domingo, 21 de septiembre de 2025

¿Qué es la cultura?

Por Laidi Fernández de Juan (citando a RFR)

En estos turbulentos tiempos, bélicos y durísimos, rescato algunas reflexiones que mi padre elaboró con respecto a la definición de cultura. En medio de la policrisis que atravesamos como nación, quizás sea oportuno traer de regreso estos conceptos, para no sólo defender nuestro arte más genuino, sino para ayudarnos a no sucumbir ante la banalidad y el desafuero. Sirvan, pues, estas palabras cuyas ideas transmiten lo que para unos será obvio, y para otros, descubrimiento esencial:

Agricultura quiere decir cultivo del agro, del campo. Cultura es sinónimo de cultivo. Todo lo que el hombre hace forma parte de la cultura. Hay cosas que el hombre no ha hecho.: los animales y las plantas, los astros, y las montañas: todo eso es naturaleza. Pero hay otras cosas que no existirían si no hubiera aparecido sobre la tierra el hombre: las casas, las canciones, las ceremonias, la política, los automóviles. Todo lo que debe su existencia al hombre es una forma de cultura.

Hay otras acepciones de la palabra cultura. Por ejemplo: el conjunto de cosas que han hecho determinados hombres. Así se habla de la cultura maya o la cultura griega. Y también hay una forma restringida, según la cual la cultura es lo que el hombre ha creado no para luchar contra las fuerzas exteriores a él (las armas, los instrumentos de trabajo, los objetos técnicos en general), sino para permitirse un desarrollo interior (la poesía, la pintura, la música). En este sentido vamos a considerar, por el momento, el término cultura.

Un puñal, un fusil o un cohete sirven para matar al enemigo. Pero una poesía ¿para qué sirve? Una mocha o un tractor sirven para hacer producir al campo en beneficio del hombre, pero una canción ¿para qué sirve? Un ómnibus sirve para ir a ver una pieza de teatro, pero la pieza de teatro, ¿para qué sirve? Pues bien: Una poesía, una canción, una comedia sirven para que el hombre sea verdaderamente hombre, para que abandone los aspectos más primitivos, y refine su vida. Sirven para cultivarlo. Sirven, en fin, para hacerlo culto. Y al hacerlo culto, lo liberan de las sujeciones a que vive atado el hombre primitivo. Ese hombre primitivo cree que fuerzas ciegas lo están siempre asediando; cree que todo debe resolverlo por la violencia ciega; fuera de las cuestiones más elementales, no sabe para qué son las cosas ni para qué está él en la tierra. Es como una bestia. Un hombre culto se libera de esas ataduras. Por eso Martí decía “ser culto es el único modo de ser libre”. La poesía afina los sentimientos del hombre, los hace más amplios y delicados. Los hombres primitivos, cuando se enamoraban de una mujer, la arrastraban por el pelo hasta su cueva. Los hombres cultos le escriben una linda carta y acaso una linda poesía. Las mujeres agradecen mucho más, hoy día, este último método.

La pintura nos permite ver mejor la realidad, observar cosas en que antes no habíamos reparado. Los ignorantes no saben que están rodeados de cosas fascinantes, colores bellísimos, líneas de gran alegría. Es como si estuvieran a oscuras. Pasan, con cara malhumorada, debajo de árboles verdes, rojos, negros, violetas, y nubes doradas y piedras de un gris suave. Y luego van y se meten tristes en sus tristes casas. Un hombre culto, al que la pintura le ha abierto los ojos, puede disfrutar diariamente de un gran festival que permanece cerrado para el ignorante. La música es como otro lenguaje, en que, sin palabras los hombres de todos los países se dicen cosas hermosas, profundas unas veces, y otras ligeras y alegres. ¡Con la música hablamos todas las lenguas!

Una obra de teatro, al mostrarnos un pedazo de la vida, nos ayuda a entender mejor nuestra propia vida. Así una película. O una novela. Leer novelas, por ejemplo, es como tener la oportunidad de vivir otras vidas. Y sobre todo de comprender la nuestra.

Todo eso, y muchas cosas más, constituyen la cultura en el último sentido mencionado. Constituyen el cultivo de un hombre. Todo hombre trae en sí, como una semilla, la posibilidad de un gran desarrollo. Pero, como una semilla, requiere de cultivo para que ese desarrollo tenga lugar. Si una semilla se arroja sobre una piedra, no sale de ella una planta. Si un hombre no es situado en condiciones apropiadas, no se desarrolla como hombre total.

(…) El mundo aparecerá en todo su esplendor con la justicia al lado de la belleza. Los hombres enriquecerán sus sentimientos, percibirán mejor los colores y los sonidos y las formas de las cosas. Tendrán la sensación de obtener el máximo de la vida. Eso es la cultura.

Septiembre, 2025.

4 comentarios:

silvio dijo...

