuenta años ) de nuestro comercio
interior es un gran libro para aprender que es lo que no se debe hacer (no me
extiendo aquí, pues da para un par de tomos). Si la medida de racionar
productos al final se toma nuevamente, ¿que va a pasar?. Lo primero es que
creará mas incertidumbre hacia el proyecto actual de modernización /
actualización de nuestra economía, y ese es un mal efecto político; la segunda
es que generará también incertidumbre en los consumidores, que se protegerán
comprando esos productos aun cuando no los necesiten (“por si acaso”) y
obligará a gastos adicionales aun cuando no sean necesarios, o sea, habrá una
asignación no eficiente de recursos escasos; y la tercera --y esta
puede que no sea tan mala para algunas personas--, creará un nuevo tipo de
empleo, el del COMPRADOR PERMANENTE, que estará afuera en las tiendas presto a
“ayudar” a aquellos que necesitan / quieran comprar un poco más del
producto normado: otro empleo improductivo que, probablemente, tenga como
correlato alguna “relación especial” dentro de las tiendas, y eso no es ciencia
ficción, ya ha pasado y aun pasa y volverá a pasar mientras las causas sigan
sin ser resueltas. Creo que primero habría que preguntarse cómo es posible que
se importen manzanas cuando otros productos mucho más importantes padecen de la
enfermedad de la intermitencia. ¿Alguien se ha hecho esa pregunta?
Desde la
perspectiva de la política económica, resulta evidente que falta hoy --y ha
faltado desde hace mucho-- esa modalidad de mercado que es la venta mayorista,
algo que se ha reconocido por todos como una necesidad de estos tiempos pero
que ha sido demorado una y otra vez, a veces con razones que no se sostienen ni
desde la economía ni desde la economía política, mucho menos desde la política
económica --y aun menos desde la realidad de tener recursos limitados--. Vender
al por mayor no requiere ni de un edificio siquiera, es una decisión, y para hacerle
funcionar se pueden utilizar los propios almacenes estatales. Sólo
haría falta una cuenta de cliente para los que necesitan o están legalmente
autorizados (por su condición de trabajadores por cuenta propia o
cooperativistas) hacer ese tipo de operación.
Mientras nos
debatimos en este pastel de manzana, temas muy sensibles y decisivos para el
bienestar, para la percepción de prosperidad, para la justicia social y para la
equidad, así como para el desarrollo, permanecen sin solución, a pesar del esfuerzo
realizado y de las horas que muchas personas le han dedicado. Asuntos
que han sido públicamente tratados por nuestros diputados más de una vez o que
han aparecido también más de una vez en las asambleas de rendición de cuentas
de los barrios.
Algunos
ejemplos: la débil dinámica de la inversión extranjera, la baja participación
de la inversión en ciencia y tecnología en el volumen total de inversiones, el
éxodo de profesionales, salarios tan deprimidos que ya están casi psiquiátricos,
el uso para beneficio personal de servicios públicos, el deficiente sistema de
atención a las personas de la tercera edad, la falta de insumos básicos en
hospitales --como sábanas, toallas, jeringuillas y agujas (que por cierto,
estas últimas se venden en las farmacias en CUC)--, las medicinas
por la izquierda, la falta de médicos, las deficiencias casi seculares
de transporte público, la basura en las esquinas y la falta de higiene de
la ciudad, el déficit de vivienda.
Todas están
ahí, han sido tratadas una y otra vez. Algunas tienen causas
objetivas, otras dependen en un grado elevado de subjetividades de uno y otro
tipo. Sin embargo, varias de ellas no logran alcanzar la alharaca que se ha
armado por culpa de esta pobre fruta mal comprendida. Y no sé por qué, siendo
asuntos tan candentes y decisivos, y estando todos a la vista pública, no
han tenido la suerte de ser tratados de igual manera que la manzana de
Blancanieves.
Les confieso
que a mí me gustan las manzanas, todas, la de Eva y todas las otras también.
Cierro con una versión libre del título de esa famosa canción de Silvio: ¿QUIÉN
SE COMPRÓ MI MANZANA?
[1] Lo que sigue a
continuación parte de de un hecho real y un supuesto: el hecho reales que las
manzanas no son un bien de primera necesidad ni en Cuba ni en otro ningún
lugar; el supuesto es que la compra “masiva” de manzanas en Cuba no es un acto
dirigido a provocar algún tipo de inestabilidad política vía
acaparamiento.