jueves, 28 de enero de 2016

Ariguanabo, este escenario geográfico que me define

Por Rolando Méndez Perera
El arca del Ariguanabo (Ilustración de Ángel Boligán)
(Ciudadano del Ariguanabo y muy amigo del río)

Nos despertamos con la noticia de la restricción de agua que tendremos próximamente en mi pueblo San Antonio ¿de los Baños?; contaremos con agua dos o tres días a la semana, un día sí y dos no, debido a situaciones con el manto freático, algo muy sorprendente para esta zona donde habito y donde conozco que no existe esa sequía que tienen algunos otros lugares del país.

Haciendo un poco de historia, a principio de la década de los 70s, siendo muy joven, me convertí por obra y gracia de la necesidad del país en profesor emergente de la Enseñanza Media, donde recibía y daba clases a la vez. Mi asignatura preferida y seleccionada en aquella época era la Geografía de Cuba. Recuerdo que en estas clases con las que nos divertíamos mis alumnos y yo, aprendimos muchísimo de la mano del Doctor Antonio Núñez Jimenez; en cada curso me encantaba a más no poder el momento que dentro de este imaginario recorrido que hacíamos por todas las zonas del país, llegábamos al espacio que ocupa mi Ariguanabo.

De niño ya había aprendido que el Ariguanabo es un río que nace de manantiales cerca de la laguna de Ariguanabo, y que a medida que crecía la laguna aumentaba su caudal, porque nuestro río era su desagüe. Por este tiempo se comentaba que por cada metro de altura en la represa del río en San Antonio, la laguna aumentaba 100 metros en sus límites.

Nací muy cerca de donde se sumerge, ese era mi barrio que hoy, con el solo hecho de mencionarlo, alivia mis arrugas; lugar de mis primeras citas, asombros, leyendas y misterios de mi infancia. Allí el agua se pierde en el vientre de una cueva por entre raíces de una ceiba famosa en mi pueblo, y es la que se muestra en el escudo de la Villa. Sin saberlo, una tarde-noche de su historia recibió una visita: era la tropa de la Gira Interminable. Casi frente a este lugar, se montó una modesta tarima, un poco de luces y eso sí, se escuchó muy buen arte, este gesto lo interpreté como algo que podía provocarle a nuestra Cueva del Sumidero alguna alegría y firmeza.

Pruebas y estudios se hicieron desde tiempos lejanos para saber sobre su curso subterráneo a donde iba a parar y se supo que reaparece, a unos catorce kilómetros de su sumidero en un lugar con nombre indio conocido por Cajío en la costa sur, en el municipio de Güira de Melena.

A mi modo de ver, el Ariguanabo (río y laguna incluidos) no es solo San Antonio de los Baños, a pesar de tener una estrecha vinculación con el desarrollo demográfico, económico y sociocultural de este pueblo; Ariguanabo es Güira de Melena (por donde pasa subterráneamente), y es el territorio abastecido por la vertiente sur de Caimito de Guayabal, Bauta, Bejucal y Boyeros. También es una cuenca que abastece de agua a parte de la población de la capital del país. Todo eso, para mí, es Ariguanabo.

En el transcurso de su existencia recibió distintos nombres, según la localidad: Biragua, Ariguanabo, Guandanbú, Loreto, Perdigón. Eran lagunas separadas en 1781 y las lluvias de un ciclón, según aumentaban el nivel del agua, se unieron formando en 1791, la que fuera nada menos y nada más que la mayor laguna de nuestra isla.

Desde la segunda mitad del siglo pasado “supersabios” trabajaron intensamente para secar la Laguna Ariguanabo. Una vez logrado quedó este espacio cubierto de hierbas, pero en la década de 1980 la naturaleza dijo "aquí estoy" y el ciclón Federico inundó de nuevo la laguna y dejó al Cayo La Rosa, en el Municipio de Bauta, incomunicado por un buen tiempo.

Pero el hombre en su empeño destructivo siguió insistiendo, y triunfó el desastre que los sesudos concibieron, al terminar de secar de una vez y quizá por siempre este paraje natural, tan importante para el desarrollo humano de la zona.

Esta es la génesis de la catástrofe que posteriormente esos mismos destructores, pero con otras caras, trasladaron a las aguas de nuestro río,  aguas que ya hoy no son las mismas, ni tienen la transparencia, ni el caudal del que hablaron muchas personalidades, entonaron músicos, pintores y poetas del territorio.

Hoy nuestro río carga sobre sí toda la inmundicia habida y por haber, factor que atenta contra la salud e infringe la situación higiénica sanitaria de los pobladores y consumidores de estas aguas. Hablo de un almacén natural contaminado de porquería e impureza, donde abundan en sus ya escasas aguas, entre otros, latas, animales muertos, escombros, desechos fecales de varias áreas del pueblo que, en momentos de fiestas “populares”, se incrementa.

