martes, 29 de diciembre de 2015
miércoles, 23 de diciembre de 2015
El Vesak
Por Rolando López del Amo
En Sri Lanka existe una tradición budista que llaman
Vesak. Se festeja llenando espacios públicos y privados de luces e imágenes alegórícas a Buda y sus discípulos y
los símbolos del budismo. Es un festival de recordación a Buda que se realiza
con mucha alegría y devoción.
En las
reuniones de las familias y los amigos para la celebración las cosas para comer
que sean servidas deben ser vegetarianas, nada que contenga carne de animal
alguno. Tampoco deben consumirse bebidas
alcohólicas.
En las reuniones se recuerdan las enseñanzas
principales del Buda y se expresan los mejores deseos para todos los seres
vivientes. Ese festejo se celebra durante la luna llena del mes
de mayo, de modo que el día del mes puede cambiar. Este año la luna llena fue
el día tres de mayo.
Según la tradición, el príncipe Sidarta Gautama, quien
sería después conocido como el Buda, que quiere decir el iluminado, vivió en el
siglo VI antes de nuestra era y nació un día de luna llena del mes de mayo en
Lumbini, en lo que hoy es Nepal, cerca de la frontera con la India actual.
Después de haberse casado y ser padre de un hijo
varón, el acaudalado Sidarta descubrió, fuera de la vida palaciega, los
sufrimientos que padecía la gente común. El contacto con la pobreza, la
enfermedad, el desamparo y la muerte impactó de tal forma al joven príncipe que
decidió cambiar el rumbo de su vida y convertirse en un asceta errante que
sometía su cuerpo a severas penalidades en busca de una vía de redención.
Con el paso del tiempo comprendió que ese camino era
tan erróneo como el de la abundancia, el deleite y el lujo palaciegos. Frente a
los dos extremos, pensó en un tercer camino. Se cuenta que un día de luna llena
del mes de mayo, semejante al de su nacimiento, mientras reflexionaba bajo un
copioso árbol de una especie que llaman bodi, su mente se iluminó y logró
elaborar su doctrina. A partir de entonces recibió el nombre de Buda.
Para el Buda la
clave estaba en comprender las cuatro nobles verdades acerca del sufrimiento
humano y cómo darle solución.
Descubrió que el sustento principal del sufrimiento
radicaba en el desear, en el afán de poseer cosas y, a partir de ahí, propuso
una ética para controlar la mente y apagar el deseo. De esa forma se saldría
del ciclo de renacimientos, de reencarnaciones de las que hablaba la religión
hinduista ya vigente en el Indostán en tiempos de Buda. Según esta doctrina los seres vivientes
poseen un alma inmortal que, de acuerdo
a como haya actuado el ser en su vida, recibirá recompensa o castigo en la vida
siguiente de acuerdo con la ley del karma, que quiere decir según se
haya obrado. Los renacimientos pueden ser en forma humana o animal y en este
planeta u otros más avanzados. Para salir
de ese ciclo, Buda propuso un camino de ocho puntos, los que incluyen un
pensamiento, un discurso y una actuación correctos y la posibilidad de
alcanzar, por esfuerzo propio, un estado de no muerte ni reencarnaciones, de
felicidad plena, al que llamó Nirvana.
Sus enseñanzas fueron transmitidas verbalmente y sus
seguidores fueron los que dejaron el testimonio escrito, tal como ocurriría
siglos después con las enseñanzas de Jesús, el nazareno.
Se cuenta también que a la edad de ochenta años, un
día de luna llena del mes de mayo, el Buda alcanzó el Nirvana y abandonó este
mundo, es decir, falleció. Así, nacimiento, iluminación y entrada al Nirvana,
ocurrieron el día de la luna llena del mes de mayo.
El Buda nunca trató de asuntos metafísicos, ni de la
creación del universo, ni de Dios, ni del alma humana. Su doctrina es, como ya
dije, una ética humanista que aspira a controlar la mente para actuar bien. Es
una ética del bien para que el hombre se libere del sufrimiento. Nunca dijo
cómo era el Nirvana y si era la mente la
que lo alcanzaba. También dejó dicho que alcanzar el Nirvana era tarea de cada
individuo. Cada cual tenía que alcanzar su propia iluminación.
Sus seguidores se agruparon en una orden monacal a la
que llaman Sanga y cuya labor es propagar las enseñanzas de Buda. En Sri
Lanka hay escuelas especiales dirigidas por los monjes a las que llaman Pirivena.
El budismo llegó a Sri Lanka en tiempos del Emperador
Ashoka, de la India, quien se convirtió al budismo y envió al príncipe Vijaya a
Sri Lanka, partiendo de lo que hoy es Bengala, para propagar allí el budismo.
El budismo entró a China por la ruta de la seda y de
ahí pasó a Mongolia, Corea y luego al Japón. La vía hacia el sudeste asiático
llegó, desde Nepal y Tibet, hasta Myanmar, Tailandia, Camboya, Laos, Vietnam, Malaca
e Indonesia.
