por Guillermo Rodríguez Rivera
Si usted se acerca a cualquiera de nuestras
tiendas que venden en moneda convertible, encontrará, en algún rincón de ella,
un pequeño mural donde aparecen las fotos, nombres y cargos de los integrantes
de una comisión de Protección al Consumidor: la que opera en esa unidad.
Si usted solicitara hablar con alguno de ellos
– ahí está el propio gerente de la tienda --, lo más probable es que le digan
que no se encuentra o que está reunido.
En verdad, no son la Comisión que dicen ser,
sino la plana mayor de la dirigencia de la unidad a la que, inevitablemente, le
corresponde dar la cara cuando algún cliente tiene dudas de algún precio, se
preocupa por la calidad de lo que le venden o se queja del trato de un tendero.
Han asumido inapropiadamente una función que
no les corresponde, quizá con la idea de convencer al consumidor de que ejercen
o pueden ejercer su defensa. Es una
figura que aparece en muchos países y, como en Cuba no la tenemos, la propia
administración de la tienda dice asumir la responsabilidad. Pero no pueden hacerlo, porque no se puede ser juez y
parte.
En una entidad estatal funciona la administración,
pero existen también un sindicato y un consejo de trabajo. Si un trabajador
presenta una demanda a la administración que debe evaluarse, el sindicato debe
representarlo, y el consejo fallar sobre el asunto. La ideología del
administrador, del responsable sindical y del presidente del consejo puede ser
la misma: todos funcionan dentro de un sistema que proclama el poder de los
trabajadores. Los tres podrían ser militantes del PCC, pero la función de cada
uno en esa circunstancia es diferente.
El administrador de una tienda tiene la
función de que su unidad responda a las exigencias económicas que formulan sus
superiores: la tienda debe cumplir su plan técnico-económico y de eso se
preocupa el administrador o gerente. Si un cliente piensa que le están cobrando
de más por un producto, él no va a modificar ese precio. El caso ocurre muy,
pero muy a menudo.
Ahora mismo, venden en las dos principales
cadenas de tiendas recaudadoras de divisas unas máquinas de afeitar desechables
marca Super-Max. Son dos rastrillos plásticos colocados sobre una cartulina y
cubiertos por otros plásticos transparente que permite al comprador ver la
mercancía que está pagando. El producto cuesta 2.25 cuc en la TRD que está en
Zapata y 26, pero en las tiendas Panamericanas
(la de 26 y 15 y la de 11 y 4, en el Vedado), el mismo producto se vende
a 3.75 cuc. Si uno le plantea el caso al tendero que lo vende, le dirá al
usuario (es el nombre que le dan al cliente) que él o ella no es responsable de
ello. Pero si uno va a hablar con alguien de esa plana mayor que integra la
comisión de Protección al Consumidor, le dirá que son dos cadenas de tiendas
diferentes y sanseacabó: ahí mismo se diluyó, se esfumó la hipotética
protección al consumidor que, en verdad, protege los ingresos de la tienda, de
la corporación CIMEX o de quién sabe quién.
Nuestra actividad comercial casi decidió
olvidarse del consumidor. El término “cliente”, ese que en el reglamento del
comercio capitalista “siempre tiene la razón”, fue invariablemente postergado,
traspapelado, casi desaparecido. Se le cambió el nombre por el de usuario, que
es un personaje transitorio y, numerosos dirigentes exhortaban a los cubanos a
no tener mentalidad de consumidores sino de productores.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la
aparición del campo socialista, el capitalismo, con Estados Unidos a la cabeza,
se lanza al desarrollo de la llamada Guerra Fría, que pretende cortar el paso a
una eventual expansión del socialismo por el mundo.
La aparición de la Revolución Cubana, que
responde a un reclamo de la historia de la Isla anterior a la Guerra Fría, se
inserta inevitablemente en el conflicto en el que se enfrentan las dos
alternativas, lideradas por los Estados Unidos y la URSS. Cuba, además, proclamaba el socialismo en una
América Latina donde la potencia norteña había arrasado con todo el que se
atreviera a afectar sus intereses.