Para rematar, ¿qué nos queda de la flora y la fauna de este paraje natural? Para aquellos que aprendimos a escondidas y con susto a nadar en este lugar, rodeados de tomeguines, para aquellos que desde la orilla distinguíamos o pescábamos la trucha o la biajaca en curricán, todo ha quedado en el recuerdo; eso forma parte de un Ariguanabo que no existe y es el reflejo del abandono de un pueblo y la dejadez de las autoridades que lo han dirigido, quienes nos han hasta asegurado en nuestras caras que el problema es que reglamentariamente no está determinado a que instancia estatal pertenece el río: no es de aquí, pero tampoco es de allá, es decir, el río no es de nadie. También se ha demostrado muy poca comprensión de este problema por los organismos que poseen una política ambiental. Allá va eso… a hacer lo que se pueda y cuando se pueda.

Me gustaría saber en qué orden dentro de las prioridades municipales, provinciales, nacionales, está contemplado nuestro río. Estoy casi seguro que es el último de la cola, y como coronación inaceptable premian a esta provincia (donde sucede todo esto) dentro de lo mejor del país en temas ambientales. ¿Cómo es posible que participemos en conferencias internacionales para hablar y criticar sobre el maltrato a la naturaleza y permitirnos que suceda esto aquí en nuestro patio?

Me lo dijo un hermano, me lo dijo un amigo: somos posiblemente la última generación que pudiera acabar de parar todas estas irresponsabilidades, con acciones concretas ya estudiadas, documentadas por científicos locales, gente que vive aquí y no en la luna, los que han identificado los principales problemas, personas del grupo “Amigos del Río” que tienen soluciones pero no pueden o no se les ha permitido encausarlas, por lo que con justa razón se sienten muy disgustados (por mencionar una palabra más escuchable).

Punto aparte merece comentar la aprobación de la Fundación Ariguanabo, que integrarían ariguanabenses, dispuestos a trabajar y que desde los 90s, vienen realizando donaciones y tareas, algunas de ellas estropeadas por la indolencia oficial. 

Subrayo que a partir del 2008 apareció y se organizó un grupo heterogéneo, todos amigos del río, que integran además de científicos estudiosos del tema, artistas de todas las manifestaciones, profesores, estudiantes, trabajadores e intelectuales en general. Parte de este grupo se reunió con ministros, dirigentes en todas las esferas e instancias y jamás, a pesar de aparentar otra cosa, recibieron respuesta sobre tan noble propósito ciudadano, por lo que han estado esperando más de 8 años. Ha sido una falta de respeto hacia un grupo de cubanos que defienden y defenderán este cielo que nos vio nacer 24 x 24 horas del día.

Basta de mentiras y engaños, necesitamos que nuestros dirigentes tomen conciencia de lo que esto puede significar para las actuales y sobre todo nuevas generaciones. El Ariguanabo está muy solo, enfermo y agonizante, pero tiene aún posibilidades de salvarse, por eso no cesaremos en continuar manifestando que se está cometiendo un crimen.

Defiendo y continuaré en la pelea por nuestro derecho a impedir que desaparezca, porque él nos pertenece como ariguanabenses, como habitantes de este, nuestro país, de este, nuestro planeta y ojalá nunca aplique lo que dice aquella canción….”después de muerto amarnos más”… porque ya no tendría sentido.

jueves, 21 de enero de 2016

Mi saya negra

Por Cenodis Odalys Cedeño Carballido

Si dividiéramos el análisis de la Historia de Cuba, en décadas, encontraríamos que cada etapa marcó  trascendencias  muy importantes  en nuestras tradiciones  patrias. Pero considero que los años 50 del Siglo XX fueron definitorios en la vida de la Nación  y su futuro. El Moncada, el Granma, la Sierra, la lucha clandestina en las ciudades, el ataque al Palacio Presidencial, las invasiones de Camilo y el Che y el triunfo revolucionario del 1ro de Enero, entre otro hechos, han quedado en la memoria como esencias de nuestra definitiva lucha por la libertad, la independencia y la soberanía.

Yo había nacido en  Barajagua,  poblado cercano a Cueto en la  provincia de Holguin.
Mi padre había fallecido en 1944, cuando yo tenía solo 2 años.  Mi madre quedó viuda, teniendo que hacerse cargo de 7 hijos entre 2 y 15 años, siendo yo la más pequeña. Mucha hambre y necesidades pasó toda la familia y en algún momento nos trasladamos para San Germán, donde estaba uno de los grandes centrales azucareros del país, tratando de encontrar mejores horizontes. Algunas de mis hermanas, muy jóvenes aún, quedaron casadas en Barajagua. Entonces, ya había cumplido 5 años.

Mi madre decide emprender un viaje a La Habana, llevándome con ella, cuando ya había cumplido 13 años, en busca de mejores condiciones de vida, y no le queda más remedio que emplearse de criada en una casa para poder paliar las necesidades y lograr su objetivo superior de trasladar poco a poco a todos sus hijos para la capital.  Su vida amorosa la reinició con un gallego que también laboraba en esa casa y que realmente fue para mí como el  padre que no había conocido.

El día que cumplía los 15 años mi madre me dijo  –Hija, le pedí permiso a la señora de la casa para que pasaras tu cumpleaños allí conmigo, porque no puedo dejar de trabajar. La “bondad” era con la orden de que siempre permaneciera en la cocina.

