La nave, invisible, estaba posada en un bosque, cerca de una ciudad. Tenía una sala de mandos circular de iridiscencia nívea. Su techo eran las estrellas.
Flotando bajo
la visión de la galaxia, dos figuras conversaban a través del silencio. Sus
rostros eran casi humanos. Las cuencas, situadas donde los hombres llevan ojos,
guardaban otros instrumentos de percepción. Sus labios eran grietas en el
semblante de cera. Sus cráneos lisos apenas emergían de las gruesas capuchas.
“¿Crees que
resultará?”, ―pensó uno.
“Debemos hacer
que resulte. Es nuestra única posibilidad”, --pensó dos.
“Es
triste no poder siquiera identificarnos...”
“Sería
imprudencia. Antes deberán llegar mucho más lejos, si se salvan. Ni tú ni yo
veremos esos tiempos.”
“¿Crees
que sospechará? ¿No es todo esto demasiado... extraño, aún para una persona
poco común, como él?”
“Otro
de nuestros riesgos. Debes ir tarde, en la noche, y dejarte ver poco.
Tomando en cuenta como se comportan los poderosos de este mundo, debes actuar
como ellos: sé altivo, ofrécele oro, aprémialo... aunque procura ser también
delicado. Recuerda que estás ante lo que ellos llaman un talento, un hombre de
espiritualidad… aunque para nosotros sea sencillamente un hacedor. De ese
encuentro dependemos. Ya sabes que nuestro cerebro no se equivoca: de todos los
humanos, sólo él puede hacerlo.”
***************
La
sombra de dos metros se abría paso entre los desperdicios de la ciudad dormida.
De la puerta de una taberna, antecedido por sonidos de golpes y por gritos, salió
disparado un hombre que aterrizó a sus pies. El caído ni suspiró. Adentro,
celebrando la hazaña, se acrecentaron alaridos. El embozado rodeó
el cuerpo y apretó el paso, internándose en una callejuela más oscura. Estaba
seguro de encontrarse cerca y hacía esfuerzos por localizar el sitio que
llevaba fijado. Una rata emergió del arroyo albañal que surcaba la calle y se
arrastró pesadamente, hasta que el puntapié de una bota femenina la estrelló
contra un barril. Eran dos mujeres que venían abrazadas, cantando y dando
tumbos, botella en mano. La que había lanzado la patada había levantado un
mechero, a tiempo con el golpe, iluminando fugazmente la escena. Fue cuando vio
avanzar, opacando las penumbras más infinitas de la calle, aquella visión
imponente, de rostro incierto y demacrada luminosidad...
--¡La
muerte! ¡Han soltado a la bestia! ¡Avemaría Purísima! --masculló ante el rostro
cadavérico que se les encimaba, y echó a correr profiriendo incoherencias. La
otra mujer se fue reduciendo hasta caer hincada de rodillas, temblorosa,
balbuceando perdón por sus pecados. La sombra, perpleja ante la contingencia,
apartó a la mujer con ademán gentil y se lanzó con prisa hacia el zaguán que lo
esperaba final de la calle. Cuando llegó ante la puerta, su diestra cadavérica empuñó el aldabón
y lo dejó caer tres pesadas veces sobre el perno pulido.
Tras
breve espera, una diáfana voz anunciaba acudir. Cuando la bien aceitada puerta
se retrajo, apareció la figura de un hombre todavía joven, inexplicablemente
encanecido. Apartando el mechón de plata que le bailaba ante los ojos y tras
hacer una reverencia exagerada, dijo con simpática mueca: “Oh, mi querido señor,
usted es la presencia que faltaba para animar como es debido esta aburrida
fiesta. Deje que mis amigos le conozcan. Pero pase, pase y dígame qué se le
ofrece en este absurdo mundo de mortales...” En una mano portaba un candelabro con dos velas completamente consumidas. El tercer
tocón irradiaba una luz agonizante.