TIERRA SIN NOSOTROS
Por Irene Vallejo

Nunca más, nunca más. Lo repetía el cuervo implacable en el poema de Poe: “Nunca más”. Lo mismo dijeron millones de voces tras la pleamar del horror, tras la Shoah y —menos recordado— el Holocausto gitano. Sin embargo, la advertencia de aquel pájaro fatal se desvanece una y otra vez: los nuncas y los siempres humanos son efímeros cual pluma al viento. Desde entonces, el monstruo del genocidio ha vuelto a despertar. Exterminios en Camboya, en Guatemala, en Ruanda, en Srebrenica, hoy en Gaza… Con el mismo arsenal de pretendidas justificaciones, los ejércitos siguen masacrando a civiles.

La exaltación de la fuerza está de regreso. Nos impulsan a admirar el poder sin restricciones y la crueldad, que es su despliegue. Nada tiene de novedoso: la sed de destrucción total y las matanzas masivas contra pueblos enteros tienen precedentes antiguos. Hace casi 20 siglos, encontramos una temprana mención a los crímenes contra la humanidad. En el libro VII de su Historia natural, Plinio el Viejo alude a Julio César y le atribuye humani generis iniuriam, es decir, un ultraje, un daño, una afrenta contra el género humano.

Durante sus campañas militares, mientras negociaba una tregua con los usipetes y tencteros, César lanzó un ataque indiscriminado. Lo sabemos por la crónica de sus hazañas, La guerra de las Galias, que escribía para afianzar su propia imagen de general glorioso. Su obra inauguró el recurso de hablar sobre sí mismo en tercera persona, para ocultar —insignificante detalle— que el cronista imparcial y el jefe máximo eran la misma persona. Según contó, “nuestros soldados irrumpieron en el campamento. Una multitud de personas —ancianos, mujeres y niños— huyó en todas direcciones. César envió a la caballería para darles caza. Muchos de ellos fueron asesinados; el resto se arrojó al río y pereció allí, vencido por el pánico, el agotamiento y la fuerza de la corriente". Orgulloso de su gesta, César se jactaba de haber asesinado a más de un millón de combatientes en las Galias, y a 430.000 almas en esa sola acción, a orillas del río ensangrentado. Más allá de la veracidad de las cifras, lo que importa e impacta es la ostentosa satisfacción del general por su ataque a sangre fría contra pueblos desprevenidos con el propósito de aniquilarlos por completo.

A lo largo de la guerra, César entendió el potencial de la hambruna para causar la muerte de familias, incluso de naciones. Gran parte de sus víctimas sucumbió por hambre cuando ordenó confiscar y destruir cosechas, además de quemar asentamientos y granjas. Otras murieron congeladas porque las legiones incendiaron edificios, aldeas y pueblos, expulsando a sus habitantes a la intemperie invernal. Enormes bosques fueron talados para impedirles buscar refugio en la compasión de los árboles. La marcha del ejército romano a través de los territorios enemigos los convirtió en paisajes de devastación y terror.

silvio dijo...

Tierra sin ... (2)

La masacre de los usipetes y tencteros sacudió Roma. Se nombró una comisión para investigar las acciones militares en las Galias. Catón el Joven exigió que el sanguinario caudillo fuera entregado a los galos por sus delitos. Aquel exterminio parecía violar incluso las laxas ideas romanas sobre las leyes de la guerra. Sin embargo, Julio César, precoz maestro de propagandistas, estaba convencido de que el relato de esas atrocidades afianzaría su reputación como líder invencible. Se aseguró de que sus compatriotas supieran que había sometido a varios millones de personas, muchas asesinadas o vendidas como esclavas, cuantificando minuciosamente sus matanzas. La magnitud de sus victorias acalló las voces críticas y lavó sus crímenes: desde antiguo, el éxito acostumbra a tramitar indultos instantáneos. Partiendo de las cifras de Plutarco y Apiano, se calcula que los ejércitos romanos asesinaron a un cuarto de la población total gala: numerosos historiadores acusan sin ambages a César de genocidio. Como tantas veces ha ocurrido, acto seguido el flamante y admirado general volvió las armas no contra nuevos enemigos extranjeros, sino contra los propios romanos, en una guerra civil.

Hoy vivimos un retorno triunfante de líderes despiadados que asientan su autoridad en actitudes brutales e inflexibles. Para ellos, castigar sin contemplaciones es un espectáculo conveniente, un ritual público que enardece a sus seguidores y atemoriza a sus adversarios. Pone en escena las emociones dominantes: el apetito de orden, el miedo, la venganza, la violencia contra el adversario. La empatía y la compasión hacia las víctimas ajenas son descartadas como flaquezas, fracasos o falsedades. En el teatro del poder se escenifica la capacidad del gobernante para decidir sobre la vida o la muerte sin que le tiemble la mano, erigido en juez que dictamina culpables, escarmientos y condenas.