El atuendo para ese día era un  vestidito rosado, confeccionado para la ocasión.  No dije nada, pero al mirarme en el espejo me sentí ridícula. Hubiera preferido estar en Barajagua con mis hermanas y hermanos, pero el cariño con que mi madre me había hecho aquel vestidito y las noches que la pude observar cosiendo  hasta  altas horas, después de un agotador día de trabajo;  preferí callar.

Durante los  primeros años, entre Barajagua  y San  Germán,  pude ver los más atroces abusos de los terratenientes y guardias jurados contra la población: desalojos, plan de machete  y otras barbaridades, típicas de aquellos regímenes de opresión y desprecio. Todo aquello se agravó con el golpe de estado de Batista en 1952, cuando apenas había cumplido yo los 10 años.  Ya a esa edad,  si aún no tenía una clara conciencia de lo que  pasaba, los recuerdos están muy claros en mi cabeza y nunca se me podrán olvidar. Mi madre, sin esposo, había tenido que criar a todos sus hijos e hijas, en que la mayor no sobrepasaba los 15 años.  Centavo a centavo  se reunía lo que se podía para tratar de comer, pagar la casa, y otras necesidades.  Mi  madre muchas  veces estaba pegada a una desvencijada máquina de coser, haciendo algunas costuras que ayudaran a paliar aquella miseria. Mis hermanas ayudaban en lo que podían pero la madre siempre preocupada porque al día siguiente no faltaran a la deteriorada pero digna  escuelita rural.

Recuerdo con especial cariño a la profesora. Con ella aprendimos de Martí, Maceo, Céspedes, Agramonte, Calixto García y muchos otros. Años después y con el triunfo revolucionario, comprendí aún más las enseñanzas de Ana María, que era el nombre de la maestra. Cuando leí por primera vez  “La Historia me Absolverá” me parecía que estaba oyendo a Ana Maria hablar de la Historia de Cuba y el papel de los héroes.

Cuando llegué a aquella casa de opulencia y fastuosidad, me deslumbré con sus cuidados jardines, sus enredaderas, su fuente llena de pececitos  y su entrada principal con puerta de madera que ni en fotos o revistas había visto. De la casa por dentro solo conocí la cocina. El primer saludo lo recibí de dos grandes perros que olfateaban mi cuerpo mientras temblaba como una hoja.  Aquellos, monstruos para mí, eran casi de mi tamaño. En mi vida sólo había visto perritos satos que pululaban en las casas de Barajagua y San Germán.

Mi madre, Alejandrina, y al que ya consideraba mi padre, llamado Eugenio, unían  quilito  a quilito para malvivir  y poder enviar algo para las familias que habían acogido en San Germán a mis hermanos y hermanas , esperando mejores momentos en que se pudieran mandar a buscar. En ocasiones mi madre llegaba al cuarto donde vivíamos con algunas ropas de uso, regaladas por los filantrópicos dueños de aquella mansión, donde los perros comían mejor que cualquiera de nosotros. Siempre había alguna batica o vestidito para mí, al cual había que ajustarle algunas costuras porque ya con mis quince años comenzaban a  aparecer las carnitas de la pubertad.

En otras ocasiones me llevaron a la deslumbrante residencia, pero siempre en la cocina  o en el traspatio,  donde se lavaba y tendía la ropa; labor que también hacía mi madre.
En una ocasión sentí la voz de una de las niñas de la casa que llamaba –Aleja, Aleja,  dígale a su niña que venga, y mi madre asombrada y casi orgullosa me repetía, –es contigo, es contigo.

Salí a un amplio comedor con una gran mesa de cristal y una lámpara en el centro, con tantos bombillos como nunca había visto en mi vida, pero seguían las voces –Aleja, Aleja, dígale a su niña que venga–. Caminé hasta la sala espaciosa y enorme, donde me parecía que cabria 100 veces el cuartico donde mal dormíamos. Butacones aterciopelados, mesas con decenas de adornos de la más fina porcelana, cuadros, alfombras más mullidas que la lona de mi catre, una escalera de mármol rosada que daba al piso superior y un pasamanos dorado, pulcramente pulido, en que centelleaban las luces de una gran lámpara  de cristal  en que colgaban cientos de “lágrimas” que no eran precisamente las que habían salido de mis ojos cuando pensaba en mi terruño y los deseos de volver.

Las dos niñas, paradas en el medio de aquella, sala sostenían entre sus brazos dos bulticos de ropa usada (hoy diríamos reciclada) con diversas prendas de vestir. Las primeras palabras  de aquellas niñas de 12 y 13 años fueron:  Pero que flaquita está, –lo que me abochornó  y bajé la cabeza entre complejo e ira. –Esto es para ti por tus 15 años–, dijeron las niñas casi al unísono y depositaron los bulticos en mis manos, mientras mi madre detrás me susurraba –Dale las gracias, dale las gracias.

De momento, para mi sorpresa, se acercaron y me dieron, cada una un beso, mientras escuchaba la autoritaria voz de la madre que casi gritaba: –Mariela,  Madelaine,  a sus cuartos.

