Por Alex Fleites
Si aceptamos que lo consustancial a la vida es el movimiento, Marianela Boán es sinónimo de vida. Bailarina, coreógrafa, fundadora incansable de conjuntos danzarios, escenarios de más de cuarenta países la han acogido a ella y sus creaciones, que rondan el medio centenar. En 2014 el Encuentro de Mujeres de Iberoamérica en las Artes Escénicas la homenajeó por su reconocida obra artística y le confirió el Premio Glo.
Entró al planeta Tierra por Guatemala, en 1954, durante el exilio de su padre, el periodista Ángel Boán, que trabajaba para el Gobierno de Jacobo Árbenz. Justo ese año Arbenz es derrocado violentamente por militares desleales, en lo que se considera el primer golpe de Estado organizado por la CIA en América Latina. Con seria amenaza para sus vidas, la familia Boán-Montalvo tiene que cruzar clandestinamente la frontera hacia México con la recién nacida envuelta como un fardo en una frazada. De ahí viajan a La Habana, donde inscriben a la niña.
Marianela, que se considera una habanera incorregible, desde 2010 reside en República Dominicana. Desde allí responde nuestras preguntas.
¿Cómo descubres la danza?
Creo que nací con la danza dentro. Nadie en mi familia de periodistas y maestros se había interesado en ella. Yo tenía un disfrute exagerado del movimiento en sí mismo. Adoraba las sensaciones de girar, saltar y caer y, además, me gustaba organizar el material danzario que iba encontrando, e invitar a mi familia a presenciarlo.
Mis padres —y más específicamente mi madre— detectaron mi vocación desde muy pequeña, e hicieron lo posible para que me dedicara a ella.
¿Por qué escogiste como vehículo de expresión la danza contemporánea y no el ballet?
Mi madre, Iraida Montalvo, era la directora docente de la Escuela Nacional de Arte cuando hice los exámenes de ingreso. Primero hice pruebas de ballet y aprobé; pero cuando fui a hacer las de danza contemporánea (que no sabía lo que era), vi a los alumnos de cabeza, descalzos, moviéndose como niños y reinventando el cuerpo.
Me fascinó. Creo que desde el primer día lo vi como un campo inmenso de disfrute y creación.
Afortunadamente, aprobé también las pruebas de Danza Contemporánea. Y ahí me quedé.
Durante quince años (1973-1988) perteneciste a Danza Contemporánea de Cuba. En la compañía te formaste como bailarina y coreógrafa. ¿Cuáles serían los hitos a destacar de Marianela Boán en DCC? ¿Trabajaste bajo la mirada de Ramiro Guerra?
Cuando entré a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea (CNDC), Ramiro ya no estaba. Era el gran ausente presente. Los coreógrafos habían sido sus discípulos y en ellos sentía la presencia y la carencia de Ramiro.
Mis primeras obras al comenzar a coreografiar en 1978 (Danzaria, Mariana, Con Silvio, Adán y Eva, Con Pablo, Guernica…), eran trabajos que resonaban con las nuevas generaciones que invadimos la compañía, y además con la idea de rescatar lo mejor de la obra de Ramiro.
CNDC fue una inmejorable escuela profesional para mi desarrollo como bailarina y coreógrafa. De ahí salí siendo una artista madura que había viajado el mundo, bailado casi todo el repertorio de la compañía, y creado muchas otras obras a lo largo de quince años, como El Cruce sobre el Niágara, Lunetario, Un elefante se balanceaba, Dos y Teoría de conjunto, entre otras.
Según mi cuenta, hasta el momento has fundado tres conjuntos danzarios: DanzAbierta (Cuba, 1988-2003), BoanDanz Action (EE. UU., 2005-2010) y la Compañía Nacional de Danza Contemporánea del Ministerio de Cultura de República Dominicana (2010 y dirigida hasta 2020). ¿Puedes caracterizar brevemente las singularidades de esos colectivos? ¿Cuáles serían los máximos logros en cada uno de ellos?