El llamado “estado de bienestar” que es el
modelo que el capitalismo propone, tiene en el “consumismo” una de sus palancas
esenciales: el hombre es un ser para el creciente consumo de bienes y servicios
de todo tipo.
En el marco de la Guerra Fría el consumismo
quiere convencer al ciudadano común de que el capitalismo puede brindar y de
hecho brinda mejores opciones de vida material al hombre, aunque las ventajas
del estado de bienestar se ciñen a las clases alta y media.[1]
Producción y consumo son entidades que van
necesariamente unidas.
El consumo es una perentoria necesidad del ser
humano que la sociedad capitalista exalta hasta el consumismo, que es la
interesada exageración del consumo hasta convertirlo en el fundamento mismo de
la vida social.
Acaso una revolución llevada a cabo en un país
del tercer mundo, en una región precisada de cambios decisivos, tenga que
insistir en la exaltación del productor porque, en el consumo sin tasa, la
sociedad capitalista tiene en la desigualdad las posibilidades de su
existencia. Pareciera entonces que, en una sociedad
socialista o que construye el socialismo a partir de una revolución que elimina
la explotación del hombre por el hombre, el modesto consumidor que es su
ciudadano, tiene garantizada su protección, su defensa. En algún momento, Cuba también creyó que no se
necesitaba la entidad sindical, pero luego advirtió que seguía siendo
necesaria.
Cuba ha colocado en manos de un estado que tiene como ideología el marxismo—leninismo, todas las fuerzas productivas de la sociedad. El sindicato tiene que existir porque la administración representa, en última instancia, el poder de la clase obrera, pero tiene allí una función burocrática. La administración necesita de la contrapartida del sindicato. El asunto de la protección o defensa del consumidor necesita una entidad que la lleve adelante, y no puede ser la propia administración de la que él se queje. El problema es diario y creciente.
El trabajador de cualquier fábrica, el
empleado de cualquier empresa; la señora que trabaja en una oficina, la doctora
o la enfermera que atienden al pueblo en un consultorio o en el policlínico y
luego van a su casa a hacer las cosas para el hijo que debe ir a la secundaria
básica; el soldado que vuelve el fin de semana para encontrar a la mujer y los
muchachos; el maestro que marcha cada día a educar a niños y jóvenes, todos
ellos sufren lo que comento aquí. Estoy hablando ni más ni menos que del
pueblo. Ese pueblo que está sufriendo diariamente un sinnúmero de permanentes
derrotas, de permanente burlas que hacen cada vez más amarga su experiencia
cotidiana.
Hace unos días, el colega Fernando Ravsberg
–uno de los mejores periodistas de Cuba, aunque es uruguayo– publicaba un
artículo que titulaba “Los indignados de Cuba”, y es que aquí también hay
motivos para la indignación, aunque no los motive el neoliberalismo ni haya
aparecido el movimiento Occupy CIMEX. Hagamos todo lo posible para evitar
que aparezca. De todo ello me ocuparé en la crónica que sigue.
[1] Una
vez desaparecidos la URSS y el socialismo europeo, el neoliberalismo está
liquidando el “estado de bienestar” y ha regresado al capitalismo puro y duro
preroosebeltiano. Los impuestos los pagan los pobres, desaparecen los programas sociales que los
favorecían y se recortan empleos, salarios y pensiones.
Segunda Parte
Fernando Ravsberg exponía en un artículo el
caso de una cubana –Lourdes Machado se llama y es de la ciudad de Santa Clara– quien
compró un par de zapatos en una tienda recaudadora de divisas por 20 cuc. Los
zapatos le duraron 30 días. Reclamó en la unidad en la que había hecho la
compra, pero inútilmente: la garantía de los zapatos era solo de una semana.
Es casi imposible que unos zapatos que se
adquieran en buen estado, se destruyan en apenas un mes. Esos zapatos tenían un
irreparable mal oculto que hacía que sus compradores solo dieran la semana de
garantía que ellos sabían que podían resistir.
