viernes, 26 de septiembre de 2025

El desafío actual y la mirada culpable

Por Aurelio Alonso

                                                                                 Para Cary Cruz, por la complicidad 

Trataré, en primer lugar, de exponer sintéticamente la complejidad actual del mapa mundial, sobre todo por considerar necesario poner en claro mi visión del “gran panorama”. Subrayo “la mía”, porque no ignoro que existen otras visiones, y no solo las opuestas, proclamadas incluso por los enemigos, sino entre las que coinciden en lo esencial.

Baste recordar ahora que, después de perder la “guerra fría”[2], el Este tardaría más de una década en reponer un bloque con propuesta alternativa al proyecto hegemónico de acumulación neoliberal adoptado en Occidente. Reposición en la cual juega un papel decisivo el avance impetuoso del proyecto socialista chino.

Hago un paréntesis para aclarar que la idea de la “frialdad” bélica conecta con la bipolaridad de una posguerra marcada militarmente por la diabólica novedad del poder de destrucción nuclear. Poder al menos competido entre los polos, solo cuatro años después de que los Estados Unidos aterrara al planeta con su utilización en Japón –barriendo a dos ciudades completas– para poner punto final al conflicto. Fue una acción despiadada e innecesaria, aunque la Historia estadunidense lo narre como un final heroico. Tergiversación consecuente con la de atribuirse la victoria sobre el nazismo. Al menos en mentir son coherentes, hay que reconocer.

Un simple vistazo al “mapabellun”[3] muestra más de un centenar de guerras después de 1945, en tanto la primera mitad del siglo solo registra una veintena. La “guerra fría” dejó una suma de muertes muy superior a la Primera Guerra Mundial. Así que no luce muy respetuoso que la llamemos “fría”.

Pero justo ahora se hace del todo evidente que la pirámide de poder liderada por Washington no podría sostenerse si no es al costo de programas de exterminio masivo. Es algo que está demostrándose día a día. La impunidad alcanzada no debe perdurar, porque amenaza a la subsistencia humana.

El servilismo de Israel al proyecto dominante exhibe, con desvergüenza, junto al propósito de barrer con Palestina, el de crear una potencia hebrea regional, en Oriente Medio, asociada a Washington.

La nueva alternativa

La alianza entre Pekín y Moscú, que no se logró bajo el modelo socialista dominante en el siglo XX, se produjo ahora con una Rusia escarmentada de retrocesos en su aventura “occidentalizadora”, y urgida de rescatar el protagonismo perdido. La incorporación de la India, necesitada de consolidación independiente, completaría el núcleo duro de la novedosa propuesta.

Nótese que no es un trío que se caracterice por un denominador como sistema, lo cual vale para los países que se sumen a la asociación. La alternativa ahora se nos presenta entre multilateralismo y unilateralismo, y no entre socialismo y capitalismo. Importante es no perderlo de vista, porque no estamos ante una simple diferencia de lenguaje. No apunta a una confrontación de hegemonías. Es esto lo que hemos visto surgir, desde la segunda década de este siglo, con definición diferenciada, bajo ese neologismo formado simplemente con las letras iniciales de los nombres de los estados fundadores: BRICS. Sin atenerse –insisto-- a una denotación sistémica, ya que hacerlo sería un equívoco en más de un sentido

Llamo la atención de la rapidez con que parecen haberse zanjado los diferendos fronterizos entre Rusia y China y entre China y la india, que por tantos años enturbiaron las relaciones de estos gigantes. Se pretende ahora un acercamiento de los países de la segunda fila en el mapa socioeconómico global, en un frente independiente de la hegemonía atlantista que lideran los Estados Unidos. Sin buscar para ello otra cosa que una complementación efectiva.

Podría decirse, en pocas palabras, el concierto de naciones soberanas con iguales derechos, hasta ahora nunca alcanzado.

Nuestra América ha estado presente desde el comienzo en este cumbite plurinacional con Brasil, por razones obvias, pero la presencia latinoamericana y caribeña aquí se encuentra aún en pleno despegue. Su desarrollo, a pesar de la evidencia de los beneficios para los países de la región, presenta la complejidad de darse en el territorio que los Estados Unidos consideran, todavía, su patio trasero. Y que no van a escatimar recursos, ingenio y maldad, para perpetuar su dominio regional. Va a ser así a pesar de la movilidad apreciable en el panorama americano de los últimos sesenta años.