Se supone que algunos propagadores del budismo llevaron consigo
reliquias de Buda tales como alguna parte de lo que fue su cuerpo. En Sri
Lanka, en la ciudad de Kandy, al centro de la isla y que fue su última capital
antes de consumarse la total colonización inglesa, se conserva una reliquia de
Buda en un templo, guardada en un cofre sellado que se protege muy
especialmente. Una vez al año, generalmente en agosto, según mis recuerdos, la
reliquia es llevada en procesión fuera de su recinto y paseada por la ciudad
sobre el lomo de un elefante muy engalanado con mantas con incrustaciones de piedras
preciosas y semipreciosas y luces, por una personalidad que porta y cuida del cofre. Otros elefantes
engalanados, hasta el número de cien, desfilan en la procesión que se hace en
la noche, entre hombres que portan antorchas encendidas y grupos de danzarines,
todos vestidos uniformemente, al compás
de tambores percutidos con baquetas y sonidos de caracolas que eran en la
antigüedad, al soplarlas, como una suerte de trompas o trompetas anunciadoras
de grandes eventos, incluyendo el anuncio de combates entre carros o soldados
de infantería. El que lea el poema épico indio Baghavad Gita, encontrará
la mención y descripción de esa práctica.
La Embajada de Sri Lanka en Cuba ha venido celebrando
el festival del Vesak, de las luces, desde hace algunos años, y a él son
invitados los srilankeses residentes en Cuba, incluyendo los que aquí estudian,
numerosos amigos cubanos del fraterno país visitado en 1959 por el Che en
ocasión de su viaje asiático en el curso del cual se establecieron nuestras
relaciones diplomáticas, autoridades de nuestro gobierno y, por supuesto,
miembros del cuerpo diplomático acreditado en Cuba.
Los adornos y farolas para la ocasión en Cuba fueron hechos
artesanalmente por los propios trabajadores de la Embajada, incluyendo a la
esposa del Embajador.
El encuentro comienza, como todas las actividades
oficiales o privadas srilanquesas, encendiendo una curiosa lámpara de
aceite hecha de bronce que contiene varios
platos colocados a suficiente distancia el uno del otro, desde el suelo hacia
arriba, verticalmente, que van de mayor
a menor hasta culminar en su tope con la figura de un gallo, quizás como
símbolo de quien anuncia el amanecer. El plato superior se llena de aceite y
tiene siete ranuras en las que se colocan mechas de pabilo que se mojan en el
aceite y se encienden para que ardan e iluminen, como ocurre con las velas de
cera. Esta lámpara debe ser encendida por siete personas escogidas para que las
luces de la lámpara alumbren el buen desarrollo de lo que se va a realizar. El
sentido de la iluminación es que la ocasión sea auspiciosa.
Después de dar la bienvenida a los presentes, se
leerán o recordarán aspectos de la vida
y enseñanzas de Buda para promover la
compasión hacia los seres vivientes, la paz y el amor para el bien común.
Son tradiciones nobles que no excluyen a personas de
otros credos y de un profundo sentido humanista
y fraternal para unir a lo diverso.
Hermosas tradiciones para honrar a figura tan
relevante como Sidarta Gautama, el Buda, tan admirado por nuestro José Martí
quien en La Edad de Oro, en el artículo Un paseo por la tierra de los
anamitas, escribió:
Buda es su gran dios, que no fue dios cuando vivió de veras, sino un príncipe bueno, tan fuerte de cuerpo que mano a mano echaba por tierra a leones jóvenes, y tan hermoso que lo quería como a su corazón el que lo veía una vez, y de tanto pensamiento que no podían los doctores discutir con él, porque de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos. Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje. Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la cama de su mujer y de su hijo, como si fuera un altar, y sollozó: y sintió como que el corazón se le moría en el pecho. Pero se fue, en lo oscuro de la noche, al monte, a pensar en la vida, que tenía tanta pena, a vivir sin deseos y sin mancha, a decir sus pensamientos a los que se los querían oír, a pedir limosna para los pobres, como el monje. Y no comía, más que lo que un pájaro: y no bebía, más que para no morirse de sed: y no dormía, sino sobre la tierra de su cabaña: y no andaba, sino con los pies descalzos. Y cuando el demonio Mara le venía a hablar de la hermosura de su mujer y de las gracias de su niño, y de la riqueza de su palacio, y de la arrogancia de mandar en su pueblo como rey, él llamaba a sus discípulos, para consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y el demonio Mara huía espantado.
Buda es su gran dios, que no fue dios cuando vivió de veras, sino un príncipe bueno, tan fuerte de cuerpo que mano a mano echaba por tierra a leones jóvenes, y tan hermoso que lo quería como a su corazón el que lo veía una vez, y de tanto pensamiento que no podían los doctores discutir con él, porque de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos. Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje. Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la cama de su mujer y de su hijo, como si fuera un altar, y sollozó: y sintió como que el corazón se le moría en el pecho. Pero se fue, en lo oscuro de la noche, al monte, a pensar en la vida, que tenía tanta pena, a vivir sin deseos y sin mancha, a decir sus pensamientos a los que se los querían oír, a pedir limosna para los pobres, como el monje. Y no comía, más que lo que un pájaro: y no bebía, más que para no morirse de sed: y no dormía, sino sobre la tierra de su cabaña: y no andaba, sino con los pies descalzos. Y cuando el demonio Mara le venía a hablar de la hermosura de su mujer y de las gracias de su niño, y de la riqueza de su palacio, y de la arrogancia de mandar en su pueblo como rey, él llamaba a sus discípulos, para consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y el demonio Mara huía espantado.
Esas son cosas que los hombres sueñan, y llaman demonios a
los consejos malos que vienen del lado feo del corazón; solo que como el hombre
se ve con cuerpo y nombre, pone nombre y cuerpo, como si fuesen personas, a
todos los poderes y fuerzas que imagina: ¡y ese es poder de veras, el que viene
de lo feo del corazón, y dice al hombre que viva para sus gustos más que para
sus deberes, cuando la verdad es que no hay gusto mayor, no hay delicia más
grande, que la vida de un hombre que cumple con su deber, que está lleno
alrededor de espinas! ¿Pero qué es más bello, ni da más aroma que una rosa?.