En ese momento sentí que esas niñas eran más tristes que yo, que su madre las maltrataba igual que a mí, solo que con otros métodos, que sus vidas estaban encerradas en una  moralina que tarde o temprano saldría a relucir en sus complejos y angustias. Mientras subían las marmóreas y relucientes escaleras  me miraban y sentí su tristeza y su soledad, e incluso sus ganas de jugar conmigo. Solo atiné a pasarme la mano por la mejilla agradeciendo aquellos besos dados. Recordé con felicidad inaudita mi muñeca de trapo, llena de aserrín que apretaba contra mi pecho con ternura infantil pero la más sincera. Escuché cuando la voz latosa de la señora de la casa le recriminaba  a mi madre –Le he dicho muchas veces que cuando traiga a su hija debe permanecer en la cocina.

Cuando abrí el bulto de ropas encontré entre ellas una saya negra, ancha muy ancha, que fue desde ese momento mi preferida. Me quedaba grande, pienso que muy grande, pero no sé por cual razón le tome un cariño especial.

Ya a finales del año 1957 pedí volver, aunque fuera por un tiempo, a San Germán y Barajagua. Sentía una gran nostalgia por ver a mis hermanos y hermanas, conocer a sobrinos que habían nacido, volver a bañarme en aquel rio de Barajagua, jugar de nuevo entre las matas, ver la noche acercarse y observar cómo los candiles alumbraban dentro de los bohíos. Disfrutar el silencio de la noche, o las sirenas del Central, y el silbato de las locomotoras. Pudo mi madre, reunir algunos pesos y cumplir mis deseos.  Llegué  al anochecer. El chofer y el conductor conocían a mis hermanos y se depositó en ellos la responsabilidad  de cuidarme  y entregarme a mi familia. Así lo hicieron. Pero Barajagua ya no era la misma. El río era apenas un riachuelo y en el ambiente solo se hablaba de los barbudos, la Sierra y Fidel. Se conspiraba como en cualquier otro lugar.

Ahí supe del asesinato del joven revolucionario Jorge Estevez y del estoicismo de su madre al no dejar que nadie limpiara la sangre del cuerpo de su hijo y hacerlo ella misma sin derramar una sola lagrima, pero en su rostro el odio y el desprecio era evidente.

Cuántos recuerdos de lo que habíamos aprendido con la profesora Ana María en San Germán, y muchas otras con una profesora que tuve en La Habana, llamada Hildelisa. Mientras me contaban estas cosas recordé a Mariana, la madre de los Maceo, o a la madre de Calixto Garcia, que prefirió que el hijo se hubiese suicidado antes que traicionar a su patria.

Por toda aquella zona se enseñoreaba un gran asesino. El coronel batistiano Sosa Blanco. La solidaridad entre los pobladores se hacía más evidente cuando él andaba por esos lares destruyendo, quemando casas  y asesinando a cualquiera que  ayudara a los revolucionarios o que solo se sospechara su simpatía con ellos. Cuando solo se imaginaban que Sosa Blanco andaría por aquella zona se decía: ¿qué pasa si Sosa  pasa?... Que quema todas las casas.

En más de una ocasión los pobladores, al enterarse de su cercanía, huían con todos sus “matules” hacia las montañas con lo que podían cargar y llevar en mulos, caballos y carretones. Se desarrollaba entonces una enorme solidaridad entre todos pues otros campesinos acogían en su bohío a los que huían, manteniéndolos hasta que el tenebroso asesino  pasara. Casi siempre cuando volvían, encontraban sus casas y todas sus pertenencias  quemadas  y lo poco que había quedado, destruido.

Pero Barajagua no se rendía y de nuevo la conspiración y los actos de valentía. El pueblo estaba consciente de que no se le podía dar a la tiranía ni un respiro.

En la visita a mi pueblecito natal, tuve la oportunidad de reencontrarme a un joven revolucionario muy carismático y cariñoso que evidentemente andaba en todos los trajines de la resistencia. Lo recordaba de mi niñez. Búsqueda de medicinas, ropas y la confección de brazaletes del 26 de Julio, y cualquier otro artículo que se pudiera resolver para los guerrilleros. Siempre en las noches, jóvenes, viejos y hasta niños, nos agrupábamos en la orilla del pequeño riachuelo para confeccionar los brazaletes, banderas e incluso restaurar algunas ropas  usadas.

En una ocasión mi amigo, que dirigía todas las acciones, planteó la necesidad de buscar telas rojas y negras para la confección de los símbolos del 26 de Julio.  Inmediatamente recordé la saya negra que me habían regalado y corrí a buscarla. No la encontré. Le pregunté a mi hermana y me dijo no saber. Revolví todo el bohío y nada.  El alma se me salió del cuerpo porque de momento en aquella saya vi mi mayor entrega y colaboración. Quería darle la sorpresa a mi amigo pero no fue posible. Quedé siempre con la duda de si la había dejado en La Habana. Seguí preguntando e indagando, pero tuve la callada por respuesta, o simplemente un “no sabemos”.