La integración de la República Surafricana completa la sigla fundacional con la presencia indispensable del África.

En Kazán, en 2024, la XVI Cumbre de los BRICS aprobó un crecimiento de su membresía a diez países, y creó el status de países socios, para permitir otras incorporaciones, incluida Cuba. Este año la XVII Cumbre, en Río de Janeiro, mostró un avance organizativo importante, y también las primeras señales de las debilidades con las que tendrá que lidiar el proyecto BRICS.

También la primera reacción de agresividad de la Casa Blanca, que anunció enseguida la inclusión de los BRICS en el expediente de su “guerra de aranceles”. Política de extorsión arancelaria que, de resultarles exitosa más allá del corto plazo, caracterizará al orden internacional actual, contra el auge multilateral.  

De lo que no cabe duda es de que el mundo vuelve a contar con un escenario alternativo al de la hegemonía estadunidense. 

El reto del entendimiento

Me he permitido este preámbulo para subrayar la naturaleza del reto que representa el cambio en el paradigma de izquierda, para comprender nuestras realidades presentes y futuras. 

Las problemáticas centrales a nivel global no han perdido vigencia ni pueden ser relegadas. Se articularán mejor –es de esperar– en el contorno de la nueva alternativa.

Pienso en la catástrofe en que hemos sumido a la Tierra: cambio climático, calentamiento global, deforestación y sus consecuencias fatales Situación que, dentro de las coordenadas actuales de poder, no tendrá una respuesta global.  Se ha demostrado que la solución no es posible. Matemáticas elementales: crecimiento incontrolado del capital y restauración del ambiente no son compatibles.

Otro problema global es el de las discriminaciones (principalmente la de la mujer, la étnica y la religiosa, a menudo ligadas entre sí), que hasta en los casos de avance, como el cubano, está lejos de poder considerarse un problema resuelto.

En tercer lugar, pienso en el tema de las migraciones, al cual el crecimiento de la población mundial, las desigualdades y la pobreza han dado una complejidad para la que los países del “norte global” no estaban preparados. 

Estos temas centrales se cruzan ahora, a un mismo nivel con el tratamiento de otro que se ha hecho prioritario para el conocimiento científico. Me refiero a la urgencia de despejar la perversión conceptual –la cual he tocado por los bordes en líneas anteriores—vinculada a intereses políticos elitarios, que se esconden tras las ambigüedades de las ideologías. Esta confrontación no es otra que la “batalla de ideas”. Palabras que trascienden con mucho a la designación de un plan de acción por el que hayamos pasado, aunque también se ha asomado en los últimos años en el pensamiento crítico. Gracias a esos aportes podemos hablar hoy, con suficiente argumentación, del “Sur global”.

La ciencia social encara el reto de descubrir los vasos comunicantes que reclaman los movimientos, las relaciones y las acciones a emprender en este cambio de época. El cambio decisivo –revolucionario, diría yo, irrespetando ortodoxias-- en el plano global.

Nuestra aventura americana del siglo XXI supone no conformarnos con dar respuesta a nuestros dilemas respectivos. Rebasar juntos las estrechas fronteras propias al buscar respuestas y soluciones.

Las últimas décadas revelan caminos que probaron ser efectivos, aun habiendo tenido que transitarlos en guerra ¿“fría”? No siempre con balas, pero guerra económica, comercial, política, informativa, cultural, guerra siempre sucia, pues la guerra solo puede considerarse legítima cuando se hace en defensa de la propia soberanía. La caracterizo así, cuando responde a razones justificadas, pues el término de “defensa” tampoco escapa a ese deterioro conceptual que el ideario occidental ha llevado a extremos inauditos. ¿En qué cabeza cabe pensar, por ejemplo, que Cuba o cualquier pequeño país de su entorno represente un peligro para la seguridad de los Estados Unidos”? Ningún pensamiento que se respete lo creería.

“De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, y hay que ganarla a pensamiento”, afirmó José Martí, y sigue siendo así. Porque lo es objetivamente, no se crea que es mera cuestión de doctrina.

Socialismo y democracia

El estudio de la sacudida de los noventa generó en mí –como en cualquier estudioso comprometido, creo yo-- obvias incertidumbres, más allá de la sorpresa. Y también algunas conclusiones, de las cuales no tengo por qué renegar. En lo que se refiere al replanteo de alternativas, la principal de estas conclusiones sería que no podrá existir socialismo sin democracia ni democracia sin socialismo. No es una consigna y a estas alturas ni siquiera una hipótesis, sino una tesis fundamentada por la Historia, que no ven solamente quienes no lo quieren ver.

