Por Juliet Teresa
Con Neurótica Anónima, Jorge Perugorría entrega una película que se mueve entre la carcajada y el desgarro, una pieza que no teme incomodar mientras radiografía el ánimo colectivo de la Cuba actual. Su apuesta es clara: usar el humor para decir verdades que, en otros tonos, resultarían insoportables.
“Aquí nadie es ciego”, afirma un personaje en uno de los momentos más lúcidos del filme. La frase sintetiza el espíritu de la película: una búsqueda obstinada por la verdad, incluso cuando esta se vuelve incómoda o redundante. Perugorría construye un relato donde la honestidad no es un recurso narrativo, sino un acto político.
Ese afán por explicarlo todo, sin embargo, provoca ocasionalmente un exceso de verbalización. La trama parece subrayar cada conflicto, cada trauma, cada herida, como si temiera dejar algún subtexto sin aclarar.
La película conecta la vida íntima de sus personajes con problemáticas estructurales: violencia familiar, violación, precariedad económica, crisis de institucionalidad. La frase “todas las actrices son neuróticas” funciona como broma interna, pero también como metáfora de un país donde el desorden emocional se ha convertido en mecanismo de supervivencia.
Perugorría traza así un arco que va del estrés cotidiano a la neurosis social, articulado con una jocosidad que ilumina incluso los pasajes más tensos.
El filme despliega una crítica social directa, a veces demasiado. Entre declaraciones, guiños meta-cinematográficos y reflexiones abiertas sobre “hablar de cine” sin hablar de la realidad —o viceversa—, la película se enreda en su propia arquitectura. La “asamblea de cine”, uno de los momentos más conceptuales, resume ese choque entre discurso y narración.
Pese a ello, la intensidad del comentario político sostiene el interés. Neurótica Anónima funciona como espejo de un malestar colectivo difícil de ignorar.
La presencia de figuras de la cultura popular, incluido el personaje de "Pánfilo", aporta frescura y un humor autoconsciente que permite respirar en medio del caos. Perugorría utiliza el humor no como evasión, sino como amplificador de la realidad. Risa y crítica caminan juntas.
La película está llena de guiños: Moscú no cree en lágrimas, El lado oscuro del corazón, Fresa y Chocolate, Miel para Oshún, Bailando bajo la lluvia, además de referencias musicales, por solo citar algunos. Estos momentos funcionan como homenajes afectivos, pero su abundancia puede resultar excesiva, como si la película necesitara apoyarse constantemente en su genealogía cinematográfica.
Con cortes planos y una edición fragmentada, Perugorría apuesta por una estética que acentúa la sensación de desorden emocional. El ritmo a veces se torna irregular, pero el elenco —preciso, contundente— sostiene incluso las escenas más cargadas de discurso.
Neurótica Anónima es, ante todo, una película necesaria para entender el clima espiritual del país. Una obra que combina humor, trauma y crítica social con una sinceridad que, aunque imperfecta, resulta profundamente reveladora.
Perugorría firma aquí un filme que no busca agradar, sino decir. Y en un contexto donde “hacer cine sin hablar de la realidad” parece cada vez más imposible, esa apuesta es valiosa por sí misma.
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*Tomado del fb de Yuliet Teresa
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