Cuando se va a triplicar el precio de lo que
se vende, lo más probable es que se compre un artículo muy barato. Los
compradores de esos zapatos sabían que estaban comprando un artículo de pésima
calidad. Cuando se compra ese desecho, quienes lo venden dan una apetitosa
comisión a quienes lo compran, y la comisión aumenta según baje la calidad de
lo vendido. La comisión que se le paga al comprador es en verdad un soborno que
el comprador cubano recibe por abjurar de su honradez y comprar basura para
estafar a su pueblo vendiéndosela.
Esa estafa solo puede hacerse exitosamente en
un sitio donde existe un monopolio del comercio y el cliente –el usuario– no
tiene la alternativa de comprar en otra tienda, porque es probable que el
comprador haya traído la misma porquería para todas las peleterías del país.
Como afirma Ravsberg en su artículo, “Lourdes
no es la excepción sino la regla”. Son miles los compradores defraudados que no
tienen dónde reclamar: nadie les devuelve el dinero que le estafaron. Nadie
castiga a las tiendas que estafan a sus clientes vendiéndoles basura, lo que es
un delito. Nadie indaga por los importadores de zapatos que gastan millones trayendo al país esa basura,
para robar a los consumidores.
Debía existir ese sitio donde los compradores
defraudados fueran a hacer las denuncias de las estafas que han sufrido. Allí
debía operar una auténtica Comisión de Protección al consumidor, independiente
de la tienda que vende los zapatos (o cualquier artículo) en mal estado.
Una amiga compró para su hijo un par de
zapatos marca Hangten –chinos– porque había observado los que tenía, de esa
marca, otro adolescente, quien los usaba
por meses. Los compró en la tienda llamada Galerías de Primera, situada en 1ª y
B en el Vedado. En la caja decía que su precio era 31.75 cuc., y habían sido
rebajados a 19.05 cuc. El calzado se despeluzó a los dos días y como el
producto había sido rebajado, no tenía garantía. Mi amiga indagó con el niño
que conservaba en perfecto estado sus Hangten, y él le explicó que no fueron
comprados en La Habana: se los mandó su tía que vive en West Palm Beach,
Florida.
La tienda tendrá sus razones para no
devolverle su dinero al comprador, pero la ley tendrá que establecer si es
honrado cobrar casi 20 cuc, por un producto cuyo único destino posible es ser
dado de baja por inservible. ¿Cuánto pagó el importador que viajó a China –o a
Panamá, da igual– para comprar basura y recibir una cuantiosa comisión por la
compra destinada a estafar al pueblo cubano que debe pagarla?
Una vez que se localicen a los importadores de
estos zapatos, la Contraloría General de la República deberá establecer una de
dos posibilidades: a), El importador fue sobornado para comprar productos en
mal estado, y deberá enfrentar la responsabilidad penal que deriva de su
conducta delictiva y una vez cumplida la sanción que se le imponga, no podrá
ejercer nunca la función de importador de mercancías en ninguna dependencia
estatal, o b) El importador no fue capaz
de valorar correctamente el estado de la mercancía que compraba, por lo que
será relevado de la función que realiza. No podrá ejercer la función de
importador de mercancía en ninguna dependencia estatal hasta que no se le
reevalúe para ello.
Recientemente apareció una resolución
unificando los precios de los comestibles en todas nuestras shoppings: haría falta otra que
unificara los precios de otros artículos, y que nunca el mismo artículo pueda
tener precios distintos en las tiendas cubanas. Hay que decir que un artículo
que se compra en una de esas tiendas que los cubanos conocen por el genérico
nombre en inglés de shopping, tiene
aumentado su preció en casi un 300 %, con respecto al precio en que se vende en
una tienda de cualquier país.
Durante su gobierno, el republicano George W.