Se sostiene, de una parte, en las frustraciones en la consumación de la transición socialista emprendida. Al menos en la principal. La reconozco principal porque pienso que lo fue, al margen de los desvíos y del fracaso Basta repasar en un párrafo el estruendo socioeconómico, político y cultural que generó la revolución rusa de octubre de 1917 y aquel sistema socialista que se volvió modélico en el siglo XX.

En Rusia el bolchevismo en el poder, liderado por Lenin los cinco primeros años, y por Stalin los treinta siguientes, hasta 1953, realizó una proeza histórica sin precedente. Desarrollado bajo constante asedio, en el más retrasado de los países capitalistas del conjunto europeo, en algo más de dos décadas había logrado levantar la potencia capaz de revertir, sin ayuda de nadie, la ofensiva militar nazi, que se creía invencible.

En la década siguiente al fin de la guerra, que había librado al costo de más de veinticinco millones de vidas, con una apreciable devastación y sin un “Plan Marshall” que propiciara su recuperación, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) rebasaba con creces sus índices precedentes de crecimiento. Al punto de volverse segunda potencia mundial y de poner en jaque a la arrogancia estadunidense, con la ventaja momentánea en el cosmos y la paridad nuclear.  

A pesar de sus excesos, no cabe duda de que Stalin sabía cómo “liberar las fuerzas productivas”, sin tener que propiciar fortunas oligárquicas. Sin embargo, no dejó una institucionalidad sociopolítica capaz de perpetuar esos logros. Sus sucesores analizaron sus   errores solamente como defectos personales. Y ninguno de los dirigentes que ocuparon después de 1953 los poderes del país supo hallar la ruta de la continuidad del sistema.

Hay motivos para pensar que el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) no rectificó con acierto en su XX Congreso (1956). Por defecto al centrarse en la cuestión del “culto a la personalidad”; por exceso al tratar de borrar a Stalin de la Historia, restando valor a las glorias logradas. Considero que cuando se le cambió el nombre a Stalingrado se olvidaba la gloria vivida por la ciudad, que no por gusto quedó inmortalizada en la Historia con ese nombre.

Pienso que el déficit de liderazgo lastró aquella crítica. Fue una debilidad que acabó por erosionar el sistema. Además, todo esto bajo un asedio exterior combatido con poca efectividad. 

    

 ¿Cómo cerrar la página, del expediente socialista, aceptando resignados, tras el derrumbe del sistema soviético, a que “no había alternativa”?

Recuerdo a veces a un presidente de México de los años setenta que hablaba de los dos grandes sistemas. Decía que en uno se privilegiaba la libertad en detrimento de la justicia, en tanto que en el otro el énfasis en la justicia llevaba a descuidar las libertades. Juicio discutible pero revelador del dilema sistémico.

En fin, que los fracasos sufridos nos obligan a despejar las causas y no repetirlas, si aspiramos a encontrar el camino de la democracia socialista. No es un tema resuelto, a pesar de experiencias e incluso de avances incuestionables. Es por eso que insisto en “reinventar” el socialismo como necesidad.

Además cuando hablo (hablamos todos) de “socialismo” para identificar lo existente, nos estamos refiriendo en realidad a “transiciones”[4], y no a sistemas que hayan probado irreversibilidad en sus estructuras. Nunca escuché mayor disparate que cuando se afirmó (como “verdad oficial”) que la URSS ya había cumplido los límites del socialismo y comenzaba a construir el comunismo.

En su Historia del corto siglo XX, Eric Hobsbawn llama la atención de que aquel partido (el PCUS) que ya contaba con más de un millón de miembros y la más impresionante tradición de lucha; no fue capaz de impedir el derrumbe. Tremendo golpe descubrir que el sistema no era irreversible.

“Irreversibilidad” se ha vuelto un concepto clave para el socialismo, en la teoría y en la práctica.