Del monte volvió Buda, porque pensó, después de mucho pensar, que con vivir sin comer y beber no se hacía bien a los hombres, ni con dormir en el suelo, ni con andar descalzo, sino que estaba la salvación en conocer las cuatro verdades que dicen que la vida es toda de dolor, y que el dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor es necesario vivir sin deseo, y que el dulce Nirvana, que es la hermosura como de luz que le da al alma el desinterés, no se logra viviendo como loco o glotón, para los gustos de lo material, y para amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando y la fortuna, sino entendiendo que no se ha de vivir para la vanidad, ni se ha de querer lo de otros y guardar rencor, ni se ha de dudar de la armonía del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la envidia, ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con los brazos siempre abiertos.
Así vivió Buda, con su mujer y con su hijo, luego que volvió del monte.
Del monte volvió Buda, porque pensó, después de mucho pensar, que con vivir sin comer y beber no se hacía bien a los hombres, ni con dormir en el suelo, ni con andar descalzo, sino que estaba la salvación en conocer las cuatro verdades que dicen que la vida es toda de dolor, y que el dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor es necesario vivir sin deseo, y que el dulce Nirvana, que es la hermosura como de luz que le da al alma el desinterés, no se logra viviendo como loco o glotón, para los gustos de lo material, y para amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando y la fortuna, sino entendiendo que no se ha de vivir para la vanidad, ni se ha de querer lo de otros y guardar rencor, ni se ha de dudar de la armonía del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la envidia, ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con los brazos siempre abiertos.
Así vivió Buda, con su mujer y con su hijo, luego que volvió del monte.
viernes, 18 de diciembre de 2015
El dibujo de un espía
Por Guillermo Rodríguez Rivera
En diciembre de
2013, Galaxia Gutenberg, de Barcelona, puso en circulación Mapa dibujado por
un espía, de Guillermo Cabrera Infante. Se trata de uno de los textos
inéditos que Miriam Gómez, la viuda del escritor, encontró a raíz del
fallecimiento de GCI, ocurrido en Londres en febrero del año 2005.
Para los intelectuales
cubanos de los años sesenta, este libro tiene una especial significación. Se
trata del testimonio de la última estancia del autor en Cuba, entre los meses
de junio y octubre de 1965, que ha sido contada muchas veces y de muy
diferentes maneras. Como hacía con sus críticas cinematográficas, GCI escribe
todo el libro en tercera persona de singular.
En ese mes de
octubre, Cabrera Infante abandonó Cuba con un permiso de residencia en Europa.
Tres años después, el periodista argentino Tomás Eloy Martínez publica, en la
revista Primera plana, una entrevista a GCI donde el escritor manifiesta
su desacuerdo, su ruptura con la Revolución Cubana. La ausencia de Cabrera de
Cuba, se hizo definitiva.
El texto de Mapa…
había sido depositado en un sobre por su autor, que ni siquiera había escogido
un título para lo que debía ser un libro que, a todas luces, estaba inconcluso.
El editor de Mapa…,
Antoni Munné, nos cuenta que Cabrera Infante no llegó a decidirse por ninguno
de los dos títulos con los que se refería al texto: Ítaca vuelta a visitar
y Mapa dibujado por un espía.
En varias
ocasiones, Cabrera Infante ha metaforizado a Cuba en el nombre de Ítaca, la
isla de Odiseo, e incluso ha citado el conocido poema de Konstantin Kavafis
sobre el asunto. Miriam Gómez le cuenta al editor Munné, que su marido había
visto, en los días de esa última estancia en La Habana y colgando en una de las
paredes del despacho de Alejo Carpentier, un grabado que era un rústico mapa de
la capital cubana. El autor de Los pasos perdidos le dijo que el grabado
reproducía el mapa que había dibujado un espía inglés, en los días en que el
duque de Albemarle comandó la toma de la ciudad para la corona británica. A
pesar de la indecisión que tuvo su autor para titularlo, el libro lleva una
cita de Ernest Hemingway que demuestra que, quienes finalmente eligieron el
título, quisieron reforzar la adopción: “Tú no eres realmente uno de ellos sino
un espía en su país”.
El editor presenta
un segundo problema: indagar cuando es el momento en que se escribe el libro.
Munné cita a Raymond L. Souza, biógrafo de GCI en Guillermo Cabrera Infante. Two Islands: Many Worlds (1996),
a quien el propio autor testimonia que
escrito en 1973, cuando volvió a trabajar
después
de una grave depresión, el libro le ayudó a
reconstruir
y a exorcizar recuerdos del pasado.[1]
El editor Munné
tiene serios reparos para aceptar el testimonio del propio autor. Lo cito:
Si
realmente situamos este exorcismo de la memoria
en el año
1973, parece poco verosímil el trato que
reciben algunas personas que aparecen en el
texto,
las mismas que, a partir del caso Padilla,
pasaron
a convertirse en enemigos acérrimos de
Cabrera
Infante, que tacharon de “gusano” o
de
contrarrevolucionario al autor. Gentes que,
en definitiva, optaron por apoyar al régimen
que Cabrera Infante criticaba. Entre los más
notorios,
Lisandro Otero, Edmundo Desnoes,
Harold
Gramatges o Roberto Fernández Retamar,
cuya
presencia en el libro no denota la fuerte
enemistad
política que trascendió en lo personal
y que
terminó separándoles.