Bush, quiso hacerle un mimo a los políticos cubanoamericanos de su partido y
añadió algo más al bloqueo económico que los Estados Unidos han impuesto a Cuba
desde hace 50 años: redujo a 100 dólares mensuales, las remesas que los
cubanoamericanos podían enviar a sus familiares (solo a los más cercanos) en
Cuba. Además, limitó los viajes de esos mismos cubanoamericanos a únicamente
una vez cada tres años. Había un doble propósito en las dos medidas adoptadas:
de un lado, se intentaba reducir al máximo esos viajes de unos exiliados al
país del cual dijeron que huían y de pronto regresaban a vacacionar allí donde
decían que los perseguían; del otro y acaso lo más importante, se reducía
drásticamente el envió de un dinero que iba a beneficiar a los familiares de
quienes lo enviaban, pero que se iba a gastar en Cuba.
En la Universidad de la Habana –especialmente
en la Facultad de Artes y Letras– recibíamos permanentemente a estudiantes y
profesores norteamericanos interesados en conocer más de la cultura cubana y/o
aumentar su dominio del español, que es ya la segunda lengua más hablada en los
Estados Unidos. Bush suprimió radicalmente esas visitas. Originalmente, los que
las idearon pensaron que esos visitantes de Miami, New York, North Carolina, California,
influirían en los cubanos y ayudarían a cambiar su modo de pensar. Pero la cosa
resultó al revés. Los jóvenes llegaban convencidos –es lo que les decían– que
Cuba era una sitio donde la gente vivía reprimida. Cuando pasaban una semana
compartiendo con los estudiantes cubanos e iban a la playa o a bailar salsa,
advertían que Cuba no sería un paraíso, pero mucho menos el infierno que le habían descrito. Ellos
cambiaban más su visión de Cuba, de lo que lograban que los cubanos variaran la
suya. Las visitas fueron suprimidas y tampoco esos norteamericanos gastarían
nada en Cuba.
El gobierno cubano se defendió casi
triplicando los precios de los bienes y servicios que se ofrecían en divisas en
Cuba: así, con un tercio de los productos y servicios que se ofrecían, se
obtendría un ingreso bien alto. La represión del gobierno yanki y la respuesta
cubana perjudicaron a los habitantes de los dos países.
Los cubanoamericanos que querían venir a Cuba
más de una vez al año, debían venir por terceros países. Cuba tampoco estampaba
su visa en los pasaportes, para evitar la multa que impondría la administración
Bush: la visa era un papel que luego el visitante desechaba. Pero ello
encarecía el viaje; si querían mandar a sus familiares más de los 100 dólares
que la administración Bush autorizaba, debían enviarlos con unas “mulas”, que
cobraban un 20% por hacer la entrega: quien quería mandar 500 dólares, debía
entregar 600 al mensajero.
A los cubanos de la isla –la mayoría que no
recibía remesas– se le encarecieron todos los productos, entre ellos algunos de
imprescindible uso –el jabón, el aceite de comer, el detergente, la pasta
dental– y para ello debía usar 25 pesos
de su salario para comprar un dólar.
La administración de Barack Obama canceló las
medidas de Bush: los cubanoamericanos pudieron volver a viajar libremente a
Cuba y se quitaron las restricciones al envío de remesas. El gobierno cubano,
sin embargo, ha mantenido la triplicación de los precios minoristas, y en
determinados productos, sigue aumentando el costo. Mitt Romney, el derrotado
candidato republicano, amenazó con restaurar, si salía, las represivas medidas
de la administración Bush, pero fue vencido por Obama y viajes y remesas se
mantendrán libres en los próximos cuatro años.
Hay que decir que el estado cubano enfrenta
una honda crisis de su modelo económico, que debió ser reformulado o
“actualizado” –como ha dicho el profesor Aurelio Alonso en este propio blog Segunda Cita– desde los inicios de los
años noventa, cuando colapsó el campo socialista europeo y la URSS. Después de
haber perdido dos décadas en la búsqueda de su eficiencia económica, el
monopolio del comercio en divisas con ganancias triplicadas, se ha convertido
en una fuente de ingresos decisiva para el estado cubano. Pero ese “IVA” excepcional que pagamos los
cubanos es uno de los hechos que hace que
se importen productos muy baratos (lógicamente, de poca calidad) para
que el ciudadano cubano pueda pagar su precio triplicado.