Fingir la democracia 

De manera análoga a mis reparos sobre el “socialismo real” (como le llamábamos), vivido y pensado, me atengo a un criterio histórico para criticar ambigüedad, imprecisión, deformaciones en el concepto de “democracia”. Manejado con poco rigor –y oscuras intenciones-- por la ideología hegemónica, como antípoda del socialismo. De todas las tergiversaciones, posiblemente sea esta la que más daño haya hecho, puesto que induce a la búsqueda de valores democráticos dentro de la secuela de deformaciones creada por una institucionalidad torcida. Una miopía aferrada al dogma de que democracia y socialismo son incompatibles. Especialmente cuando no hace falta escarbar para percatarse de que lo que se ha hecho incompatible con la democracia, es el poder incontrolado del que el papa Pablo VI llamara “capitalismo salvaje”.

Aquel ideal democrático burgués que llevó al pensador francés Alexis de Tocqueville[5] a expresar, a la altura de 1835, su deslumbramiento por la institucionalidad de la joven república norteamericana, se perdió, anegado en sangre, en la violencia de las dos décadas que siguieron. Desde la rapiña genocida en la conquista del Oeste hasta la guerra civil más cruenta de la historia, en la que cerca de un millón de ciudadanos se mataron entre ellos, para construir la república que los franceses sublimaran tan prematuramente.

Pero para un latinoamericano de hoy no debiera hacer falta teorizar mucho sobre lo que acabo de afirmar, si lo que quiere es colocarse en el carril crítico correcto. El que no supone el rechazo de la democracia, pero tampoco incorporar los paradigmas que nos tratan de legitimar con vistas a apuntalar la dominación. Dominación que ha comenzado a tambalearse, pero que sigue vigente.

Para no quedarme en esa generalidad, puedo aludir a algo tan sencillo como el hecho de que la limitación temporal y la alternancia en el mandato presidencial, pretendidos para limitar los perjuicios de una mala administración, se convierten en su contrario –antidemocráticos—cuando se utilizan para impedir la prolongación de gobiernos con programas populares. En cambio, también puede servir a grupos de poder para perpetuarse. El sistema político norteamericano limitó la presidencia después que Franklin D. Roosvelt, electo para un cuarto mandato consecutivo, falleció en 1945. Ahora se agita contra aquella limitación para para dar continuidad a Trump.

El aura democrática burguesa sirve por igual para condenar como dictatoriales, tiránicos, autoritarios, totalitarios a regímenes que intentan blindar su democracia con la continuidad, y busca su verdad frente al hegemón. Y al mismo tiempo encubre --y legitima, en el cuadro hegemónico— a anacrónicas monarquías parásitas que consumen presupuestos billonarios y pueden incluso corromperse a discreción   

En nuestro tiempo americano miro al principio político de la “elección popular”, manejada desde las oligarquías (el poder del dinero), tan evidente en la elección de Bolsonaro, en Brasil, de Milei en Argentina, y en la más reciente y escandalosa, la de Noboa Jr. en Ecuador. Más novedoso ha sido el abuso de la división de poderes del Estado contra la democracia, como se hizo sentir en Paraguay, cuando el Congreso obligó a renunciar al Presidente electo con argumentos netamente burocráticos. En Brasil se inauguró el uso torcido del poder judicial (“lawfare”) contra Dilma Rousseff, e incluso se implementó una corrupción judicial para encarcelar sin razón a Lula, con vistas a impedirle volver a ser electo para la Presidencia del país. Al lector no le sería difícil rellenar estas páginas con ejemplos. Hasta se pudiera ingeniar crucigramas a partir de tales maniobras. La democracia en la división de poderes del Estado “se fue a bolina”, hubiera apostillado Raúl Roa.

Me parece innecesario aclarar con más ejemplos que la descomposición actual del ideal democrático no responde a una casuística, sino que se origina en la evolución del centro hegemónico mundial. Que allí se genera el uso torcido de las instituciones legitimadas contra los mismos principios democráticos, en los cuales nos hace creer que se sustenta. La muestra más visible es quizás la impunidad con que Donald Trump recuperó la Presidencia a pesar de admitir su rol de instigador en la toma del Capitolio por sus seguidores tras la victoria electoral de su opositor. Eso se llama “putch”, y no “expresión popular de descontento”, como él afirmó.   

El “principio” goebbeliano de convertir la mentira en verdad, es hoy realmente centro de la ideología con la cual domina y pretende expandir su dominio ese “Occidente global”. 

 “La casa de los trucos”, apostillaría un amigo sociólogo, difunto ya.     