Las palabras “castigo”, “castidad” y “castración” comparten la misma raíz lingüística. Todas provienen del latín castus, que significa “puro”. El significado literal de castigar es, por tanto, “hacer puro”. Aunque en nuestros días el término pureza pueda sonar trasnochado, a damiselas de novela o telenovela, tiene dimensiones más trágicas que melodramáticas. Su origen está, tal vez, relacionado con el fuego —en griego pur— que purifica al precio de destruir la vida. Un concepto, como ya descubrieron los antiguos, que se demostró extremadamente eficaz para asegurar el control: sobre los cuerpos, por medio de la vigilancia del deseo y la virginidad custodiada; en la esfera social, a través de la idea de la pureza de sangre. De castus proceden las castas, grupos cerrados, con privilegios o desventajas. Llevado al extremo, lo sabemos, el castigo colectivo conduce a expulsiones y exterminios. En nombre de la pureza de sangre, España desterró a judíos, musulmanes y conversos moriscos.

silvio dijo...

Tierra sin ... (3 y fin)

En un episodio del Quijote, Sancho reconoce por los caminos a un vecino de su aldea que viaja disfrazado entre peregrinos. Ricote es un musulmán convertido que perdió su hogar por orden real, como todos los suyos. Los decretos del rey lo exiliaron al norte de África, a una patria que no conoce, una lengua que no habla y una religión que ya no practica. “En ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea”, dice Ricote. La expulsión de los moriscos obligó a marchar a más de 100.000 conversos, repudiados en su tierra natal, sospechosos también en tierras islámicas. Las consecuencias fueron ruinosas: empobrecimiento del comercio y la agricultura, despoblamiento, inseguridad y dolor. Conmovido por las penas de su viejo amigo, Sancho promete que no lo denunciará y ambos se funden en un abrazo. Con cervantina compasión, el fiel escudero toma partido por los exiliados.

Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos dividimos el mundo entre inmaculados e inmundos, es decir, entre nosotros —limpios— y los otros —mezclados y manchados—. Siglo tras siglo, la pureza y el castigo regresan con su danza macabra. Montesquieu señaló en El espíritu de las leyes: “Sería fácil probar que, en todos los gobiernos de Europa, los castigos han disminuido o incrementado en la medida en que dichos gobiernos favorecen o desalientan la libertad”. Hoy, la condena y la ejecución vuelven a la plaza pública, retransmitidas para intimidar cualquier gesto de oposición, cualquier abrazo quijotesco. Los nuevos profetas de la sociedad impoluta —sin suciedad— exhiben la expulsión y el exterminio como aviso a disidentes e impuros. Desde la más remota Antigüedad, matar por afán de poder y pureza es una gran mancha en la memoria de lo humano.

https://elpais.com/opinion/2025-09-21/tierra-sin-nosotros.html

silvio dijo...

FIN DEL VERANO DE 2025
Por Manuel Vicent

Este verano de 2025, que se va hoy por el desagüe, ha sido muy cruel. Mientras media España estaba bajo el fuego y el ciudadano se desayunaba cada mañana con un nuevo incendio, en el telediario se le servía de sobremesa la visión de los muertos entre los escombros de la demolición programada de Gaza. Los incendios han sido apagados, pero el fuego permanece en la boca incendiaria de algunos políticos que no ven la forma de apagar su odio al adversario. A la Unión Europea le va a acompañar para siempre el deshonor de haber presenciado cadáveres de miles de niños hambrientos bombardeados sin hacer nada que no fueran los lamentos del ritual diplomático. Esta vez no valdrá decir que nada se sabía de este exterminio, como sucedió con el Holocausto. Esta vez la masacre indiscriminada ha supuesto una exhibición del mal bajo la forma más visible y diabólica. Los palestinos de Gaza siguen siendo ritualmente exterminados mientras los políticos se enredan con la semántica de si es o no es un genocidio, pero más allá de este enredo con las palabras con que se pretende enmascarar la mala conciencia, es evidente que esta matanza solo se puede parar mediante una rebelión popular masiva que llene las calles de Europa de millones de gente airada. Ya no vale apartar los ojos de semejante ignominia. Fue el arma que acabó también con la guerra de Vietnam. A quien me pregunta qué es la felicidad le digo que es la de aquel verano que ni siquiera recuerdas. Posiblemente, eras muy joven o tal vez estabas ya entrado en años, pero sabes que fue tu verano porque siempre acudes a él cuando tratas de recordar los días felices del pasado que concentran en tu memoria todos los placeres posibles con la armonía del cuerpo. Aquellos sueños han sido abrasados este verano de 2025 que muchos recordarán como aquel en que se vio de cerca el fuego del infierno unido a las fuerzas del mal en el genocidio de Gaza. Y si un día alguien te pregunta “¿y tú, qué hiciste?” no podrás evitar una respuesta.

https://elpais.com/opinion/2025-09-21/fin-del-verano-de-2025.html

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