La ineficiencia económica esta subvencionada
por los centenares de millones de dólares que aporta ese comercio anormal y no
parece tener apuro en normalizar sus cuentas, El estado debería ir exigiendo un
aumento en los ingresos del país, e ir bajando paulatinamente los precios hasta
normalizarlos en un plazo determinado. Y yo voy a concluir estas ideas en la
próxima crónica.
Tercera y Última
Cualquier lector comentaría que esos hechos de
corrupción que agreden al consumidor cubano, no se circunscriben a las tiendas
recaudadoras de divisas. Y es cierto. Si he insistido en lo que ocurre en esas
tiendas es porque la gran diferencia entre los valores del cup y el cuc se
vuelve una pérdida cuantiosa para un cubano humilde, porque la gran mayoría de
los cubanos no reciben remesas, cobran su salario en moneda nacional, pero
están obligados a acudir a las recaudadoras de divisas para comprar algunos
artículos imprescindibles. 20 cuc, al cambio, es para muchos trabajadores, más
que su salario mensual.
En la tiendas y los mercados que venden en
moneda nacional, la agresión al consumidor se produce habitualmente, en el peso
de los alimentos que adquiere. Nuestros
viejos bodegueros eran acusados de haber creado la libra de 15 onzas o, a lo
sumo, de 14. Hoy día uno se siente casi feliz cuando una o dos onzas es todo lo
que le falta a la libra. La libra de muchos de nuestros detallistas de hoy
puede tener 12 ó incluso 10 onzas.
En otros países, la pesa está situada de modo
que el comprador pueda verificar claramente el peso que le han servido.
Nuestras viejas básculas no se dejan leer con facilidad, y muchas veces se las
sitúa de modo que el comprador no puede ver el peso que ella registra. En
algunos mercados existen pesas de comprobación, pero a menudo es otro empleado
quien verifica el peso que el cliente no puede comprobar directamente.
Creo que cuando se verifique que en tres
ocasiones, un detallista ha sido sorprendido tratando de robar en el peso a sus
compradores, debe ser retirado de ese puesto de trabajo, pero nunca enviarlo a
hacer el mismo trabajo en otra unidad. He visto carniceros que son sancionados
por robar en una unidad y enseguida los encuentra uno en otra carnicería
cercana, porque tienen amigos en la empresa que le conservan o le venden la
plaza. De no sancionarse al detallista, quien deberá ser reemplazado es el
administrador de la unidad.
La Comisión de Protección al Consumidor o la
Defensoría del Consumidor, debe tener unidades municipales, en las que los
ciudadanos puedan formular las denuncias de los problemas que los afecten, en
lo que implique:
a). Productos en mal estado cobrados como
buenos.
b). Garantías muy reducidas que sugieran que
la tienda conoce el mal estado del producto que vende como bueno.
Es la Comisión o Defensoría del Consumidor –con
el asesoramiento que se considere– la que debía establecer las garantías
pertinentes para los diversos productos. Es ella quien debe atender las
denuncias sobre pesas “arregladas”, que el gerente o administrador de la unidad
en cuestión no atienda. La Comisión de
Protección al Consumidor o la Defensoría del Consumidor analizará el hecho de
productos industrialmente envasados cuyo peso real no corresponda a lo que dice
en el envase y por el que se establece el precio. Lo he comprobado con la leche
en polvo que se vende para niños y dietas, y con el café molido que se oferta
en cuc.
La Comisión de Protección o Defensoría del
Consumidor, en sus diversas oficinas de atención al consumidor, debe tramitar
las denuncias con celeridad y debe tener un personal para mandar a hacer
verificaciones sobre esas denuncias y sobre unidades de venta que sean objeto
de reiteradas acusaciones por parte de sus usuarios.
La Comisión de Protección o Defensoría del Consumidor
debe tener un carácter estatal pero, a la vez, una autonomía con respecto a las
entidades comerciales responsables de venta de bienes y servicios al usuario. Sus
integrantes, al más alto nivel, deben ser personas que representen a los
diversos sectores e instituciones del país: partido, gobierno, mujeres,
profesionales, intelectuales y artistas, organizaciones de masas y religiosas,
etc.