Por tal motivo estamos obligados a distinguir entre practicar la democracia y fingirla. Fingir la democracia ha devenido modus vivendi del liberalismo burgués, pero el contagio de esas prácticas en el socialismo ha mostrado que puede llegar a ser letal para el sistema. Evitar el peligro de este contagio debiera ser la primera precaución dentro de la democracia socialista, porque depender de las ideas del enemigo puede ser –es, a mi juicio—la peor forma de dependencia. La más difícil de combatir.

En conclusión, que nos debatimos entre los riesgos de un socialismo nonato y la democracia fingida, descompuesta por siglos de deformación en el dogma de servir a la acumulación y concentración de las riquezas. Por tal motivo pienso que la democracia, como el socialismo, también hay que reinventarla. Que buscando eficiencia no incorpore vicios que puedan erosionarla e incluso deformar el sistema.

Pero esto sería ya otro capítulo del debate inconcluso que aquí solamente podíamos sugerir.

La tragedia de la libertad

Llegado al punto de haber confesado tantas inquietudes que han de chocar con criterios establecidos, ninguna irreverencia debe quedar en el tintero, por absurdo que parezca mi atrevimiento.

Nada nuevo hay en recordar que el ideal democrático nace tarado de falta de libertad en la antigüedad griega, y se transfiere a la romana con este mal. Y que, en Atenas como en Roma, degeneró en solución imperial. Nació fementido: el “demos” no era el “demos”, era la clase esclavista. Es la democracia griega, que atraviesa un proceso de estructuración de la sociedad esclavista, el cual degenera en el imperio macedónico, que ha sido y es, la referencia como modelo original de la república. ¿El pecado original? No lo sé.

El rescate del ideal democrático se puso al día desde el final del siglo XVII, y especialmente del iluminismo francés del XVIII, en el marco del pensamiento liberal. Ligado estrechamente a la connotación adquirida por el concepto de libertad, devenido eje del nuevo paradigma social. En él se basaba la ideología de la nueva dominación, la burguesa, porque se sostenía al fin en explotados libres, que podían negarse o aceptar las condiciones de venta de su fuerza de trabajo. Carlos Marx lo revelaría con rigor de demostración en su obra económica.

En 1844 Federico Engels publicaba La situación de la clase obrera en Inglaterra, resultado de una acuciosa investigación de terreno, en la cual mostraba con claridad que la crueldad a que la revolución industrial inglesa llevaba a su población obrera, agravaba todas las condiciones precedentes de explotación. Engels aportaba, sin saberlo, probación sociológica a la demostración teórica a que había arribado Marx. El aporte liberal se traducía en libertad en beneficio del comprador de la fuerza de trabajo, mientras que para el vendedor (el proletario) significaba la incertidumbre de la subsistencia misma. Fue, como se sabe, el origen de aquella estrecha relación entre Marx y Engels, lo que dio paso a la propuesta de una libertad efectiva para los explotados.

La dictadura jacobina hizo suya la consigna de “Libertad, igualdad y fraternidad, o la muerte”, para Robespierre y el liberalismo radical, con la muerte como disyuntiva. Para el liberalismo digerible que quedó en el ideario burgués, sin luctuosos extremos de sacrificio, salvo el que corresponde a las clases subalternas.

Para el pensamiento socialista, en la mayoría de sus variantes, aquellos conceptos del pensamiento liberal constituyen, o deben constituir, un legado –así lo pienso yo—aunque de manera distinta.

Se trata de que, a diferencia de la suma algébrica, en la ciencia social el orden de los factores SÍ cambia el producto. Y a veces de manera radical. Planteada en aquel orden conceptual, el objetivo esencial resulta, de manera visible, la libertad, al cual los otros dos conceptos quedan subordinados. En principio, no de manera expresa, pero conectados artificialmente, sin prestar atención a un factor contradictorio (en un plano rigurosamente lógico, subrayo).

La Declaración de derechos del hombre y el ciudadano, redactada por Benjamin Franklin, John Adams y Thomas Jefferson, para iluminar el ideal de la nueva república, revela esta confusión desde su primer artículo. Allí se afirma que “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos; las distinciones sociales no tienen más fundamento que la utilidad común”, sobre cuyas incongruencias creo que puedo ahorrarme la crítica.  Los propios autores parecerían tratar de desfacer este entuerto en el punto cuarto de la declaración: “La libertad consiste en la facultad de hacer todo aquello que no perjudique a otros”, Lamentablemente ni con esta imprecisión entre libertad e igualdad los ideales que proclamaba aquel documento fundador fueron respetados, salvo en los párrafos que santifican la propiedad como derecho inalienable.