***************
“Ha
aceptado, pero ha pedido más dinero. Bebe y fiestea mucho, tiene deudas sin
fin”, ―pensó uno.
“Más
oro... Tendremos que fabricarlo. No podemos seguir saliendo por las noches y
creando leyendas”, ―pensó dos.
“No
hallará diferencias entre nuestro polvo de oro y sus monedas acuñadas. Eso no será
problema.”
“El
problema es nuestro: estamos limitados en la fabricación del oro. Con la
energía que nos queda no es probable que consigamos mucho”.
“Ciertamente.
Pero el asunto es que termine a tiempo. La fecha se nos viene
encima; si nos alcanza, no quedará nada por hacer; habrá que despedirse de
todo: jamás saldremos de este sistema. Tenemos que estimularle
para que se apresure.”
“¿Inspiración..?”, ―sugirió
dos.
“Creo que debemos enfocarle el
estimulador, quizá un par de veces, aunque temo que su salud no lo resista. Mis sensores le detectaron algunos padecimientos. Cada aplicación del
estimulador puede aumentar sus energías, pero también sus males.”
“Calculemos
bien, para provocar un daño mínimo...—pensó dos―, aunque daño será de todas
formas… En cualquier caso lo que está en juego es superior a la suerte de un
hombre, sea quien sea. Debemos llegar a nuestro destino e informar la
catástrofe que amenaza a esta especie. Es la única forma de actuar a tiempo y
evitarla. Nos lo impone el deber. No tenemos tiempo, ni derecho, a
titubeos.”
“Sin
elección... sin elección”, ―se decía uno como un eco cuando se fundió al cerebro
de la nave. Dos le siguió.
***************
La
salud del hombre empeoraba a diario. Su esposa, sus amigos, sus amantes lo
notaron. Se le veía cada vez con más fatiga, más demacrado, más febril. Y sin
embargo trabajaba como un poseído.
–¿Por
qué te maltratas así? Descansa un poco, vayámonos
al campo.
–Nada
de descanso: debo terminar este encargo. Así tendré reposo.
Pregunta
y respuesta que se sucedían a diario, hasta la ira. Sólo consiguió sosiego cuando mandó a la esposa lejos, con su madre.
***************
“Si
no despegamos esta madrugada, estamos perdidos. Mañana a esta hora no
llegaríamos ni a la luna, aunque contáramos con toda la energía del planeta.”
“Iré
a verlo. Ha prometido la entrega para hoy. Lo cierto es que a pesar de nuestros
cálculos el estimulador le está matando. Si aún no ha terminado, sacrificarlo
habrá servido para nada.”
Uno
partió hacia el agonizante.
Y,
pese a todo, aquella fue la noche del ascenso.
***************
Al
fin tenían el combustible, el único capaz de regresarlos al otro extremo del Universo. El cerebro de la nave había deglutido la intrincada armonía del moribundo, había repartido la orquestación en
los sistemas correspondientes y, mientras la máquina se lanzaba al espacio,
dejaba como estela el sonido grandioso de la obra.
En
la sala circular, uno y dos no sólo clavaban sus sentidos en las estrellas que se
acercaban: sus sensores, de alguna forma estremecidos, también acompañaban al
modesto ataúd que daba tumbos en una carreta solitaria, millones de millas
atrás, en la ciudad de Viena.
Wolfgang
Amadeus Mozart era bajado a tierra, pero su Réquiem, energía vital de la nave
cósmica, ascendía salvador al infinito.
202 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 202 de 202Hay una nueva entrada
solo leí la entrada una vez, que sorpresa!!! agradable desde ya, no puedo esperar para leerlos de nuevo can mas detenimiento,pasó que cuando vi le expresión Avemaría Purísima, me llamó la atención , bajé a ver quien escribía y me desconcentré.
Creo que me perdí alguna entrada anterior...
Pasaba para comentarles que los que puedan y quieran , no importa de que color político, miren en youtube el discurso de Cristina ante la ONU porque no tiene desperdicio.
mando abrazón cordobes.
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