Nuestra
modesta hipótesis es pues que el
libro
probablemente fue escrito, casi de un tirón,
con
anterioridad al año 1968.[2]
Munné olvida que,
cuando llega La Habana en junio de 1965, debido a la enfermedad de su madre,
Cabrera Infante es el diplomático en funciones que ha tenido especial cuidado
en salvar las responsabilidades de su cargo antes de viajar a La Habana.[3] Es, además, el escritor que acaba de ganar el
premio Joan Petit Biblioteca Breve, de la Editorial Seix Barral, acaso el más
importante en ese momento para una novela inédita en español. El año anterior,
lo había obtenido La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.
Como yo fui
miembro del Consejo de Redacción de la primera época de El Caimán Barbudo,
este libro revela la verdad de un hecho que fue determinante en nuestra salida
de la publicación, a fines de 1967.
Ese propio año, El
Caimán… promovió y editó una mínima encuesta en torno a la noveleta Pasión
de Urbino, de Lisandro Otero, quien a la sazón se desempeñaba como
vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura. Era, en verdad, una suerte de
“panel escrito” sobre la pieza de Otero, que había sido finalista en el mismo
concurso de la Editorial Seix Barral donde obtuvo el premio la novela de
Cabrera Infante.
Teníamos en la
encuesta la opinión de Oscar Hurtado, que admiraba el libro de Otero; para
compensar, solicitamos su parecer al poeta Heberto Padilla, que era muy crítico
de la noveleta. Finalmente, Luis Rogelio Nogueras aportó una opinión que
mediaba entre las otras dos. Por nuestra permanente voluntad de jugar – de
divertirnos – las llamábamos a cada una, el ditirambo, la diatriba y la media
tinta, pero la respuesta de Padilla no quiso asumir el juicio literario que se
comprometió a dar: junto a una denostación casi sin argumentos de la obra de
Otero, exaltaba en su lugar la novela de Cabrera Infante a quien – decía – un “oscuro policía” había bajado del avión
que lo llevaba de regreso a su cargo diplomático en Bélgica. Esa declaración –
que publicamos – motivó que los enemigos que El Caimán… tenía, nos
acusaran de haberle dado a Padilla una tribuna desde la cual atacar a la
Revolución. Por la memoria que hace GCI de aquellos días, ahora sabemos que
Padilla no dijo la verdad o no la sabía: fue una llamada de Arnold Rodríguez,
el viceministro que en el MINREX atendía Europa Occidental, la que orientó a
Cabrera que no viajara, porque al día siguiente debía entrevistarse con el
canciller Raúl Roa. GCI observó rigurosamente la orientación de su jefe
administrativo porque quería regresar a su cargo en la embajada cubana en
Bruselas, pese a que, en algún texto, lo llamara después “blando” destierro y,
a Bruselas, la Siberia que encontró La Habana para desterrarlo, argumento que
daba risa a varios de sus amigos.
Ocurrió que la
pretendida entrevista con el ministro Roa comenzó a posponerse hasta que una
llamada de Miriam Gómez le informó a su marido que le habían situado un boleto
de avión para que viajara a La Habana, lo que significaba que Guillermo no
regresaría a su trabajo diplomático en Bélgica. GCI le dijo a su esposa que no viajara e, inmediatamente, comenzó a gestionar
un permiso de residencia en España, con el pretexto de que debía estar presente
en el lanzamiento de su novela premiada.
Habría que decir
que, esas personas, que después discreparon del enfrentamiento de GCI con la
Revolución, lo habían acogido como al amigo y compañero, como al escritor
exitoso, recién premiado por la Editorial Seix Barral.
Yo cursaba ese año
uno de los últimos de la licenciatura en literaturas hispánicas que estudié en
la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana, trabajaba como secretario
de redacción de la revista Cuba, que dirigía Lisandro Otero. Narrador,
periodista y colaborador en Lunes de Revolución, Lisandro era un viejo
amigo de Cabrera Infante: conocí a GCI en la redacción de Cuba, porque
Lisandro Otero lo invitó para que Darío Carmona, el jefe de redacción de la
revista, le hiciera una larga entrevista que apareció al mes siguiente y, a la
vez, presentarle al personal de la publicación. Ya cuando está por marcharse a
España, Lisandro y su esposa Marcia Leiseca le organizan a GCI un paseo de
despedida por la playa de Varadero. Harold Gramatges y su esposa Manila le
llevan al aeropuerto para el viaje a Europa que frustra la llamada de Arnold
Rodríguez y, en los días anteriores a su efectivo viaje, en el mes de octubre,
le brindan en su casa una fiesta de despedida a la que invitan a los amigos del
escritor.
Entre mis
profesores de literatura estaba Roberto Fernández Retamar, quien ese año había
asumido la dirección de la revista Casa. En varias ocasiones, en ese
año, me pidió que actuara como una suerte de secretario de redacción de la
revista. Roberto le pidió a GCI un capítulo de su novela, y en la dirección de Casa
dejó Cabrera un ejemplar mecanografiado de Vista del amanecer en el trópico,
la novela que, sensiblemente modificada, se editaría después con el título de Tres
tristes tigres. Finalmente, Casa publicó el capítulo titulado
“Seseribó”.