He preferido tomar la proclamación norteamericana como referencia no solo por anteceder a la dictadura jacobina en Francia, sino por apuntar a la república burguesa que los franceses admiraron, tras fracasar en una revolución que terminó en imperio, como en la antigüedad griega y romana. Tardó Francia casi un siglo en estabilizar un sistema republicano.  ¡Qué pereza!

Lo que quiero afirmar aquí es una apreciación tan sencilla como que nuestro paradigma no puede ser el liberal, si es que aspiramos a una sociedad superior. Tendrá que ser un paradigma SOLIDARIO, en esencia. Un paradigma en que la libertad quede expresamente regulada por la igualdad y la fraternidad. Que no permita que un país o un grupo de países poderosos se crean libre de imponer su arbitrio para violar soberanías de quienes no se le someten, en lo económico, político e ideológico

Que incorpore en cuerda crítica el legado liberal, sin abjurar siquiera de sus valores, pero llevando a primer plano el principio que los iluministas conceptuaron en términos de “fraternidad”. Tomando así en cuenta el orden de los factores en el conocimiento social. Solo así podemos vincular seriamente los conceptos de libertad y democracia. Solo así podrá llegar a ellos la luz de la verdad, si se me permite cerrar con una aserción filosófica.

De estar de acuerdo en este punto, podemos decir que se trata de escoger entre alternativa solidaria y alternativa liberal, Y de atenerse a las consecuencias.

Falta decir que la primera es una alternativa que solo podrá lograrse en condiciones de paz, en tanto la otra requiere de la guerra como medio natural, a pesar de esconderse en farsas retóricas pacifistas.  

Cuba en el escenario 

Sería imposible cerrar estas líneas sin preguntarnos sobre el papel de Cuba en el escenario descrito. Ante todo, porque se podría decir que, de cierta manera, Cuba está en ese escenario antes de que el mismo existiera.

La revolución de 1959 dio lugar al desgajamiento de la Isla del lazo neocolonial, y su condena a la devastación, en una historia de más de seis décadas de hostigamiento sin tregua que no necesito relatar aquí. El lector no me lo perdonaría, pues a pesar del barraje propagandístico en contra nuestra, la verdad de Cuba es tan conocida como para que las Naciones Unidas vote casi unánime, en Asamblea, todos los años, contra la política de asfixia que le impone Washington.

Cuba no es un BRICS por sus dimensiones --territorial y demográfica-- poco significativas. Ni por recursos naturales estratégicos, como podrían ser el petróleo o el litio. Ni por su desarrollo económico, obstaculizado por el bloqueo desde los años sesenta y, desde los noventa, al garete dentro de las turbulencias globales, desconectada tras la desintegración del “bloque socialista” soviético, que la sostuvo hasta entonces.

Cuba es un BRICS por haber sido capaz de defenderse en solitario, contra el dictado y las acciones del imperio, estando tan cerca de sus costas. Lo es por demostrarle a Nuestra América y al Mundo que la libertad para nuestros pueblos nace de la resistencia, como expone con acierto Cintio Vitier en su ensayo Libertad y resistencia. Lo es porque desde su comienzo el socialismo cubano daba respuesta a las necesidades básicas de salud, educación, empleo y vivienda, sin esperar siquiera a contar con una economía que lo costeara. Lo es porque Cuba buscaba ya otra alternativa antes de que el fracaso de la zafra de 1970 la obligara a ingresar formalmente al bloque del Este. Lo es porque Cuba revolucionaria es un BRICS por naturaleza propia, figure o no en la nómina de sus miembros.

Somos una sociedad dispuesta a no claudicar en la elección de su paradigma, ni siquiera en uno de los rincones más complicados del escenario global

Sobre el potencial de la participación política en la sociedad cubana, sería una pedantería especular aquí. Prefiero valorar un episodio local reciente.

Cuba experimentó a mediados de 2025 un singular ejercicio democrático, cuando una decisión, en apariencia imprescindible para salvar la economía de un organismo clave, laceraba a gran parte de la población. Esta actuación provocó una reacción espontánea por parte de instituciones revolucionarias de la juventud y la academia, que obligó al poder estatal a propiciar una revisión y rectificación de la medida. Tuvo que acaecer, como es habitual, en medio de tergiversaciones y provocaciones mediáticas enemigas neutralizadas por los propios hechos.