Mi joven –casi tan joven como yo– amigo, conversaba mucho conmigo y hablaba de Fidel, del futuro de la Patria, y de que cuando triunfara la Revolución nada sería igual. Yo le contaba las experiencias en La Habana. El Capitolio, las grandes avenidas, la cantidad de autos, los tranvías,  las guaguas, y me escuchaba muy atento y me decía –Algún día  tu me llevarás de la mano por esa avenidas y montaré contigo los tranvías y las guaguas y estudiaremos juntos, pero primero tenemos que luchar por la libertad de Cuba.

Me sorprendía, pese a su edad, la madurez en lo que explicaba.

Le hablé de lo que hacían mis padres en la capital y de cómo la señora de la casa los trataba con refinado maltrato, de cómo los perros comían mejor que cualquier ser humano  y le comenté el encuentro con las hijas y por supuesto las ropitas regaladas y entre ellas la saya negra, que me parecía tenerla en la maleta, pero que se quedó, y cómo esa prenda me había gustado por lo fina y suave que era su tela.

Me observó detenidamente y me dijo:

–Las cosas materiales tienen su importancia, pero más importantes son los sentimientos.  Aquel día, en que te regalaron las ropitas,  lo más noble y lindo fue lo que pensaste de esas niñas a pesar de la opulencia  y los brillos. No dejes que la mirada de ellas, ese día, deje de acompañarte, ellas son tan víctimas como tú.

En un amanecer de los primeros días de 1958, había un gran alboroto  en Barajagua y en los pueblos cercanos, Policías, camiones con soldados, carreteras cerradas, detenidos y torturados,  Todo el mundo se preguntaba  ¿qué pasa, qué pasa? Cuando de momento una voz gritaba:   –Han puesto una enorme bandera del 26 de Julio en el Central– y repetía la noticia con alegría que nos contagiaba a todos. En la necesaria discreción, todos disfrutábamos aquel acto que era de osada valentía y sin lugar a dudas un duro revés para la represión batistiana en la zona. Era un triunfo de los revolucionarios.

Días después, mi madre me mandó a buscar preocupada por mi seguridad y triste por la ausencia. No pude despedirme del joven amigo. Andaba escondido huyendo de los sicarios. Pensé, sin lugar a dudas, que él tenía que ver con la bandera del Central. A lo mejor ya estaba en la Sierra con Fidel.

Cuando llegué a La  Habana, lo primero que hice fue buscar mi saya negra y mi madre me aseguraba que me la había llevado. Olvidé la pérdida y me dediqué a estudiar  Secretariado y otras especialidades que me permitieran ayudar a mi madre e incluso sacarla de aquella casa.

Vino el triunfo de la revolución y como la gran mayoría reí,  lloré  y evoqué mucho a mi amigo y sus consejos. Fidel habló en Columbia y cuando lo escuchaba, entre aquella muchedumbre enardecida y feliz, recordé de nuevo al amigo joven. Me parecía escucharlo en sus sueños de mejor vida, pero también me di cuenta que la lucha continuaría contra un enemigo más poderoso que la dictadura batistiana. Muchos sueños se harían realidad pero entre alegrías  y angustias  andaríamos.

Mi vida cambió por completo y me sentí útil y respetada;  estudié y tenía trabajo, me hice miliciana. Pude decirle a mi madre que dejara de ser criada y mi noble padrastro comenzó a trabajar como cocinero en la gran Ciudad Escolar Libertad,  que otrora fuera el cuartel Columbia,  la mayor fortaleza militar de la dictadura y que fue ocupada por Camilo Cienfuegos y su tropa. Allí hablo Fidel y preguntó –¿Voy bien Camilo?–  y las palomas de la paz y la esperanza se posaron en su hombro.

En algún momento me pregunté, qué sería de aquella familia para la cual trabajara mi madre. ¿Y las  niñas?, aquellas que  después, cuando estudié, recordé en “Las Meninas” de Goya. Mi madre me había comentado que creía que habían abandonado el país, pero la curiosidad fue más fuerte y partí para la casa. Cuando llegué al  lugar un vocerío juvenil llenaba el ambiente. Muchas muchachas, casi niñas todas, disfrutaban aquel  lugar. Sus caritas prietas del sol, sus manos aún callosas del andar campesino, sus sonrisas francas y sinceras, sus temores de lo desconocido.

Me acerqué a un grupo de ellas y a varias preguntas me respondieron, –Yo soy de El Purial, vengo del Pico Turquino, yo de Mayarí, Buey Arriba. Nos trajeron a  alfabetizarnos, y a estudiar corte y costura. Aquel encuentro me dejó anonadada y disfruté  con más fuerza que nunca el recuerdo de mi joven amigo.

Una tarde, en los primeros años de la década del 70, tocaron a la puerta de mi casa. ¡Sorpresa! Era mi joven amigo, vestido de verde olivo, cambiado por los años y la lucha pero aún con el brillo en sus ojos de sueños y utopías realizadas. Luego de cariñosos besos y abrazos y pasado un rato del impacto, me comentó:

–Me voy para una misión internacionalista, pero antes tenía que verte. No te he olvidado y siempre te he recordado con mucho cariño. Además tenía un compromiso moral al cual no podía faltar. ¿Recuerdas aquella gran bandera del 26 de Julio que apareció, una mañana en el Central? –Si la recuerdo, respondí; y entonces me confesó: –La parte negra de esa bandera era tu saya.

