Por René Rodríguez Rivera
Los poetas santiagueros Waldo y Joel se acomodaron como pudieron pues en aquel momento no teníamos ni un catre para ellos. Olirio, que en esto era el número uno, enseguida le buscó un sobre nombre a Waldo y le llamaba El Fakir, porque no comía mucho y dormía en cualquier sitio, sin importarle lo duro que fuera.
Al siguiente día decidimos bañarnos, pues desde nuestra estancia en el hospital de Luena no lo hacíamos. La región no era muy calurosa y desde hacía unos días había comenzado a hacer frío en las noches; no obstante nuestro olor no era de los mejores.
Salimos hacia el río y caminamos por la orilla, en direccion sureste, a favor de la corriente, porque esta era muy fuerte en el sitio donde teníamos el Puesto Médico. Recuerdo que íbamos Olirio, Lucio el sanitario y yo. Avanzamos unos 300 metros o algo más y nos encontramos con un remanso donde la corriente era mas lenta y había una especie de pequeña playa con arena oscura. Lucio nos llamó la atención hacia donde continuaba la corriente, y señalando dijo: “Hipopotamos”. Miramos hacia donde apuntaba y unos 100 o 200 metros más abajo vimos varios de estos animales. Había algunos en el agua, a los que solo se les veía la cabeza; en la orilla opuesta se veían otros. Nosotros en aquella época desconocíamos que los hipopótamos son los animales que más personas matan en Africa, pero sí sabíamos que eran agresivos. Lucio nos dijo que no debíamos avanzar más y que nos bañáramos allí mismo. Como es lógico, los tres íbamos con nuestras respectivas AKM, pero solo para protección, porque nunca le disparamos a un animal durante nuestra estancia en África.
Me metí en el agua hasta donde daba pie, porque no me distingo como buen nadador y la corriente, aunque lenta, se sentía. Nos bañamos un rato y en la orilla hice uso del jabón. Estuvimos no más de 15 o 20 minutos. Cuando comencé a vestirme con el uniforme que llevaba en la mochila, después de haber lavado el uniforme sucio, me di cuenta de que no tenía en el cuello la chapilla con mi número 2945. Busqué por todos lados y muy disgustado comprendí que la habia perdido, posiblemente en la corriente. Esta chapilla era muy importante porque, además del número de identificación, tenía el grupo sanguíneo (el mío A negativo). Cuando salí de Cuba con la Compañia Especial de 289 hombres, solo 7 teníamos ese grupo sanguíneo y la broma era que siempre debíamos estar localizados, unos con otros, por si herían a alguno y había que hacerle una transfusion.
Regresé al campamento muy disgustado con aquella perdida, aunque mi fusil tenía el número, y entonces con un cuchillo le grabé en la culata el A negativo. A los compañeros caídos en Lumege los enterramos con su correspondiente chapilla. Se las poníamos dentro de la boca para más seguridad de que, al extraer los restos, como se hizo después, se pudieran encontrar e identificar.
Las tropas habían avanzado hasta que encontraron otro río con el puente destruido. Los trabajos de reconstrucción eran lentos, porque el enemigo disparaba esporádicamente con artillería, desde la otra orilla, aunque con muy mala puntería.
A nuestro Puesto Médico le fue asignada una ambulancia militar con su chofer. Recuerdo que el chofer era un hombre rubio de unos 30 años, más o menos. Se llamaba Ernesto, pero todos le decian “Banquete”, apodo que le puso Olirio por ser dicharachero y siempre estar riendo. Olirio decía: “Este hombre es un banquete, no sufre nada y siempre esta contento”.
Los días continuaban en relativa calma, por la reconstrucción del puente. Robert y yo nos dedicamos a practicar, para aprender a conducir la ambulancia. Waldo y Joel habían sido autorizados a unirse a las tropas que estaban en el frente, por lo que nuestra estancia se había convertido en un aburrimiento y solo recibíamos algún que otro enfermo con malaria, diarreas, etc.
Aproveché para escribir varias cartas a los míos. La inactividad en la guerra te hace sufrir más porque, yo al menos, pensaba mucho en la familia, en mi madre y en especial en mi esposa y mi dos niños: la hembra de 13 y el varoncito de 4 años. Me pasaba los días buscando qué hacer para aliviar los pensamientos. Yo creo que todos estábamos más o menos igual.
Varias veces fuimos al río donde estaba el Frente, para ver posibles enfermos. Lo que más nos golpeaba era la malaria. Sin embargo esta enfermedad parece que no quería saber de mí, porque nunca me atacó y hubo hasta compañeros muertos por ella.
No recuerdo exactamente cuántos días estuvimos a la orilla de aquel río Lungue Bungo, pero no fue más de una semana. Una tarde nos ordenaron ir recogiendo todo, porque al día siguiente avanzaríamos nuevamente. Ahora teníamos no solo el camión sino también una ambulancia. Ya estábamos totalmente convencidos de que todo aquello iba a durar más tiempo de lo que pensabamos en un inicio.
También había llegado la noticia, la cual no todos dominaban, que Savimbi estaba en Lumbalanguimbo, el pueblo al que nos dirigíamos.
Sobre la 6 a.m. comenzamos a avanzar hacia donde se encontraban las tropas y se terminaba de reconstruir el puente. Robert y yo íbamos con “Banquete” en la ambulancia; Olirio y Lucio en el camión. Nos acompañaba un pelotón que había quedado con nosotros, en la retaguardia. Avanzamos unos 20 minutos y llegamos al sitio en que se encontraban las tropas. Un pelotón nuestro había cruzado el río unos 500 metros más abajo y expulsado a los restos del enemigo que quedaban en la orilla opuesta. El grueso de las tropas de la UNITA ya se había retirado.
Nos dislocamos bajo unos árboles y comenzamos a esperar la terminación del puente. Lucio salió hacia el bosque y una media hora despues regresó con una especie de canasta rústica, colmada de unos gusanos grandes y verdosos, vivos. Olirio preparó una cazuela con aceite y comenzaron a freir aquellos gusanos, los cuales se tostaron cual si fueran chicharrones. Olirio llegó a donde me encontraba con Robert, con un recipiente lleno de gusanos tostados, y dijo: “Prueben esto, caballeros; sólo nos faltan unas cervecitas frias”. Detrás de él venía “Banquete” con más gusanos y una sonrisa de oreja a oreja.
Debo señalar que los gusanos achicharrados estaban riquísimos y que ciertamente solo faltaban las cervezas. Quién me lo iba a decir, pero en el África todo es posible y comible. R3. (Continuará)
---------------------------------------------
Algunas de las fotos de Armando:
202 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 202 de 202Antes de ir a la nueva entrada me sumo desde la Patagonia argentina al pedido de la Dra. Alina L. H; a que todos los ciudadanos debieran estar protegidos por la ley y a la vez me pronuncio a favor de que se resuelva de manera inmediata la condición de detenido/acusado/libre de abandonar el hospital, en síntesis, quede clara la verdadera situación legal del Sr. Luis Manuel Otero Alcántara.
Muy de acuerdo en que lo único que van a conseguir acciones como esta, es ajar aún más la imagen y el sistema de gobierno que día a día el pueblo defiende con muchísimo esfuerzo.
Excelentes fotos!!!!!!
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.