Aunque está por probarse la efectividad de los ajustes adoptados, es ya un revés que observamos con optimismo a la impunidad administrativa.

Esto que parece haber pasado inadvertido en el camino de la solución del diferendo, es para mí más relevante, como práctica, que lograr votos unánimes en las discusiones parlamentarias donde la democracia debiera reflejar mayor confrontación de posturas.

Las ciencias sociales tendrían también que reparar en la importancia de hechos como este, si aspiramos a contribuir a perfeccionar realmente nuestra democracia. Hacer que la participación no quede en el plano retórico. Lo considero un componente esencial del proceso de transición que ha intentado dos actualizaciones relevantes. La  primera, la Reforma Constitucional de 1992[6]. La otra, de mayor importancia aun, fue la Constitución de 2019 hoy vigente, aprobada tras un largo proceso de consulta popular, el cual posibilitó la incorporación de numerosos aportes al texto de la propuesta original.

No obstante, el horizonte democrático de la transición socialista cubana tiene por delante un desafío de perfeccionamiento institucional tan complejo como el de su aseguramiento económico, e igualmente afectado por el bloqueo norteamericano

El balance entre posibilidades y dificultades para Cuba debe mejorar en el escenario a la vista, siempre que nuestra capacidad de resistencia no disminuya. Y es todo el optimismo que puedo mostrar, con las debidas excusas para el lector que pudiera esperar más.

En suma, son dos los grandes desafíos cubanos: salir del estancamiento socialista, y sortear el peligro de fingir la democracia.

Debo aclarar, antes de poner punto final a estas líneas, que me he detenido sobre el tema de Cuba porque no creí posible dejar de tocarlo. No obstante, es evidente que nuestra realidad requiere un tratamiento especial, al que espero contribuir también.

La Habana, 31 de agosto de 2025

____________________________ 


[1] Revista Casa de las Américas, No. 319., ed. digital

[2] Aún si la   llamamos “fría” las guerras se ganan o se pierden, nunca basta con afirmar que terminaron.

[3] Graficación de un siglo de guerras, elaborado por Jean Paul Hébert para el Atlas de la Historia crítica del siglo XX, publicado por Le Monde Diplomatique en 2010.

[4] i.e. socialismo chino, socialismo cubano

[5] Su obra La democracia en América sigue siendo un clásico para la Academia estadunidense. 

[6] en 1991el comité central del Partido Comunista de Cuba dio a la luz un Llamamiento al IV Congreso del PCC. en más de doscientas páginas, con un abanico de cambios que solo fue considerado parcialmente

https://temas.cult.cu/catalejo/campo/88

1 comentario:

silvio dijo...

De Víctor Casaus:

BIBLIOTECA PERSONAL

​​​​​​​
​​​​​​​Para Alfredo Guevara
A los amigos que me conocieron
​​​​​​​en una librería


Estuve alegre y compré un libro
Amaba y compré un libro
Cobraba mi sueldo de soltero y compré un libro
Terminaba mi clase de estudiante y compré un libro

Hubo sangre y compré un libro
Dejé me dejaron nos dejamos de amar y compré un libro
A la sallda del cine compré un libro
Anunciaron día nublado y chubascos para hoy
​y compré un libro
tronó tronaron y compré un libro

Tenía mal humor y compré un libro
Tenía un buen amor y por supuesto compré un libro
Tenía un billete de tren un pasaje de avión
​un medio para el ómnibus y compré un libro

Sobre la tierra de las trincheras
en el fuego del amor y en el de la lucha de clases
leí un libro

Sobre la tarde sombría que por un momento pareció​
​interminable
sobre un océano sobre la pista de un aeropuerto
sobre la paja húmeda de la caña
sobre un cuerpo palma esperando
leí un libro

Compañeros de entonces de ahora y seguramente
​de después
hermanos acribillados de párrafos y letras
agredidos alevosamente con trágicas o cómicas erratas
cubiertos de pieles primorosas
o de áspera cartulina
coloreados o grises
manoseados o pateados
ya fueran de cabecera de corazón
o de bolsillo
como ven
​ los he amado

Perdónenme por tanto
si es posible
que alguna vez
(igualmente azotado por el júbilo la sangre
el amor el combate o la tristeza)
también haya tenido la alegría la pasión el dolor
o simplemente el atrevimiento
​​​ de escribirlos

Víctor Casaus

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