Meses después me llegó la triste noticia de que el revolucionario, mi joven amigo Arides Estevez, había caído heroicamente combatiendo en Angola.

viernes, 15 de enero de 2016

La superioridad del capitalismo

Silvio:
Después de leer en "Segunda Cita" tus entradas de fin de año y los
comentarios de los segundonautas, recordé este artículo que apareció
en "Rebelión" hace tiempo, pero que a pesar de su mayoría de edad
mantiene su vigencia. El autor es Santiago Alba Rico, un periodista
español que ha vivido algunos años en Cuba y es defensor nuestro a
ultranza (palabra peligrosa, pero no en este caso). Desde el título
provocador ("La superioridad del capitalismo"), Santiago pone en
evidencia la injusticia de un sistema que asoma la oreja cada vez que
se le da una oportunidad, como ya lo hace entre nosotros. Hay gente
que ya ha olvidado aquello de "Crear riqueza con la conciencia, y no
conciencia con la riqueza". Me parece oportuno publicarlo para agitar
a otros como me agitó a mi. Como no tengo blog, aunque estoy pensando
en crear uno cuando tenga las condiciones adecuadas, te lo paso por si
quieres compartirlo con los segundocitero@s.
Abrazos nuevoañeros,
Germán [Piniella]
1º de enero de 2015

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                  Por Santiago Alba Rico

Veamos en primer lugar lo que no es una crisis capitalista.

Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.

Que haya 4.750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.

Que haya 1.000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.

Que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso no es una crisis capitalista.

Que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una crisis capitalista.

Que 3 000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no es una crisis capitalista.

Que 113 millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista.

Que 12 millones de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una crisis capitalista.

Que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista.

Que 16 306 especies están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos, no es una crisis capitalista.

Todo esto ocurría antes de la crisis. ¿Qué es, pues, una crisis capitalista? ¿Cuándo empieza una crisis capitalista?

Hablamos de crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener en la pobreza a 4 700 millones, condenar al desempleo o la precariedad al 80% del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para 1.000 empresas multinacionales y 2. 500 000 de millonarios.

Lo que demuestra la superior eficacia y resistencia del capitalismo es que todas estas calamidades humanas -que habrían invalidado cualquier otro sistema económico- no afectan a su credibilidad ni le impiden seguir funcionando a pleno rendimiento. Es precisamente su indiferencia mecánica la que lo vuelve natural, invulnerable, imprescindible. El socialismo no sobreviviría a este desprecio por el ser humano, como no sobrevivió en la Unión Soviética, porque está pensado precisamente para satisfacer sus necesidades; el capitalismo sobrevive y hasta se robustece con las desgracias humanas porque no está pensado para aliviarlas. Ningún otro sistema histórico ha producido más riqueza, ningún otro sistema histórico ha producido más destrucción. Basta considerar en paralelo estas dos líneas -la de la riqueza y la de la destrucción- para ponderar todo su valor y toda su magnificencia. Esta doble tarea, que es la suya, el capitalismo la hace mejor que nadie y en ese sentido su triunfo es inapelable: que haya cada vez más alimentos y cada vez más hambre, más medicinas y más enfermos, más casas vacías y más familias sin techo, más trabajo y más parados, más libros y más analfabetos, más derechos humanos y más crímenes contra la humanidad.

¿Por qué tenemos que salvar eso? ¿Por qué tiene que preocuparnos la crisis? ¿Por qué nos conviene encontrarle una solución? Las viejas metáforas del liberalismo se han revelado todas mendaces: la “mano invisible” que armonizaría los intereses privados y los colectivos cuenta monedas en una cámara blindada, el “goteo” que irrigaría las capas más bajas del subsuelo apenas si es capaz de llenar el cuenco de una mano, el “ascensor” que bajaría cada vez más deprisa a rescatar gente de la planta baja se ha quedado con las puertas abiertas en el piso más alto. Las soluciones que proponen, y aplicarán, los gobernantes del planeta prolongan, en cualquier caso, la lógica inmanente del beneficio ampliado como condición de supervivencia estructural: privatización de fondos públicos, prolongación de la jornada laboral, despido libre, disminución del gasto social, desgravación fiscal a los empresarios. Es decir, si las cosas no van bien es porque no van peor. Es decir, si no son rentables 950 millones de hambrientos, habrá que doblar la cifra. El capitalismo consiste en eso: antes de la crisis condena a la pobreza a 4.700 millones de seres humanos; en tiempos de crisis, para salir de ella, sólo puede aumentar las tasas de ganancia aumentando el número de sus víctimas. Si se trata de salvar el capitalismo -con su enorme capacidad para producir riqueza privada con recursos públicos- debemos aceptar los sacrificios humanos, primero en otros países lejos de nosotros, después quizás también en los barrios vecinos, después incluso en la casa de enfrente, confiando en que nuestra cuenta bancaria, nuestro puesto de trabajo, nuestra televisión y nuestro ipod no entren en el sorteo de la superior eficacia capitalista. Los que tenemos algo podemos perderlo todo; nos conviene, por tanto, volver cuanto antes a la normalidad anterior a la crisis, a sus muertos-en-otra-parte y a sus desgraciados-sin-ninguna-esperanza.