La censura
franquista impidió la publicación de Vista… tal y como la había escrito
su autor. La novela repetía la estructura de Así en la paz como en la guerra,
el libro de cuentos que GCI publicara en 1960: los relatos los intercalaban
viñetas que mostraban la violencia de la lucha revolucionaria contra Batista y
de la represión del tirano. Los capítulos que
mostraban la alegría – y la frivolidad – de La Habana nocturna de 1958,
alternaban con viñetas en las que irrumpía toda la violencia que enmarcaba esa
misma vida. Ese fue el aspecto que el franquismo censuró en la novela. Cuando
rompe sus nexos con la Revolución Cubana, Cabrera Infante elimina del libro las
viñetas y Vista… se convierte en Tres tristes tigres – como
afirma Antoni Munné – “toda una celebración de La Habana anterior a la
Revolución”.[4]
Los padres de
Guillermo habían sido de los fundadores del partido Unión Revolucionaria
Comunista en Gibara, el pueblo oriental en el que vivían y donde habían nacido
sus dos hijos. Perseguidos por la policía, deben prácticamente huir hacia La
Habana, donde Guillermo, padre, va a trabajar en el periódico Hoy. La
niñez provinciana del futuro escritor, se vuelve una desdichada adolescencia en la capital
cubana.
Casi cincuenta
años después, Cabrera Infante no olvida sus vicisitudes de esos años. Escribe:
De vuelta al
parque de Albear. La pequeña plaza
que conocía
bien desde sus días adolescentes
cuando vivía
a apenas tres cuadras de allí y tenía
que venir a
buscar agua, temprano en la mañana,
antes de que
llegaran los primeros estudiantes
al Instituto
de la Habana en el que estudiaba y
frente
al que vivía
en una miserable cuartería con su
familia
y su
pobreza.[5]
Hay un personaje
que aparece reiteradamente en Mapa: se trata del narrador y
periodista Jaime Sarusky, un amigo de Guillermo desde aquellos años de la
adolescencia. Conocí a Jaime ese mismo año de 1965, porque Sarusky era un
frecuente colaborador de la revista Cuba. Resultó que, además, Jaime y
yo éramos casi vecinos y muchas veces me dio lo que se llama en Cuba una
“botella”: un aventón en su viejo De Soto y después en su flamante Lada, hasta
mi casa, que estaba bien cerca de la suya. En una de las
tantas conversaciones que tuvimos, Jaime me contó que Cabrera Infante guardaba
un gran rencor a aquellos días miserables de su adolescencia. Pero,
curiosamente, esa aversión no se dirigía contra el sistema que lo condenaba a
la pobreza: era un resentimiento “a traición”, un blame the victim. Lo que reprochaba era la militancia comunista de
sus padres, que veía como la causa de la miseria familiar.
La desaparición de
Lunes de Revolución será el origen de un segundo resentimiento:
curiosamente, también de signo anticomunista, porque también a los comunistas
atribuyó la desaparición del semanario. En 1961, comunistas quería decir los
miembros del Partido Socialista Popular, como eran Edith García Buchaca y Mirta
Aguirre. Después cambió de opinión, y estimó que la desaparición de Lunes…
fue un complot de Alfredo Guevara y Fidel Castro.
El magazine era,
en verdad, el suplemento cultural del más oficial de los diarios cubanos, Revolución,
órgano del Movimiento 26 de julio. Lunes… desaparece tras la fundación
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Igual destino corre Hoy
Domingo, suplemento cultural del diario Hoy, el órgano oficial del
Partido Socialista Popular. La desaparición de ambas publicaciones da paso a la
fundación de otras dos: la revista Unión y el más ligero magazine La
Gaceta de Cuba, ambas publicaciones de la recién surgida UNEAC.
En octubre de
1965, los diarios Hoy y Revolución se funden con el nombre de Granma,
que pasa a ser el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de
Cuba.
El tercer
resentimiento sería el hecho de habérsele retirado el cargo de agregado
cultural de la embajada cubana en Bélgica.
GCI se siente
atrapado en Cuba y entonces, de pronto, revalora el puesto diplomático que
había venido desempeñando porque, le dice a su amigo Alberto Mora, está
dispuesto a abandonar Cuba a como dé lugar. Carmela, la madre de su esposa , le
pide que hiciera regresar a Miriam Gómez a Cuba porque tenía ganas de ver a su
hija menor, después de tres años de ausencia.
Él luchaba por erradicar ese sentimiento
de la mentalidad de Carmela
explicándole que
Miriam no podía volver a Cuba, que, aun
si él
quisiera, hacerla volver sería matarla,
que Miriam
Gómez no resistiría un día, una hora
del día, un
minuto, la situación que había en Cuba,
pero
Carmela
no parecía darse cuenta de esto y
solamente pedía que
regresara, insistía en
su regreso, le rogaba que la hiciera
regresar.
Esta conversación duró casi toda la
mañana
y cuando salió llevaba la impresión de
que la madre
de Miriam no estaba bien, que de alguna
manera
Carmela había perdido toda noción de la
realidad,
que su petición no resultaba absurda
para ella
porque simplemente Carmela había
enloquecido
un poco.[6]
No voy a detenerme
más que un segundo en discurrir en qué medida puede resultar absurda la idea de
vivir en Cuba para la madre de una mujer que apenas tres años atrás se ha
marchado para acompañar a su marido en una misión diplomática y en qué medida
el deseo de una madre de ver a su hija pude significar un síntoma de locura.
Obviamente, Cabrera no logró convencer a su suegra – ella vivía en Cuba – de la
inviabilidad de vivir en este país. Con el libro quiere convencer a sus
lectores de la desaparición de La Habana que conoció: dice
con la cita de Lewis Carroll que colocó al inicio de TTT:
y trató de
imaginar como se ve la luz de una
vela
cuando está apagada.