Siempre será impar el número de sus
integrantes a cada nivel. Los acuerdos se tomarán preferentemente por consenso
y si no, por mayoría. Los integrantes de la comisión deben ser invariablemente
renovados cada tres años.
Antes de ser integrantes de la Comisión, sus
miembros circularán sus biografías y podrían ser impugnados por cualquier
ciudadano para integrar la Comisión o Defensoría, si así lo estima pertinente.
Se explicarán y debatirán los motivos de la impugnación para aceptarla o
considerarla improcedente.
Esto es apenas una propuesta, que debe irse
concretando con el aporte sustancial de otras opiniones. Las instituciones que
rigen las ventas de productos y servicios, serán consultadas pero no decidirán
en las reglamentaciones de la Defensoría.
Creo que la existencia de esta Defensoría será
un amparo y un apoyo para el ciudadano común, que hoy no tiene a dónde acudir a
intentar resolver los muy diversos problemas que le afectan. Puede y debe ser
una institución capaz de ayudar a la moralización de la actividad comercial y
productiva en el país. Su sola existencia significará un obstáculo para el
desarrollo de la corrupción en el país, y un acicate para que gerentes y
administradores incrementen su vigilancia
sobre esos temas.
207 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 207 de 207Kinka: siempre me cayeron bien las golondrinas...
abdulwadud:
Por esos niños, por esa gente que sufre. Mi corazón con ellos.
Buenos días Silvio y Segundaciter@s!!!En esta ocasión, ocupado con temas personales,me trajo hasta acá,la triste noticia del fallecimiento de Miliki,uno de los mas grandes payasos de la historia,creador junto con Gabi y Fofo de "Había una vez un circo".No se Silvio si llegaste a conocerlo personalmente...no era músico...pero de seguro era muy buena persona..Uno de los payasos mas queridos!!!Muy triste...
Muchos Saludos a todos!!!Ya tendré noticias de mis presentaciones...Y las daré a conocer!!
A Silvio....y me vino a la mente también...hace unos días pispeando por Internet,pude darme cuenta que en las noticias sobre tu regreso a Argentina,publicaron un comentario mio que hice acá en SC....No lo podía creer!!!Solo queda una semana para volvernos a ver!!!Que emoción!!!Saludos a la flia, y la queridisima gente de Ojala!!!
Van 50 muertos y más de 500 heridos en Gaza, entre ellos periodistas
Estimado Silvio
Pertenezco a una generación de Chilenos, y por que no decirlo, Latinoamericanos que ha crecido al alero de tus acordes, versos, poesía.
Junto a familia, amigos, hemos esperado una vida por escucharte en vivo, lo que creíamos iba a ocurrir este domingo 2 de diciembre, programando viaje desde nuestro natal Concepción, a Santiago, para estar presente en este regreso tuyo a vuestro querido Chile; lamentablemente no podremos asistir, no obstante haber comprado los tickets, (que dicho sea de paso cuestan en promedio el 40% del ingreso mínimo mensual vigente en el país.. el que perciben mas de 1 millón de trabajadores), pues a solo 10 días del esperado evento, habiendo reservado pasajes, se informa el cambio de fecha para el 5 de diciembre.. basado en un eventual partido de futbol.. esto hace imposible que la gente de las regiones apartadas puedan concurrir.. puesto que significa perder dos días laborales, que decepción..
a seguir escuchando tus discos, pues no existe otra solución.
un abrazo.
Excelente el artículo de Guillermo Rodríguez Rivera sobre la protección al consumidor ¿Cuando nos acabarán de escuchar si todo el mundo sabe eso y más?
Por otra parte, me alegra que Silvio tenga esta blog donde poder debatir todos estos temas democráticamente; pero no puedo olvidar lo decepcionante que me resultó, que en su último concierto en Holguín, no permitiera el acceso con cámaras fotográficas al pueblo allí presente, seguidor de sus canciones, muchos deseosos de guardar un grato recuerdo de un artista tan querido aquí.
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