Un sistema que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis reveladora, potencialmente aprovechable para la emancipación, alcanza a una población sin conciencia y a una izquierda sin una alternativa elaborada. Se equivoque o no Wallerstein en su pronóstico sobre el fin del capitalismo, tiene razón sin duda en el diagnóstico antropológico. En un mundo con muchas armas y pocas ideas, con mucho dolor y poca organización, con mucho miedo y poco compromiso -el mundo que ha producido el capitalismo- la barbarie se ofrece mucho más verosímil que el socialismo.

Por eso hay que auparse en los islotes de conciencia y en los grumos de organización. Cuba bloqueada, Cuba azotada por los vientos, Cuba pobre, Cuba incómoda, Cuba a veces equivocada, Cuba improvisada, Cuba disciplinada, Cuba resistente, Cuba ilustrada, Cuba siempre humana, mantiene abierta una tercera vía, hoy más necesaria que nunca, entre el capitalismo y la barbarie. Si no podemos ayudarla, podemos al menos ayudarnos a nosotros mismos pensando en ella con alivio y agradecimiento.

viernes, 8 de enero de 2016

La revolución de las hormigas

Víctor M. Toledo

Para todo devorador de libros, las vacaciones ofrecen una excelente oportunidad para leer aquellas obras (de ficción y no ficción) que han permanecido dormidas en el estante, involuntariamente relegadas por las urgencias y obligaciones cotidianas. Estas semanas he dedicado buena parte del “tiempo libre” a la lectura pausada y reflexiva del reciente libro y obra cumbre del biólogo Edward O. Wilson, La conquista social de la Tierra (2012).

El libro de Wilson culmina una obra de más de 60 años dedicada al estudio profundo de las sociedades animales, su origen y evolución, en especial la de los insectos sociales, y sus repercusiones para la sociedad humana. Por la dimensión de sus aportes y la originalidad de sus descubrimientos, Edward O. Wilson puede ser considerado el gran evolucionista del último siglo y el más notable continuador de Darwin (y no los genetistas, bioquímicos o biólogos moleculares). Creador de la sociobiología (1975) cuyas tesis audaces provocaron una verdadera sacudida en el ámbito de la ciencia, Wilson sigue manteniendo la idea de que explorar a las sociedades de insectos sociales y aprender de ellas, es una tarea crucial, necesaria y urgente para entender el significado del género humano e intentar descifrar su futuro.

La historia no comienza ni termina con la humanidad. Creer lo contrario es un acto de soberbia elevada no de la especie humana, sino de la ciencia o más precisamente de la tradición intelectual surgida en Occidente. Escudriñada con detalle, la evolución cósmica revela un patrón: el paso de sistemas simples a sistemas cada vez más complejos u ordenados. Esta secuencia de miles de millones de años incluye sistemas astrofísicos, químicos, biológicos y finalmente sociales. Estos últimos no son un invento humano, pues en el torrente de evolución de la vida existen sociedades animales en al menos cuatro momentos cumbres: con los invertebrados coloniales, los insectos, los mamíferos y los primates. No obstante su rareza, el éxito y predominancia de las especies sociales por sobre las especies solitarias es un hecho comprobado, a tal punto que hoy por hoy la sociedad humana comparte con los insectos sociales, y especialmente con las hormigas, el dominio de los espacios terrestres del planeta. Este hecho es probable que ponga nervioso a más de un científico social o a un humanista, pero la abundancia de los estudios sociobiológicos llevados a cabo por decenas de investigadores no dejan duda alguna.

Hoy existen más de 20 mil especies conocidas de insectos sociales, no sólo hormigas, sino abejas, avispas y termes que dominan el mundo de la pequeña escala por su número, peso e impacto en los ecosistemas. Se trata de un mundo invisible a nuestras miradas, pero de la misma magnitud que el nuestro: juntas todas las hormigas del mundo pesan lo mismo que los 7 mil millones de seres humanos. El censo completo de los organismos presentes en una hectárea de selva amazónica reveló que las hormigas por sí solas pesaban cuatro veces más que todos los vertebrados ahí registrados, es decir, mamíferos, aves, reptiles y anfibios. Y no sólo eso, las sociedades de hormigas inventaron la horticultura (cultivan hongos), la ganadería (ordeñan pulgones chupadores de savia) y los graneros (guardan semillas). Las hormigas surgieron hace unos 120 millones de años y en un lapso de esas magnitudes realizaron una verdadera revolución al generar sociedades complejas capaces de crear colonias o nidos bien defendidos y protegidos, al mismo tiempo que crearon mecanismos avanzados para localizar y transportar alimentos desde distancias remotas. Este mismo patrón fue reproducido y perfeccionado por nuestros parientes, las especies de homínidos surgidos hace apenas 2 millones de años.

