Mi último contacto personal con Segovia

 Por el Maestro Jesús Ortega

Fue en el verano de 1981 que vi por última vez al Maestro Andrés Segovia, en Granada, durante la celebración de sus famosos cursos y el no menos famoso Concurso. Tres jóvenes cubanos participaron en este. El Maestro José Loyola asistió muy brevemente a los cursos de composición, el nivel de los mismos resultó muy inferior a su ya sólida formación; mi papel era de observador en ambos eventos.

El jurado del concurso fue presidido, como era habitual desde que se fundó, por el propio Maestro. Como siempre, le acompañaban en el jurado eminentes músicos de todo el mundo. Lo integraron en esa ocasión Nicanor Zabaleta, el gran arpista español; el extraordinario clavecinista colombiano Emilio Puyana; el compositor español Carmelo Bernaóla y otros del mismo calibre.

El ambiente era extraordinario: cientos de jóvenes guitarristas de todas partes del mundo participaban en sus clases magistrales. Recuerdo a muchos japoneses, entre ellos el muy dotado Toru Canaris; mexicanos, entre los que se destacaban Marco Antonio Anguiano y Jaime Marquez; también los cubanos Rey Guerra, Martín Pedreira y Aldo Rodríguez, que están hoy entre los más altos exponentes de la guitarra cubana. Todos esperaban, siempre ansiosos, la aparición del Gran Maestro para admirarlo personalmente y sentirse cerca de tan poderoso inspirador; parecían cachorros en torno a su modelo e ídolo. Nunca me pareció más adecuado el apelativo cariñoso por el que sus íntimos le llamaban: “Papito”. Justo eso se sentía en aquellos hermosos días en las cercanías de La Alhambra, un gran padre rodeado de sus numerosos hijos artísticos.

Cuando logré verlo y conversar con él, me sorprendió que nos recordara de inmediato. Preguntó por mi maestro Isaac Nicola y sus amigos cubanos, por los familiares de quien fuera su primera esposa, madre de sus dos hijos mayores, proveniente de una familia de artistas y empresarios cubanos. Uno de ellos, el Sr. Quesada, gerente principal de la Sociedad DANIEL, fue su representante artístico por muchos años.

Durante las casi dos semanas que duró el Festival nos vimos cada día. También participaba en los encuentros el Maestro Loyola. Algunas veces era Segovia quien nos buscaba y conversamos mucho, de sus contactos con Cuba y sobre todo de la guitarra y el auge de que gozaba ya en todo el mundo, las nuevas músicas, los nuevos y excelentes intérpretes. Me dijo que se sentía muy feliz de ver un mundo guitarrístico muy diferente al que había encontrado al iniciar su prodigiosa carrera a los 14 años de edad; claro que no expresó que sin su enorme labor eso hubiera resultado poco menos que imposible.

Me honró invitándome a presenciar junto a él sus clases magistrales. Habría material para escribir un libro con lo acontecido en aquellas; algunas situaciones simpáticas, dramáticas otras. Se presentaban ante el Maestro desde profesionales avezados que convertían la clase en un verdadero hecho mágico, hasta principiantes que le hacían perder el tiempo con sus balbuceos en el instrumento. Recuerdo especialmente a un norteamericano que era incapaz de enlazar unos pocos acordes coherentemente (Loyola y yo le bautizamos el “cowboy”, por su modo de vestir); según tocaba mirábamos al Maestro que mostraba claramente su disgusto. Cuando terminó y esperábamos un fuerte regaño, estuvo unos minutos en silencio, pienso que buscando lo que le diría. Finalmente lo miró y le dijo muy enfáticamente: "¡Hay que estudiar la guitarra!" y lo despidió.

Aquellas jornadas maravillosas tuvieron su colofón con un concierto de Segovia. Se celebró en el Auditorio “MANUEL DE FALLA”, un enorme local con capacidad para miles de personas. De todos modos resultó insuficiente. Cuando Loyola y yo tratamos de obtener boletos, fue imposible: todo estaba vendido. Enterado de esto el Maestro nos invitó al palco reservado para sus invitados y pudimos disfrutar de su arte excelso.

La primera parte del concierto no fue buena, a pesar de que las obras interpretadas eran bastante sencillas; constantemente había fallos y errores. Pensábamos nosotros que estábamos presenciando el ocaso del sol que por tanto tiempo iluminó el mundo de la guitarra. ¡Que equivocados estábamos! Cuando salió a tocar la segunda parte, con obras mucho más complejas y difíciles, todo fue exquisito, perfecto, impresionante; parecería que en la primera parte hubiera tocado un estudiante y en la segunda el más excelso de los guitarristas. Tuvo que tocar varios encores y ya al final nos dijo lo siguiente:

“La guitarra es nuestra amiga y nuestra enemiga, pero hoy la culpa ha sido totalmente mía”. Hermosas palabras de quien ha sido el más grande guitarrista de la historia.