[
O, para decirlo en
los términos de su editor Munné, quiere mostrar
la
decadencia de La Habana y la destrucción de
todo un país bajo el peso del totalitarismo.[7]
Creo que es cierta la afirmación de GCI – que
Munné no acepta – cuando da a 1973 como la fecha en la que pone punto final al
texto que Miriam Gómez hallaría años después de su muerte, pero para cualquiera
que conozca Cuba, le es fácil advertir que Mapa dibujado por un espía no
es estrictamente el recuerdo de aquellos cuatro meses de 1965 que constituyeron
la estancia final de GCI en Cuba sino que, a aquellos recuerdos que constituyen
el núcleo dominante del texto, se incorporan observaciones correspondientes a
los años que, hasta 1973, siguen a aquel momento, de los que Cabrera Infante ya
no es testigo, pero que obviamente conoció por sus numerosos amigos en Cuba.
Una de los tópicos
de Mapa… es el de – al decir de Munné – “la decadencia de La Habana” que
va desde el gusto a luz brillante que tiene el ron cubano[8], hasta el cierre y desaparición de los nightclubs habaneros. En esos meses, Cabrera
tiene una amante cubana, una joven llamada Silvia que había sido expulsada de
las Escuelas de Arte y, finalmente, es separada también como recepcionista del
hotel Habana Libre, donde se involucra eróticamente con un huésped húngaro. La
sorprenden saliendo de su habitación – lo que estaba rigurosamente prohibido a
los trabajadores de la entidad – y pierde su plaza. GCI se ve con ella en el
apartamento que le presta su amigo Rine Leal. Una noche, él sale con Silvia en
el auto de Sarusky, que acompañaba a Elsa, la hermana de la muchacha. Afirma
Cabrera:
Fueron
a uno de los pocos night-clubs que
todavía estaban abiertos y estuvieron bebiendo[9].
En ese año 1965 yo
tenía 21 años, hacía cinco que me había mudado a La Habana con mis padres, y
había descubierto la noche habanera. Únicamente en El Vedado, estaban abiertos
los night-clubs que voy a nombrar:
Sayonara, Olokkú,
Turf, Scherezada, El Gato Tuerto, Rocco, Imágenes, Kashba, Karachi, Tikoa, La
Red, La Gruta, Hernando’s Hideway, Las Vegas, Club 23, Pico Blanco y Lobby Bar
(ambos en el hotel St. John), Las Antillas y cabaret Caribe (los dos en el
hotel Habana Libre), Copa Room y Cabaret Riviera (en el hotel Habana Riviera)
Salón Rojo y cabaret Capri (en el hotel Capri) cabaret Parisién (en el hotel
Nacional), Eloy, Eden Roc, Los Violines. Son veintitantos night-clubs en un
ámbito de menos de 2 kilómetros, desde la calle Infanta hasta la calle 12 del
Vedado, y no cuento los de Centro Habana ni de las playas de Marianao y del
este habanero, ni incluyo al clásico y cainesco cabaret Tropicana, el del show time al que asisten los “tigres”. Que
pase a ver a sus mulatas quien lo crea en decadencia.
El cierre de
muchos bares – había 880 bares privados en La Habana de 1968 – se produce con
la Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968, que estataliza toda la mediana y
pequeña propiedad de Cuba, en muchos casos para cerrarla: todo el esfuerzo
económico del país debía dirigirse a la monumental Zafra que debía producir 10
millones de toneladas de azúcar y que falló, pero eso fue entre 1969 y 1970. Y
toda esa vida nocturna resurgió en los años setenta y sobre todo en los
ochenta. Se volvió a apagar la vela carrolliana en los años noventa con el
descalabro de la URSS y retornó a encenderse en el 2000.
Cuando GCI pasea
por La Habana Vieja considera desaparecida una librería, La Moderna Poesía, que
estaba – y está – en su misma esquina de Obispo y Bernaza. O presiente las
seguras ruinas de El Floridita, que está con más piedras que nunca en su lugar
de siempre.[10]
El otro “desastre”
que muestra GCI en su crónica de 1965 es el de la música cubana. Era un viejo
asunto en la propaganda contra la Revolución Cubana.
En los primeros
años de la década del sesenta, el músico dominicano y emigrado a Venezuela,
“Billo” Frómeta, compuso un bolero que tituló “El son se fue de Cuba”. Frómeta
había trabajado en Cuba en los años
cincuenta y su bolero entraba en
consonancia con el parecer del naciente exilio contrarrevolucionario: fue la
exiliada y notable bolerista cubana Olga Guillot quien grabó el tema de
Frómeta. Los compositores cubanos seguían componiendo, pero Cuba había
desaparecido del mercado internacional de la música. El bloqueo económico,
comercial y financiero que los Estados Unidos establecen contra Cuba, hace que
músicos cubanos que deciden permanecer en Cuba y cuya música es reclamada en el
continente como la Orquesta Aragón y Benny Moré y su Banda Gigante, artistas
exclusivos de la RCA Víctor, la mayor disquera estadounidense, nunca vuelvan a
ser grabados por ella.
La disquera
estatal cubana, la EGREM, se funda en 1964 y durante unos cuantos años dispone
apenas de obsolescentes equipos de grabación y de un pésimo material plástico
para imprimir sus discos. Algo semejante ocurre con el dúo sonero Los
Compadres, popularísimo en varios países hispanoamericanos, a los que la
disquera Velvet tampoco vuelve a grabarles, pues también permanecieron en Cuba.
En Perú y en Colombia, Los Compadres se creían muertos.