DanzAbierta fue el gran laboratorio original, lugar de rebelión y profundización; donde pude negar lo aprendido y buscar una nueva propuesta más cercana a las preguntas que tenía y a lo que quería investigar, con un equipo de bailarines y colaboradores maravillosos que hicieran suyo el proyecto.
Fue un espacio de ruptura y cristalización de ideas acerca del movimiento, la técnica, la naturaleza del espectáculo, el proceso de creación, la percepción del espectador, el tratamiento de lo cubano, de la literalidad, de la dramaturgia, de la contaminación y, sobre todo, un espacio de transparencia en medio de la opacidad impuesta a la opinión pública en la sociedad.
Obras para mí entrañables de esa etapa son, entre otras, Sin permiso, Una cuna, Antígona, Retorna, El pez de la torre nada en el asfalto, Chorus perpetuus y mis solos Gaviota, Fast Food, Últimos días de una casa y Blanche Dubois, junto a Tomás Gonzáles y Raúl Martín.
BoanDanz Action es la Compañía que fundo en Filadelfia, Estados Unidos. Con ella compruebo que lo experimentado con DanzAbierta se sigue transformando en nuevas experiencias, en relación con nuevas realidades y culturas.
Con BoanDanz Action mi trabajo estuvo centrado fundamentalmente en la relación entre el video y la danza. El conflicto del individuo con la imagen virtual en una sociedad post informática. A través de esa indagación surge un cuerpo creativo que toca aspectos medulares de esa sociedad, como lo son la convivencia afectiva con la imagen y la dictadura del objeto.
Obras como Lifting, Voyeur y False Testimony indagan en la falta de privacidad, la violencia generada por la crueldad hacia el propio cuerpo, el aburrimiento, la paranoia excesiva con la contaminación de todo tipo. En Decadere, la crisis de 2008, los conflictos culturales entre latinos y americanos.
En todas son una constante el manejo del video en la danza como elemento activo y partícipe de la trama y no decorativo, así como la música en vivo y el rol del músico en el espectáculo.
BoanDanz Action duró los últimos cinco años de mi estancia en los Estados Unidos, y en ese tiempo tuve el placer de llevar a bailarines norteamericanos a conocer e interactuar con Latinoamérica.
La Compañía Nacional de Danza Contemporánea de República Dominicana significó el retorno al Caribe, a mi cultura y mis dolores más importantes. El video y la tecnología en general pasan a un segundo plano, mientras afloran nuevos temas, nunca antes tratados en mi obra.
Recuperar el sentido de “misión” que de alguna manera había perdido en EE. UU. fue muy importante, ya que fundé la primera compañía de danza contemporánea del estado dominicano, y en ella pude emplear mi experiencia anterior como formadora, artista y gestora.
Mi primera obra en República Dominicana, Sed, está centrada en los conflictos de identidad de esa sociedad desde todos los puntos de vista: cultural, racial, sexual. También en las reminiscencias del trujillismo, la miseria generada por profundas diferencias de clase, la situación de la mujer, que sujeta el peso en la base de esa pirámide.
Sed y todas las obras creadas en Santo Domingo retoman, con una mirada caribeña, muchos elementos de mi obra cubana, como el humor, la contaminación profunda, la estructura de collage, el bailarín que canta y actúa.
Otras obras importantes de este periodo son Caribe deluxe, que explora el Caribe como paraíso y como infierno; Propulsion y Defilló.
Dirigí la compañía por nueve años, y muchas de estas obras se presentaron en Cuba y en Festivales de Latinoamérica y Europa. En 2019 ayudé a fundar la Compañía Alentejana de Danza Contemporánea (CADAC), de Portugal, y durante estos años estuve participando en Festivales allí, fuera con obras de la compañía dominicana o con otras creadas directamente para CADAC.
Ahora trabajo bajo el nombre de Compañía Marianela Boán Danza, y tengo varios proyectos en agenda para 2023.
Bailarina aún activa, coreógrafa, profesora… ¿En cuál de las tres categorías crees haber dejado una huella más permanente?
Las tres se compensan y alimentan constantemente y son para mí igualmente valiosas. Pero creo que la huella más permanente la ha dejado la coreógrafa a través de mis obras.