El salto espectacular de una especie solitaria a una especie social ha comenzado a ser explicado por la llamada selección natural de grupos que remonta y enriquece la teoría general de Darwin enfocada en la selección de individuos. Mientras que esta última permite explicar la evolución por competencia, la primera exalta la cooperación como única manera de generar organización social exitosa. Tras la aparición de la teoría darwiniana, que alimentó los fundamentos ideológicos del capitalismo (para reflejar como espejo la competencia entre mercancías), se desencadenó una polémica aún vigente: ¿Es el ser humano un individuo por naturaleza individualista y competitivo o altruista y cooperativo? Fue el famoso científico e ideólogo anarquista ruso Piotr Kropotkin uno de los primeros en cuestionar el uso sesgado de las ideas de Darwin y llamar la atención en el esfuerzo altruista y en la cooperación, convirtiéndose en uno de los precursores de la futura sociobiología. Lo que Wilson y otros sociobiólogos terminaron revelando es que el eterno dilema entre egoísmo y cooperación, entre el demonio y el ángel, o entre tanatos y eros, proviene en realidad de las dos modalidades contradictorias que la selección natural ejerce sobre las especies.

Por todo lo anterior, ¿no seremos simples hormigas promoviendo y realizando una revolución por la cooperación, la equidad y la ayuda mutua? ¿No estamos simplemente escenificando una batalla por la vida, es decir, en favor del proceso evolutivo y en contra de los parásitos y los depredadores (la élite política y económica que hoy domina y explota al mundo)? Parece que la humanidad está obligada a rescatar y continuar un proceso de millones de años actuado por muchos otros organismos, encabezados por las hormigas, como la única manera de salvarse y perpetuarse como sociedad, es decir, como cultura y como especie. Seguimos sin aceptar que somos el mono desnudo de siempre, que simplemente somos “una quimera evolutiva”.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/01/05/opinion/015a2pol

viernes, 1 de enero de 2016

La forja de la Nación

                        Por Rolando López del Amo

El primero de enero del año 2016 ha llegado. Con el inicio de un nuevo año se conmemora también el aniversario 57 del triunfo de la última revolución cubana. Esa revolución no la dirigió un partido político, sino un movimiento de composición heterogénea cuya tarea primera era poner fin a una sangrienta dictadura pro-imperialista y antipopular. En realidad, el núcleo dirigente de esa revolución fue el Ejército Rebelde. En él se combinó la dirección política con la militar en un solo mando en la persona del Comandante Fidel Castro y así se resolvió la dicotomía que tanto nos afectó en nuestras gestas libertadoras de la segunda mitad del siglo XIX. La unidad de las fuerzas revolucionarias que combatían a la dictadura militar fue un factor fundamental para el triunfo del primero de enero. 

Cuando se cumplía el primer centenario del Grito de Yara, Fidel Castro declaró: Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos; ellos hoy hubieran sido como nosotros.

Esa declaración del líder de la revolución triunfante el primero de enero de 1959 iba encaminada a considerar que la revolución por la independencia y la justicia social era una sola, desde 1868, hasta nuestros días.

Ya antes, José Martí había afirmado que la lucha revolucionaria que organizaba era la continuación de la anterior iniciada bajo la conducción de Carlos Manuel de Céspedes. Recordemos que ya en el proceso del juicio por el asalto a los cuarteles militares de Santiago de Cuba y Bayamo, Fidel había afirmado que el autor intelectual de aquellos había sido José Martí.

Resumiendo: los líderes revolucionarios cubanos en dos siglos siempre vieron su obra como la continuación del intento aquel que batalló durante diez años.

Es por eso que el 10 de Octubre tiene tanta relevancia para los cubanos. Proclamación de independencia y liberación de los esclavos acompañaron el alzamiento del ingenio de La Demajagua. Por eso llamamos a Céspedes el Padre de la Patria.

Pocos días después, el 20 del mismo mes, Perucho Figueredo compondría el que hoy es nuestro himno nacional. En homenaje a ese acontecimiento se tomó la decisión de que el 20 de octubre fuera declarado el día de nuestra cultura nacional.

Fueron también los bayameses de entonces, cuya ciudad fue la primera en resultar liberada por las fuerzas de la naciente revolución, los que prefirieron incendiar la ciudad ante el avance de superiores fuerzas enemigas para que estas sólo encontraran cenizas al ocuparla.

Esta acción heroica inspiró al trovador Sindo Garay el siglo pasado para componer su canción en homenaje a la mujer bayamesa, a su tradicional delicadeza y hermosura  que no impide, si la patria lo reclama, quemarlo todo, dejarlo todo, con la fuerza de los que creen en su causa.

Sí, Bayamo es la cuna de la patria, de la revolución continuada desde 1868 hasta hoy, ciento cuarenta y siete años después.

Honor y gloria a todos los héroes eternos de la patria que nos enseñaron que  morir por la patria es vivir y que Patria es Humanidad. Honor y gloria a los precursores, desde Aponte, Varela y Plácido, hasta los que dieron sus vidas en otras tierras del mundo por la causa de la dignidad humana.