Cabrera Infante se aproxima al criterio de
Frómeta:
En todo este tiempo desde 1959 no se había
creado
ningún
nuevo ritmo en Cuba, tampoco había melodías
nuevas
. […] Esta ausencia de música le parecía tan
sintomática como la transformación de la
garrulería
criolla en puro laconismo. Había, sí, una
nueva orquesta,
dirigida por Pello, apodado el Afrokán, que
trataba de
introducir un nuevo ritmo llamado,
extrañamente,
Mozambique. Él no había oído la orquesta del
Afrokán,
pero
los organismos publicitarios del Estado, trataban de
promoverla
a toda costa, quizás conscientes, como él, de
la desaparición de la música, que era el arte
cubano por
excelencia[11]
En lo que respecta
a las innovaciones musicales en esos primeros años de la vida revolucionaria en
Cuba, la investigadora y musicóloga colombiana, Adriana Orejuela, tiene una
opinión bien diferente a la de GCI. Escribe:
El
período comprendido entre 1964 y 1966
se caracterizó, entre otras cosas, por el
surgimiento
de una serie de ritmos y
combinaciones
rítmicas, fenómeno que fue
reflejado
con cierto humor en la composición
“
Mozampacapilonbique”, de Luis Santí,
pero sin
duda el
retruécano se quedó corto.[12]
Me parece que sus
años en Europa le han hecho perder a Cabrera Infante una auténtica percepción
de la música cubana. Participa en la fiesta de despedida que le ofrecen en su
casa el músico Harold Gramatges y su esposa Manila, y la describe de este modo:
Pronto la casa se llenó de gente y hubo un
concierto
de música
popular, muy bien cantado, con canciones
de la época
del feeling, muy anteriores a la Revolución:
era que,
exceptuando los himnos, no había una canción
revolucionaria
que valiera la pena musical.[13]
Cabrera Infante se
está refiriendo al grupo de autores y las composiciones de lo que podríamos
llamar el momento de aparición de la tendencia musical del feeling. Es, en efecto, el grupo
que se reúne en el habanero callejón de Hammel, en la casa del trovador
Ángel Díaz. Es un grupo de trovadores, casi todos mulatos y nacidos en torno a
1920: Rosendo Ruiz, hijo (1918); Niño Rivera (1919); Tania Castellanos y Luis
Yáñez (1920); Ángel Díaz y Ñico Rojas (1921); Portillo de la Luz (1922. El más
joven entre los fundadores es José Antonio Méndez, nacido en 1927. José Antonio
es el enlace con otra promoción de filinistas, que actúan a fines de los años
cincuenta y en los sesenta: Frank Domínguez (1927); Giraldo Piloto y Alberto
Vera (1929); Ela O’Farrill (1930) y Marta Valdés (1934), que representa ya la
transición a una nueva canción.
Hay que decir que
en esos últimos años de la década de los años cuarenta, en que aparecen las
creaciones del feeling, ellas
resultan alteradas por las exigencias del mercado musical. Esas composiciones
son canciones, pero deben convertirse al ritmo del bolero para ser grabadas y
alimentar las numerosísimas victrolas de la isla. A principios de la década de
los sesenta, casi han desaparecido de Cuba las juke box: no se reciben componentes para reparar las que están
averiadas y no entran nuevas máquinas de discos.
En los numerosos night-clubs habaneros se hace música
viva: actúan los cantautores del feeling
y los más legítimos intérpretes de la tendencia: Elena Burke, Omara Portuondo,
Doris de la Torre, Moraima Secada, Marta Justiniani, Miguel de Gonzalo, Ela
Calvo, Bobby Jiménez, que cantan las viejas y nuevas canciones como han sido
concebidas y dan a la tendencia una difusión que no había tenido. GCI olvida que, a
lo largo de toda la década del sesenta, además de Los Zafiros – que el menciona
– está actuando otro cuarteto de singular importancia, el de Meme Solís. Es
cierto que las autoridades cubanas del espectáculo lo discriminaban por gay,
pero Meme no abandona Cuba sino en 1969.
En el mismo año de
la visita final de Cabrera a la Isla, Pablo Milanés compone “Mis veintidós
años”, la pieza que se considera la primera de la Nueva Trova. Ese año la canta
ya Elena Burke. Tres importantísimas agrupaciones musicales aparecen antes de
que GCI ponga el punto final de Mapa dibujado por un espía: en 1969 Juan
Formell (quien ha elaborado combinaciones rítmicas como el songo y changüí-shake) funda Los Van Van. Entre 1965 y 1966
aparecen los cantautores que formarían la Nueva Trova y son rechazados por la
radio y la televisión oficiales. Haydee Santamaría le pide a Alfredo Guevara
que ayude a crear un sitio donde estos jóvenes pudieran desenvolverse sin
problemas. En 1969, Leo Brouwer, por orientación de Alfredo, organiza y dirige
el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, y en 1973, el pianista Chucho
Valdés funda y dirige Los Irakere.[14]
El final del libro
está dominado por la gestión que Cabrera Infante hace para obtener un permiso
de residencia en España, el cual obtiene sin mayores contratiempos. Pero, viejo
conocedor y admirador de Alfred Hitchcock, GCI organiza el final de sus
memorias de 1965 como una trama de suspense,
donde el villano es una Seguridad del Estado que nunca se deja ver pero que
pareciera estar detrás de cada paso de nuestro protagonista.
Un momento
climático en esa trama es la actuación de Silvia, una joven amante de GCI: en
la intimidad, fantaseaban con la posibilidad de que Guillermo fuera su padre. En
los días anteriores a su partida, Silvia le dice:
--- Bueno,
te dije una mentira,
--- ¿Una
mentira?