Entre tantas, ¿cuál obra te ha proporcionado más placer al bailar? ¿Cuál es tu coreografía más amada?
Amo todo lo que hago, porque sin la energía del enamoramiento no puedo avanzar. Las obras que me ha gustado más bailar son, sin duda, mis solos creados en la etapa de DanzAbierta.
Como coreógrafa, amo mucho Mariana, Guernica, Con Silvio y El cruce sobre el Niágara, de Danza Contemporánea de Cuba; así como El Pez de la torre nada en el asfalto y Chorus perpetuus, de DanzAbierta; Falso testimonio y Voyeur, de BoanDanz Action; Sed, Caribe deluxe y Defilló de la compañía dominicana, y mi obra más reciente: Antropofobia.
¿Cómo surge el concepto de “danza contaminada”?
Surge como contraposición a los términos Danza-Teatro o Teatro-Danza. Mi propuesta, como lo indica la idea de “danza abierta”, parte de la danza como fuente primordial en la búsqueda de material expresivo; pero abierta a todos los géneros de danza, las artes y la realidad misma, mediante la atracción de otros códigos y medios expresivos.
No fue una decisión estética, sino algo que se fue imponiendo en mi obra para poder profundizar en temas específicos de la realidad cubana, ante la opacidad de los medios masivos y del arte en general. También tiene mucho que ver con tomar del eclecticismo isleño, y el ajiaco como base de la estructura.
¿Se puede contar una coreografía? Si quisieras invitarme, por ejemplo, a ver Voyeur, ¿qué argumentos utilizarías?
La danza no cuenta, sino que “hace perceptible”. Está más cerca de la poesía que de la narrativa. Su texto es performativo; es un tejido (texto) que se teje entre los hilos paralelos que aparecen simultáneamente en la escena (movimiento, composición, música, luz, vestuario) y los dispositivos dramatúrgicos, estructurales y rítmicos que facilitan el avance lineal.
Trabajo con estructura de collage. Una pregunta o idea es explorada obsesivamente, fracasando cada vez para generar las partes de la obra, y con ellas, primero nosotros (yo, los bailarines, los colaboradores) y después el público; armar como un puzzle.
Los años pandémicos nos golpearon a todos. En 2020 iniciaste una línea creativa llamada “coreovideos”, pequeñas piezas que luego se integran en Antropofobia. ¿Puedes relatarnos sucintamente esa experiencia?
Vengo de la cultura del obstáculo, y en la pandemia me vi en una situación cero; es decir, obstáculo total. No tenía bailarines ni salón de ensayo, y hacía quince años que no bailaba. Reviví mis conocimientos de video y comencé a filmarme, editarme, y publicarme a mí misma en y desde mi casa, tratando de exorcizar las sensaciones que estaba teniendo en el confinamiento. Esto me llevó a la idea del coreovideo o video desde el punto de vista del coreógrafo.
Dado que el video se convirtió en el único medio performático, fui invitada a participar y enseñar coreovideo en varios festivales y universidades de Amárica Latina y Estados Unidos.
Cuando tuve una cantidad grande de coreovideos, sentí la necesidad de crear un espectáculo presencial, e invité a una bailarina en vivo a bailar con ellos. Ahí surge Antropofobia.
La obra es, además de una exploración de las fobias que nos ha dejado la pandemia, una reflexión sobre la convivencia de lo real y lo virtual; una bailarina real baila con una bailarina virtual, que era la única bailarina con la que podía bailar en ese momento. Esta obra se estrenó en Portugal en 2021 y se ha presentado en República Dominicana y Alemania con mucho éxito.
A Isadora Duncan se le atribuye la frase “Yo podría bailar ese sillón”, que usa Cortázar en un relato. Sea cierta o apócrifa la cita, ¿qué sentimientos te provoca escucharla? ¿Podrías tú bailar La Habana?
La Habana es parte de mi cuerpo, baila conmigo antes de bailar, cuando me muevo y cuando duermo. La Habana me baila a mí, baila para mí y su danza me vuelve insaciable.
¿Puede el género humano prescindir del baile?
No. Se extinguiría.
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