--- Sí,
una mentira grande, de lo que soy.
De pronto
le pasó por la cabeza la advertencia de
Alberto
Mora y una columna fría se estableció entre
la boca del estómago y el escroto.
[…]
Y pensó
ahora, esa tarde en que Silvia quería contarle
un secreto, que ese secreto era que ella era
una
agente
también, probablemente asignada a vigilarlo a
él,
tal vez dedicada a grabarle sus conversaciones – y
en un
instante pensó en todas las entrevistas que
habían
tenido y en las posibles conversaciones y en
los
secretos desvelados y en los momentos grabados,
y todo
eso se reflejó en su cara, porque ella le dijo,
con
susto en la voz y en la mirada:
--- ¿Qué
te pasa?
---
Nada. Estoy esperando. ¿Qué tú eres?
En el desenlace se pasa de Hitchcock a Groucho
Marx:
--- Bueno,
no soy tu hija. No puedo ser tu hija, porque
no tengo
dieciocho sino veintinuo. Ya lo sabes, carajo.
--- ¿Y
ese es tu secreto? – preguntó él, inccrédulo.
--- Sí,
ese era mi secreto. Me jode no ser tu hija.
Y él se
rió como no se había reído en mucho tiempo,
con la
alegría con que no se había reído desde la
muerte de
su madre.[15]
Todavía le quedaba
a GCI, una curiosa experiencia con su joven amante. Escribe:
Hay
una noche, tal vez la noche en que Rine irrumpió
en el amor
o tal vez otra noche, pero es una de las
últimas
noches que él recuerda, en que se ve
caminando
con Silvia por el parque de Neptuno (no,
ese no es
el nombre del parque, pero en realidad
nunca lo
supo a ciencia cierta)[16]y de
pronto se detienen
porque
ella está llorando o llorosa y él piensa que es
por su
partida, pero en realidad al mismo tiempo que
caminaban
oían a Fidel Castro pronunciando un
discurso
desde los altavoces de El Carmelo (el
restaurante, como todos los sitios públicos de Cuba, se
dedica a
perifonear la propaganda asiduamente). Es el
discurso
en que Fidel Castro develó el espeso misterio
la
desaparición del Che Guevara leyendo su
carta-testamento-despedida-adiós a Cuba-hola a la
Revolución
mundial. Él oyó las palabras increíbles que
Silvia
pronunció apenas, distintamente oídas que
decían;
“¡Del carajo lo que dice ese hombre!” ella
admirada,
admirando el fervor revolucionario, con algo
que es más
que simpatía, es empatía, acuerdo absoluto
–y él no
puede menos que recordar cuando temió que
ella se le
presentara como un agente del servicio
secreto
porque ahora la vio casi llorando, llorando ante
las
palabras dejadas escritas por el Che Guevara, leídas
por Fidel
Castro, y él se pregunta cómo esta muchacha
que ha
recibido del régimen solamente empellones y
patadas y
puertas en la cara, puede todavía sentir algún
fervor,
todo ese fervor por esa causa que para él se
revela, aun en ese discurso, precisamente por
ese
discurso, como una abominación: él que,
comparado con
ella,
ha recibido solamente atenciones.
Esa noche era la
del 3 de octubre de 1965, en que Fidel Castro presentó el Comité Central del Partido
Comunista de Cuba y leyó la carta del Che para explicar por qué no estaba en el
Comité Central del PCC, un hombre con todos los merecimientos para ello.
Cabrera Infante
confiesa que no logró comprender la actitud de Silvia. Lo que de veras no supo,
no alcanzó a comprender – acaso no
podía comprender – en esa muchacha que dice que le devolvió la confianza en el
género humano, fue su capacidad de admirar la grandeza por encima del
resentimiento personal.
[1] Cabera Infante, Guillemo: Mapa
dibujado por un espía, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona,
2013, p. 8
[2] Idem, pp.8-9.
[3] Ver el testimonio de la conversación telefónica que GCI sostiene con
el canciller Roa antes de viajar a Cuba. Idem, p.40
[4] Munné, Antoni, loc.cit., p. 11.
[5] Cabrera Infante, Guillermo: ob. cit., p. 96.
[6] Idem, p. 326.
[7] Munné, cit., p. 11
[8] Por esos años, en cualquiera de los diversos night-clubs habaneros se
vendía el excelente ron Caney estra
seco, que ya ha dejado de producirse.
[9] GCI, ob.cit.,p. 290
[10] Idem, p. 96
[11] Idem, p. 238
[12] Orejuela, Adriana: El son no
se fue de Cuba, Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 253 La autora Está aludiendo a los ritmos
mozambique, pa’ca y pilón, creados y promovidos por Pello el Akrpkán, Juanito
Márquez, Enrique Bonne y Pacho Alonso.
[13]
GCI: ob. ciyt., p.261. Cabrera Infante no tiene
en cuenta las canciones de Puebla, Saborit y del Benny Moré de los primeros
años de La Revolución hasta su muerte en 1963.
[14] Creo que todas estas carencias acaso expliquen por qué GCI nunca
decidió editar Mapa…… o Ítaca, que durmió un sueño de 40 años
hasta que otras manos decidieron hacerlo circular. De todos modos ha valido la
pena, por lo que tiene y por lo que le falta.
[15] GCI: ob. cit., pp. 322-323.
[16] Se trata del parque Villalón,
que ocupa la manzana entre las calles Calzada, 5ta, C y D, de El Vedado. La
esquina de Calzada y D queda frente el restaurante El Carmelo.